Las personas hablan desprevenidamente del Estado sin saber en realidad lo que es, en sus expresiones se detectan concepciones profundamente desviadas de la realidad conceptual que vale la pena desmitificar. Por lo tanto, no obstante en muchos de los escritos pasados defino rápida y desprevenidamente el concepto de Estado, bien vale la pena darse la oportunidad en este caso, de estructurar una presentación más precisa.
En primera instancia, es apropiado dejar claro que el Estado, más allá de cualquier connotación filosófica, no es más que una simple organización, es decir, se trata de un conjunto de recursos humanos, financieros, tecnológicos etc., organizados de una forma específica con el propósito de materializar unos objetivos muy puntuales.
Dicha configuración existe por la misma razón por la que decidimos estructurar una organización administradora en un conjunto habitacional, porque varios objetivos de nuestra realidad humana, por definición deben ser acometidos en conjunto, mientras nuestra actividad individual, nos distrae de materializarlos. En ese sentido, de forma práctica, hemos decidido conformar una organización que se encargue de ellos mientras nosotros nos concentramos en lo relacionado con nuestros intereses individuales. Cuando por ejemplo tenemos que arreglar nuestra casa, nosotros podemos encargarnos, pero cuando se trata de construir o mantener los caminos que comunican a nuestra casa con las de miles de personas más, es necesario trabajar de forma conjunta con otros para lograrlo. Teniendo claro que tales necesidades no son esporádicas sino permanentes, hemos descubierto que en vez de intentar unirnos para materializar un objetivo conjunto recurrentemente, lo mejor es conformar una organización delegada que se encargue de asegurar el mantenimiento efectivo de las vías mencionadas, la gestión de muchas otras dimensiones más y que se asegure de mantener una armonía social que nos permita vivir tranquilos y sin contratiempos.
Entonces, de acuerdo con lo anotado, es claro que el Estado no es un ente abstracto con vida propia, sino que más bien, es una organización concreta, que depende enteramente de nuestra voluntad y disposición, configurada para hacer cosas que nosotros y nadie más que nosotros, queremos que haga.
En este sentido, se puede inferir que el Estado carece enteramente de fuentes de financiamiento propias, en realidad adelanta toda su actividad mediante el aporte de una cuota que proporcionamos todos y cada uno de nosotros directa o indirectamente. Por ejemplo, los ciudadanos adelantan diferentes actividades privadas que crean valor para la humanidad, ese valor se remunera y lo que se acostumbra, es que parte de esta remuneración sea cedida a la organización estatal para cubrir su sostenimiento y financiar el desarrollo de sus actividades. Por otro lado, cuando el Estado recibe ingresos por cuenta de la explotación de recursos naturales, en realidad lo que tiene lugar, es que los dueños de estos recursos, es decir todos nosotros, delegamos en esta organización el aprovechamiento de la remuneración recibida por dichos recursos, de manera que asegure que lo que se obtenga por cuenta de este valor colectivo, se distribuya correctamente entre todos.
Por lo tanto, es completamente impreciso, asumir que el Estado tiene la posibilidad de financiarse a través de algún mecanismo a si mismo. La realidad es que todos sus ingresos son una concesión otorgada por la sociedad dueña del valor que los genera. Por ejemplo, hace años la mayoría de países tomaron la decisión de delegar en el Estado la producción de dinero, sin embargo, el dinero como mercancía carece de valor intrínseco, se trata sencillamente de una herramienta necesaria para lograr el cierre de transacciones entre la oferta y la demanda de la economía, en este sentido, es una locura pensar que la impresión del dinero supone creación de valor, cuando sencillamente se trata de una tarea asignada por todos nosotros al Estado, para poder tener billetes que nos permitan intercambiar fácilmente los bienes y servicios que todos producimos y consumimos.
Por otra parte, es pertinente aclarar también el concepto de Gobierno, alrededor del cuál parecen existir confusiones relevantes. Lo que denominamos de esta forma, no es más que el conjunto de individuos designados por nosotros para que gestionen la organización que decidimos conformar, con el propósito de acometer nuestros objetivos colectivos y mantener la armonía social. De esta forma, nos referimos naturalmente a personas que nos son subalternas, es decir, que nosotros financiamos y que están ahí para hacer enteramente lo que nosotros queremos que se haga. Desde este punto de vista, es impreciso asumir que los gobernantes son superiores en algún sentido a cualquier ciudadano, cuando en realidad se trata de actores contratados por este último, para administrar una organización creada con el fin único de servirle y que además es totalmente financiada por él mismo.
Otro aspecto sobre el cual parecen existir grandes confusiones, es la importancia de los diferentes ciudadanos tanto para el Estado como para los distintos Gobiernos. Lo cierto es que el poder que puede ejercer cualquier individuo como determinador del Estado y superior del Gobierno, tiene que ser exactamente el mismo. Sin importar si se es rico, pobre, de una raza o de otra, de un género u otro, de una vertiente política o de otra etc., sus decisiones y requerimientos deben tener exactamente el mismo peso, pues se trata de uno de tantos que decidieron conformar la organización estatal, financiarla y elegir las personas encargadas de gestionarla. En este sentido pretender, que la Estructura del Estado priorice los intereses de un grupo específico o que un gobierno tome decisiones que privilegian a algunos, es un completo exabrupto.
Finalmente, lo que concebimos como Democracia moderna, no es más que una de tantas maneras posibles de diseñar la organización estatal, establecer los objetivos colectivos con los que debe comprometerse y escoger los gobiernos que la gestionarán. Es extraño ver que para muchos parece ser una configuración divina, inmodificable, cuando se trata sencillamente de una decisión social, que ha demostrado cierta concordancia con la mayoría de convenciones modernas en materia de justicia. Lo cierto, es que debemos considerar que la Democracia adolece de infinidad de debilidades estructurales, perversas, que deben corregirse con profunda tranquilidad, por cuanto en nuestras manos está decidir la forma en la que queremos que opere el Estado.
A manera de conclusión es necesario resaltar que, lo que entendemos como Estado debe revisarse y asumirse como en realidad es, para empezar de manera individual y colectiva, a materializar todos los ajustes necesarios para que dicha organización empiece a operar de forma correcta y garantice la total satisfacción de todos nosotros, sus autores.