Los economistas latinoamericanos le están fallando muy seriamente a la sociedad por varias razones, en primera instancia dejaron de preocuparse por el bienestar de las personas y por entender los fenómenos económicos, en segunda instancia paulatinamente dejaron de ser científicos para convertirse en religiosos.
La economía en su esencia contiene algunos aspectos fundamentales que nuestros economistas han dejado atrás, la comprensión profunda del sistema económico y social, el entendimiento de los procesos de asignación de los recursos con los que la humanidad cuenta, que por definición son escasos y sobre todo, el mejoramiento del bienestar de cada uno de los individuos que forman parte del mundo.
Dicho lo anterior, en la actualidad, en su gran mayoría, los economistas están obsesionados con doctrinas económicas asociadas a su propia visión del mundo, que promueven en todos los círculos independientemente de que funcionen o no, muestren buenos o malos resultados en lo que tiene que ver con los aspectos de la esencia económica que acabo de mencionar.
En las conversaciones con economistas consumados y con estudiantes de economía formados por ellos, citan a Marx, a Keynes, a Mises o a Friedman y a toda su descendencia, dependiendo de a qué religión pertenecen, como si fueran deidades, como si sus palabras fueran la revelación de un profeta y no un simple aporte histórico de alguien que puso un pequeño grano de arena para construir el actual conocimiento económico.
Lo que hacen al interior de los entornos académicos, organizacionales y familiares, es actuar como predicadores que difunden una doctrina llena de supuestas “verdades” que la providencia les reveló solo a ellos. En general estas ideas plantean una utopía económica y social que no se ha materializado, pero que a través de la fe tendrá lugar dando solución a todos los problemas de la humanidad.
Como en toda ideología centrada en la fe profunda, no cuentan con evidencia real que permita probar la veracidad de sus planteamientos, tampoco reconocen las cifras aportadas por la historia, mas bien tratan de adaptarlas a su propio argumento interpretándolas como les conviene para efectos de convencer a sus creyentes.
Para los religiosos de izquierda, el mundo sigue siendo el de explotación capitalista de la revolución industrial que debe desmontarse mediante la ruptura del sistema, la lucha de clases, la redistribución, el abandono del individualismo, además, el Estado debe ser el gran planeador central de la economía, pierden de vista aspectos tan esenciales como que el mundo ha cambiado de forma muy relevante y que el Estado tiende a funcionar mal como organización. Para los de derecha, los mercados solucionan todo, el egoísmo consumado es capaz de erradicar todos los problemas humanos, el Estado debería desaparecer para facilitar el desarrollo privado sin importar las desigualdades resultantes en materia de bienestar y los evidentes riesgos en lo relacionado con la sostenibilidad de nuestra especie y el sistema natural que la rodea.
Cuando cualquier persona cuestiona su credo, o pone en duda alguno de estos planteamientos, de inmediato es catalogada como “infiel” infectada por los conceptos herejes de la religión opuesta.
Lo más difícil de todo éste misticismo, es la profunda irracionalidad que genera, de cuando en cuando, vemos países con economías destruidas que no llegan a ser comprendidas por estos religiosos, cuyos indicadores muestran altas tasas de inflación, monedas fuertemente devaluadas, creación de valor y riqueza increíblemente desigual, que además tienen serios problemas en materia de distribución eficiente de recursos, altos niveles de pobreza y bajos resultados en términos de bienestar. A pesar de las pésimas decisiones motivadas por ellos, defienden sus desaciertos en el marco de una fe ciega que sustenta la terca negación de la apabullante evidencia, que muestra que lo que están haciendo como sociedad está acabando con la felicidad de las personas, o peor aún, prioriza la felicidad de unos por encima de la de los otros.
La fe y sus ideas profundas los obnubilan, ignoran cosas evidentes, por ejemplo, los de izquierda creen que la apropiación por parte del sector público de una porción importante del valor generado por el sector privado, así como la profunda ineficiencia estatal que prácticamente destruye dicho valor, no tendrá ningún efecto en las decisiones de las personas, creen que darse cuenta sistemáticamente, de que lo que construyen los hogares y las empresas con mucho esfuerzo, termina diluyéndose entre los procesos pesados y burocráticos públicos; no generará una justificada aversión y rechazo. Los de la facción opuesta pierden de vista cosas tan evidentes como que el libre mercado no es capaz de sacar a las personas de la pobreza ni en los países más avanzados del mundo y que la profunda desigualdad destruye los pilares fundamentales de los mercados competitivos y las sociedades democráticas.
Ambas facciones, en el marco de su fe ciega, olvidan que la economía procede de decisiones que diferentes sociedades han tomado a lo largo de siglos de prueba y error, que al igual que el lenguaje, los modelos económicos se configuran como la agregación de múltiples puntos de vista, de millones de variables y fenómenos alrededor del mundo, que en este proceso de depuración colectiva termina prevaleciendo lo que como sociedad consideramos más pertinente para nuestra realidad y que seguirá configurándose independientemente de que los religiosos quieran modificarlo para que represente enteramente las enseñanzas de sus deidades, profetas y los planteamientos de su fe.
Lo cierto de todo esto, es que el rol de los economistas en la sociedad latinoamericana debe modificarse enteramente, pues es evidente que en vez de aportar, de forma similar a como lo hacen los médicos, los ingenieros y demás representantes de otras áreas del conocimiento, con su fanatismo, están conduciendo al mundo que los rodea a enfrentarse, confundirse y paralizarse.