martes, 4 de abril de 2023

El mito de la autoridad


Los países latinoamericanos compartimos una historia común, relacionada con imperios, conquista, independencia y luchas internas por el poder. En todas sus etapas, han existido gobernantes que pretenden mandarnos, darnos órdenes para imponer su propio parecer en el marco del ejercicio de la fuerza y la coacción. Esta dinámica se mantiene hasta el día de hoy, ahora un tanto soterrada y moderada por las constituciones políticas, pero presente en nuestra realidad, con todo lo que semejante situación implica. Al analizar el discurso de los diferentes políticos de cualquiera de las facciones e ideologías, cuando se estudia el comportamiento de los distintos gobiernos nacionales y territoriales, se advierten expresiones claras relacionadas con la conciencia del poder y sobre todo con su disposición para desplegarlo en el marco del ejercicio de la autoridad. Es claro que todos ellos están convencidos de que fueron elegidos para mandarnos, obligarnos a hacer o dejar de hacer cosas y que su papel más relevante está relacionado con coacción, además que actuar en consecuencia se considerará un aporte valioso para nuestra evolución como sociedad.

 Lo cierto es que todo este planteamiento no es más que un mito, con raíces históricas, que los países más evolucionados han desmontado de forma evidente. Tal historia inventada, en general, es irracional y absurda en sus fundamentos por varias razones, la primera de ellas, es que nadie en su sano juicio conformaría una organización como El Estado, elegiría directa o indirectamente a iguales, con el propósito de recibir mandatos que determinan sus propias acciones. La segunda es que como humanidad hemos llegado a la conclusión de que la libertad es uno de los principios fundamentales de nuestra existencia y felicidad, por lo tanto, los modelos democráticos son el mecanismo conocido más eficaz para garantizar dicha condición, no obstante, el tener sobre nosotros figuras de poder jerárquicamente superiores, que con acciones autocráticas están definiendo nuestra existencia, controvierte enteramente todo esté planteamiento. La tercera es que los países más evolucionados en materia de bienestar y felicidad carecen de gobiernos autoritarios. La cuarta, es que la coacción ralentiza consciente e inconscientemente todas las dimensiones del desarrollo humano, pues lo bloquea y lo delimita al parecer del gobierno autoritario. 

En últimas, el ejercicio de la autoridad sobre los individuos mediante medidas prohibitivas o coacción, poco o nada nos aporta y por el contrario, restringe la capacidad de nuestros países para desarrollarse en la medida en que nos convierte en individuos dependientes de quién ejerce la autoridad, de su parecer y mandato, hasta el punto que abandonamos la iniciativa y la voluntad de actuar en el marco de nuestro propio albedrío. 

La realidad es que dadas estás implicaciones, es necesario el desmonte completo de semejante construcción mentirosa, para migrar del ejercicio del poder y la autoridad, al verdadero liderazgo y una real gerencia de sociedades, países, ciudades etc., que se concentre en satisfacer enteramente todas nuestras necesidades y expectativas. 

No se puede desconocer que la razón por la que llegamos a una situación como la actual, en la que prevalecen convenciones de gobierno tan arcaicas, es eminentemente histórica, lo que vale la pena evaluar son las razones por las cuales nos mantenemos tercamente en la dimensión de los mandones con sesgo autocrático. La realidad es que, en general, nuestros países a lo largo de su historia republicana han tenido liderazgos mediocres, facilistas, cuya primera alternativa siempre es la más sencilla de implementar cuando se es dueño del monopolio de la ley y de la fuerza. No hay duda de que es más fácil mandar que liderar, es claro que es más cómodo prohibir que gerenciar el mejoramiento. 

En todo caso, la autoridad es tan indeseada y negativa para el desarrollo, que podemos encontrar por doquier ejemplos de países autoritarios en los que sus ciudadanos han terminado emigrando masivamente, en un intento por encontrar un entorno más libre y promisorio. Entenderán el nivel de semejante contradicción, cuando esencialmente, cómo sociedad, terminamos cometiendo el grave error de elegir a alguien que con su dinámica prohibitiva y de imposición termina sacándonos de nuestro propio país. 

Es claro que, en los países en que existen gobiernos basados en el ejercicio del poder y la autoridad, la creación de valor y riqueza se dificulta de forma importante. Al final de cuentas, dado el facilismo en las decisiones de los gobernantes, termina configurándose un entorno en el que emprender, desarrollar exitosamente una iniciativa se convierte en algo muy difícil de lograr. Básicamente porque su materialización entra en conflicto con todas las prohibiciones existentes o termina dependiendo de la voluntad de quien tiene el poder de la imposición. Al final de cuentas estás sociedades terminan preguntándose las razones de su pobreza e inventando mecanismos también autoritarios para tratar de solucionarla, cuando sus propias decisiones los condujeron a un resultado como ése. 

La verdad es que antes de pedir como sociedad, de forma desprevenida, el ejercicio de la autoridad, lo que deberíamos hacer es exigir el desmonte definitivo de una dinámica tan anacrónica, buscando la prevalencia por todos los medios del absoluto respeto por la libertad, la búsqueda individual, colectiva de la felicidad y la reducción real de la mediocridad de los gobiernos y los líderes que afectan nuestra vida y existencia. 

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