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A lo largo de nuestra existencia, las personas nos enfrentamos a todo tipo de estímulos políticos, económicos, técnicos, científicos, sociales etc. Dependiendo de las características del entorno, de su amplitud, diversidad y de nuestra exposición a su incidencia; conformamos un set de ideas esencial que determinará la mayoría de decisiones que tomaremos en nuestras vidas. Damos forma al conjunto de abstracciones principales de la realidad, almacenado en nuestro cerebro, que definirá la forma en la que interpretamos todo lo que pasa en nuestro alrededor e incluso, establecerá si ideas nuevas pueden entrar a formar parte de este entramado mental de referencia.
Naturalmente, la forma en la que estas ideologías se configuran y consolidan al interior de cada persona es absolutamente diversa, en algunos, se mantienen en permanente reconstrucción, mientras que en otros, se consolidan en algún momento de su vida con cimientos tan fuertes que impiden cualquier clase de modificación más adelante. En el segundo caso, podemos hablar de ideologías altamente arraigadas o fundamentadas que conducen a que la forma en la que entendemos el mundo no cambie a lo largo de nuestras vidas, a interpretar toda su complejidad y matices mediante el mismo e invariable grupo de configuraciones abstractas. De hecho, nuestro análisis del universo y la vinculación de otros puntos de vista, está dirigida a reforzar nuestra propia construcción mental, por lo tanto, en vez de ampliar el marco de referencia, lo que tiende a pasar con los años es que se reduce, concreta y de alguna manera, se hace más sofisticado.
El problema obvio de una situación como esta, es la generación de ignorancia tácita. Nos aproximamos a toda clase de nuevas perspectivas y puntos de vista, no obstante, con base en prejuicios motivados por tan rígida estructura mental, terminamos descartando la mayoría de estas nuevas posibilidades.
Esta actividad permanente nos lleva a decidir lo que consideramos verdadero o falso. En efecto, al tener tan fundamentado un set de ideas específico en nuestras cabezas, concluimos que nuestro punto de vista es el único verdadero y que todas las demás posiciones son falsas. Tal conclusión genera una permanente actitud de protección de nuestra ideología, el ataque sistemático a todo lo que no coincide con ella, es decir, a todo lo que consideramos falso.
La ignorancia se genera por nuestra posición de decidir no conocer todo lo que no se parece a nuestro ideario, sin duda es tácita y no explícita, pues tenemos la percepción de que hemos accedido a todo tipo de posiciones y puntos de vista, cuando lo cierto es que, a pesar de que interactuamos con ellos, decidimos descartarlos de tajo sin apropiarlos en realidad.
El hecho de que seamos los únicos que poseemos la verdad y que la posición del resto del mundo sea falaz y equivocada, conduce a un resultado obvio mediado por la imposición de las ideas, por la tiranía del propio punto de vista. En efecto, la voluntad de imposición termina generando violaciones de los principios morales más fundamentales, bajo la perspectiva de que el bien superior generado por la imposición de nuestra verdad, supera a cualquier mal necesario, sin importar sus reales implicaciones.
Bajo esta premisa, se configuran un sinnúmero de actuaciones cuestionables desde un punto de vista ético, que resultan más cotidianas y parecidas entre ellas de lo que nos imaginamos: una madre castiga físicamente a su hijo, es decir, decide violar sus derechos, infringirle dolor y sufrimiento, por el supuesto bien superior de que tal castigo logrará que su comportamiento se ajuste a lo que ella considera correcto. Un colega técnico decide desacreditar a otro colega, hacer que lo despidan de su trabajo, con las consabidas implicaciones para él y su familia, como lección por ir en contravía de los planteamientos técnicos que aquel considera correctos. Un ciudadano decide que todos los que piensen de forma diferente a como el mismo piensa, deben estar en la cárcel o por fuera de la toma de decisiones políticas, con las implicaciones en el ejercicio de su ciudadanía, que una decisión como esta genera. Una parte de la sociedad puede concluir que otra porción de ella, debe desaparecer para que se imponga la que ella considera su verdad, con las obvias consecuencias morales de acabar con la vida de un conjunto de personas, catalogadas convenientemente como indeseables.
Son muchos los ejemplos de la tiranía de las ideologías que pueden contarse en nuestro contexto y han definido nuestra realidad histórica como sociedad occidental: la Santa Inquisición Católica y la imposición de sus ideas religiosas, la Doctrina Truman y la imposición de un conjunto de ideas políticas, el machismo, el feminismo y su voluntad de imponer una ideología de género sobre otra, el esclavismo y la pretensión de imponer a una ideología de raza sobre otra, el capitalismo puro y su idea de imponer una ideología económica sobre otra etc.
La imposición de ideas genera rupturas sociales, resentimientos, reacciones opuestas que destruyen las sociedades, la única forma de evitar resultados tan negativos, es flexibilizando las rígidas estructuras ideológicas reinantes de cualquier índole y orientación, comprendiendo que no hay un dueño de la verdad y que lo que una parte de la sociedad considera válido, puede no serlo para la otra, de hecho, muy seguramente, no lo será para nadie desde un punto de vista eminentemente objetivo.
En adelante, cuando nos enfrentemos a una posición técnica, política, económica, social etc., diferente desde algún punto de vista y sintamos que está equivocada, que es falsa, que va en contravía de nuestra visión del mundo y controvierte los fundamentos de nuestra ideología, démonos el tiempo de pensar en ella con consideración, cuidado y sobre todo respeto, pues en vez de vulnerar nuestro ideario puede ayudarnos a mejorarlo.
Tengamos muy presente que lo peligroso en el mundo no son las ideas, aquellas plantean sencillamente puntos de vista diferentes que nosotros no habíamos tenido la posibilidad de advertir, lo peligroso en realidad, es aferrarse a ellas como si se tratara de un credo o de una verdad que nos fue revelada por una instancia suprema.
No perdamos de vista que el conocimiento es por definición sincrético, es decir, se construye en conjunto, con la mezcla de diferentes perspectivas, posiciones y maneras de ver el mundo, que en la medida en que renunciemos a su evolución y apropiación nos convertiremos en ignorantes, sin importar cuántos libros hayamos leído o cuántos programas académicos hayamos cursado. Si no nos abrimos a aprender lo único que habremos logrado con la revisión de todas aquellas páginas y la participación en todos aquellos escenarios de discusión, será haber estado expuestos a grandes cantidades de información sin lograr ninguna mejora real en nuestro conocimiento y sabiduría.