domingo, 24 de septiembre de 2023

El terraplanismo económico latinoaméricano

 


En los últimos tiempos se ha hecho popular en redes, un conjunto de personas que proponen la tesis de que la tierra es plana. Con la mejor de las voluntades, en el marco de motivaciones ingenuas y al parecer  transparentes, hacen una serie de preguntas sustentadas en el sentido común, que intentan desvirtuar la esfericidad terrestre y otros postulados esenciales de nuestra realidad moderna.

Un planteamiento de estas características en un mundo de conocimiento abierto como éste en el que vivimos, es increíblemente interesante, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento y la epistemología.

A pesar de que la humanidad a lo largo de siglos de discusión y búsqueda de la verdad, ha acometido desarrollos increíbles en astrofísica, física de partículas, matemáticas, geología, ingeniería aeroespacial y muchas otras áreas, un grupo de personas inteligentes y formadas desde varios puntos de vista, han decidido descartar tan amplias aproximaciones calificándolas de “conspiración”, para explicar de manera superficial un fenómeno tan complejo como la esfericidad terrestre, trayendo del pasado  hipótesis simples que estuvieron vigentes siglos atrás en la historia de la humanidad. 

Este tipo de comportamiento es relativamente común en el ser humano por lo que podemos encontrarlo también en la ciencia económica y social latinoamericana. El recorrido de la humanidad a lo largo de siglos de pensamiento económico es sustancial, desde que Adam Smith y algunos otros, decidieron en los comienzos, documentar el comportamiento observado de la sociedad en materia de oferta y demanda, muchas cosas han pasado y muchas premisas falsas se han esclarecido. Inicialmente concluimos que los mercados por sí mismos, de forma totalmente autónoma, eran capaces de solucionar las diferentes necesidades humanas, sin embargo, posteriormente, entendimos que la manera en la que se auto organizaba el mercado, podía conducir a la opresión y explotación de los trabajadores. Más adelante, luego de la gran depresión y de las guerras mundiales, nos dimos cuenta de que el Estado juega un rol importante en la economía, en efecto, un tercio  del mundo decidió migrar a modelos en los que el Estado tomaba todas las decisiones económicas, mientras el resto de la humanidad, decidió que el Estado y el mercado eran dos cosas que debían estar separadas, en todo caso, el Estado en estas economías empezó a jugar un rol amplio y mucho más determinante.  Mas tarde, en los años 70, entendimos que un Estado grande, intrusivo y sobre todo, irresponsable, puede afectar muy negativamente los resultados de las economías de mercado en vez de mejorarlos y luego, en los años 80, la mayoría del mundo se dio cuenta de que los Estados que reemplazan los mercados y planean de forma centralizada la economía, no dan buenos resultados por lo que decidió homogeneizar en la casi totalidad de las latitudes su rol, centrándolo en actuar como un regulador poco intrusivo y un árbitro que media lo que pasa en los mercados. 

En la actualidad sabemos que, para que una sociedad se desarrolle y alcance altos niveles de bienestar, es necesaria la libertad económica en el marco de un Estado que potencia y protege los resultados económicos, garantizando la equidad y el desarrollo igualitario.  Hemos encontrado que problemas estructurales como la exagerada acumulación de riqueza y la destrucción del medio ambiente, requieren de ajustes cuidadosos sobre la forma en la que se desenvuelve la economía de mercado. En todo caso, van apareciendo infinidad de tendencias científicas, que proponen maneras de mejorar semejante resultado y de la misma forma que ha sucedido a lo largo de décadas de evolución del pensamiento económico, estas posiciones se han venido apropiando dentro de los paradigmas actuales. 

No obstante toda esta masiva discusión que nos ha tomado décadas de aprendizajes, recurrentemente aparecen personas inteligentes que al igual que los terraplanistas, interpretan los problemas actuales y su evidencia a la luz del sentido común, sin profundizar en la historia y todo el desarrollo científico que nos condujo hasta la realidad contemporánea. Asumen que toda esta evolución paulatina, que nos ha llevado por guerras, depresiones, crisis mundiales, auges, hiperinflaciones generalizadas, en la que coexisten entregando evidencia a diario, economías estables, Estados ricos, pobres, fallidos, exitosos; que todo aquello a lo que nos enfrentamos cotidianamente y que construimos en conjunto, es producto de una obscura conspiración política e ideológica. Además suponen que modelos que estuvieron a prueba en el mundo en diferentes momentos de la historia, centrados de un lado, en preponderancia absoluta de la economía de mercado o del otro, en planeación central de la economía y mostraron no funcionar en ningún caso, son mejores que los que tenemos en la actualidad, que iniciativas centradas en políticas de expansión monetaria y aumento en el gasto público generadores de hiperinflaciones y desempleo en diferentes economías, en esta ocasión van a ser exitosas. 

Lo cierto es que, al igual que con la creencia de que la tierra es plana, el mundo y la comunidad científica económica ya conoció, revisó y  probó todas estas iniciativas y que independientemente de si quienes las enarbolan nuevamente, conocen en profundidad los casos o no, a lo largo de la historia la humanidad recabó información contundente con la cual podemos concluir, que no son apropiadas para satisfacer las necesidades humanas y mejorar realmente el bienestar de las personas. 

Sin lugar a dudas, cuando miramos a cualquiera de los países con los más altos niveles de desarrollo, con los más elevados estándares de bienestar,  todos ellos tienen una mezcla entre profunda libertad económica, Estados muy eficaces centrados en facilitar el desarrollo, entregar bienes y servicios de carácter público que los privados no pueden proporcionar o que equiparan la mesa sobre la cual la sociedad juega la partida y una profunda rigurosidad en la forma en la que administran las finanzas públicas, optimizando al máximo los recursos invertidos en el logro del bien común.

Por su parte, los países que se han ido por caminos alternos que los devuelven al pasado como Cuba, Venezuela, Argentina por mencionar algunos, todos ellos, sin excepción, han tenido resultados diametralmente inferiores a los de dichos países desarrollados. 

Por lo tanto, si tan clara es la evidencia, si además en diferentes momentos de la historia se han materializado situaciones similares, vale la pena preguntarnos por qué seguimos insistiendo en proponer semejantes modelos para nuestras economías. Lo cierto es que, estamos situados en la órbita terrestre viendo su curvatura, pero nuestros argumentos siguen sosteniendo que la tierra es plana, en vez de reconocer que lo que tenemos ahora en materia económica y social, es una construcción colectiva que ha madurado a lo largo de los años en el marco de procesos de prueba y error, que no vale la pena intentar devolverse al pasado para cometer los errores que otros han cometido antes que nosotros, que finalmente, lo lógico sería enfilar nuestras baterías hacia el desarrollo, abriéndonos mentalmente a involucrar con agilidad los respectivos cambios que requiere el modelo actual para corregir sus problemas estructurales. 

Versión en audio

viernes, 22 de septiembre de 2023

Un país que produce pobreza y desigualdad

 


Publicado en el diario Portafolio 
 https://www.portafolio.co/economia/finanzas/construimos-una-realidad-pobres-y-ricos-589446

Todos conocemos el dilema del padre sobre protector, que intentando proteger a su hijo del mundo, termina aislándolo de la realidad, configurando un nuevo ser humano incapaz de enfrentar su propia realidad, al final de cuentas, construyendo una persona increíblemente vulnerable a los peligros del entorno. Lo cierto es que en el marco de una convicción loable, este padre termina materializando un resultado totalmente adverso. 

Algo parecido sucede en Colombia con la pobreza y la desigualdad, es indudable que como sociedad estamos genuinamente preocupados por estos problemas, sin embargo, a lo largo de los años, hemos venido tomando decisiones que antes que corregirlos los han convertido en condiciones enquistadas en nuestra realidad. 

Concebimos un contexto en que el existir para los hogares resulta completamente diferencial, semejante situación no es un resultado indefectible del entorno, sino más bien, se trata de una condición de la realidad que hemos construido con el propósito de intentar reducir las marcadas diferencias entre los colombianos. 

Bajo esta lógica, existir para un hogar es por definición discriminador, conforme las personas van subiendo de estrato, la dotación de bienes y servicios públicos mejora de forma muy importante, así mismo los costos que un hogar debe pagar para tener acceso a tales posibilidades es muy superior. Por lo tanto, dichos costos hacen que los hogares que podrían vivir en zonas mejores, superiormente dotadas, en el marco de opciones más satisfactorias, no puedan acceder a semejantes condiciones debido esencialmente a que necesitarían ingresos muy superiores para lograrlo. 

Por otro lado, recurrentes reformas tributarias aprobadas a lo largo de los años, concebidas con el propósito de reducir la desigualdad y generar recursos para desarrollar programas, que permitan contrarrestar la pobreza, han sido increíblemente agresivas con las micro, pequeñas y las medianas empresas, que son las que realmente le dan empleo a la mayoría de la población. Las personas comunes no trabajan en multinacionales o grandes conglomerados, trabajan en restaurantes, pequeñas fábricas de ropa, droguerías, empresas modestas de vigilancia, entre otros, como empleados o pequeños emprendedores, no obstante, hemos venido haciendo cada vez más costoso y difícil existir para estas organizaciones. Crecer para emprendimientos de dichas características, supone costos que como negocio informal no era necesario asumir, lo cierto es que, considerando el nivel de ingresos de sus clientes, la disponibilidad a pagar por sus productos es la misma, no obstante, los costos se multiplican conforme escalan el tamaño de su operación. Debido a esto muchas empresas se mantienen en un tamaño subóptimo o terminan generando márgenes pequeños para el empresario, que le impiden pagarle bien a sus empleados o que lo llevan a tomar la decisión de liquidar la empresa para migrar a inversiones que supongan obtener el mismo rendimiento con menor esfuerzo. 

Entonces, por un lado, hemos construido una realidad que hace cada vez más costoso mejorar la calidad de vida de las personas de menores ingresos y riqueza y por el otro, pone todo tipo de talanqueras para mejorar en ingresos, cargándole cada vez más obligaciones a las pequeñas empresas que tienen potencial para generar empleos de calidad. 

Sin embargo, ahí no termina el problema, toda esta estructura diferencial que hemos construido a lo largo del tiempo, hace que sea muy costoso ofrecer servicios esenciales para mejorar ingresos como por ejemplo una buena educación. Una universidad de calidad, necesita personas capaces, tecnología, instalaciones, que debido a esta estructura diferencial terminan siendo costosas, por lo tanto, el precio de sus servicios se vuelve tan alto, que solamente una pequeña proporción de hogares puede procurárselos. A este efecto la economía le llama distorsión, al final de cuentas, debido a estos costos que se incrementan de acuerdo con el estrato y con el nivel de ingresos para personas jurídicas, el acceso a lo que producen un buen número de organizaciones se vuelve restringido para una parte importante de la población, por lo tanto, no solo terminan estancados en empresas pequeñas que no generan margen, en zonas habitables que no tienen las dotaciones necesarias, sino que también terminan limitados a procesos de creación de capital humano que no tienen la calidad suficiente para equipararlos con las poblaciones de mayores ingresos. 

En últimas, todo este diseño, lo que hace es frenar la posibilidad de buena parte de la sociedad para mejorar ingresos y riqueza. 

En aras de aterrizar todo este planteamiento, pensemos en el caso de doña Blanca, quien para generar ingresos decide montar en su barrio un puesto de empanadas. Ella misma elabora el producto y con lo que vende, genera un ingreso apenas suficiente para cubrir sus costos diarios. Sabe que con el éxito que tienen sus empanadas, podría vender una cantidad mayor, pero advierte que para hacerlo, necesita pasarse a un local y contar con los servicios de un par de empleados. No obstante, si lo hace, debido al nivel de compras, ventas y a la necesidad de contratar empleados de manera formal, quedará identificada por la Dirección de Impuestos, viéndose obligada a pagar una serie de costos de los que antes no era responsable. De otra parte, doña Blanca sabe que los clientes que consumen sus empanadas no están dispuestos a pagar más por ellas, por lo que si se mueve a formalizarse lo más seguro es que su margen por empanada se reducirá. Supongamos en todo caso que lograra hacer lo mencionado, abre el local, contrata los empleados y gracias al incremento del volumen, mejora sus ingresos, esta nueva situación le permite pasarse a vivir a una zona de la ciudad con mejores condiciones de calidad de vida. Lo que seguramente pasará, es que lo que paga por arrendamiento, servicios, víveres etc., en dicha parte de la ciudad, es ahora mucho mayor y que a pesar del incremento de ingresos tendrá dificultades para cubrir semejantes obligaciones. La conclusión luego de todas estas apreciaciones, es que doña Blanca preferirá quedarse como está, vendiendo las empanadas en la calle, viviendo en el mismo barrio, con los mismos ingresos, es decir decidirá no hacer nada porque sabe que entre más gane es posible que más difícil le sea existir. 

Ése queridos amigos es el sistema que hemos construido durante años con el objetivo de reducir la desigualdad y mejorar las condiciones de pobreza de la mayoría de la población. Lo cierto del caso es que las cifras demuestran que no está funcionando y que por tanto, vale la pena revisarlo para hacer las modificaciones necesarias.