Publicado en el Diario Portafolio
Durante años hemos tenido oportunidad de conocer un conjunto muy amplio de teorías que intentan explicar las razones por las cuales existen diferencias tan marcadas entre países en materia de riqueza y desarrollo, las aproximaciones son tan variadas que van desde planteamientos como el imperialismo, pasando por las características geográficas y socio demográficas del territorio, hasta el tenor de las reglas sociales e incluso sofisticadas teorías de la conspiración. Lo cierto es que al final de cuentas, al analizar casos de desarrollo rápido como los de Taiwán, Israel, Luxemburgo, Noruega, China, por mencionar algunos, lo que termina definiendo si un país se desarrolla o no y alcanza altos o bajos estándares de bienestar, son las decisiones que toma en materia política y económica. A pesar de que el caso de cada país es diferente y difícilmente comparable al de los demás, lo claro es que, en algún momento de su historia, tomaron la decisión como sociedad de salir de la pobreza para posteriormente, modificar una a una las dimensiones de su realidad, asegurando semejante resultado.
Por su parte, a pesar de que en Latinoamérica hemos tomado un sin número de decisiones económico-políticas a lo largo de los años, en la mayoría de nuestros países, su incidencia nos ha llevado por caminos menos exitosos que las de los casos enunciados. Desafortunadamente, debido a la evolución histórica de nuestra realidad, todos nuestros imaginarios han estado mediados por conceptos como la lucha de clases, el autoritarismo, el populismo, entre otros. En este sentido, nuestras decisiones han girado en torno a deudas históricas, reivindicación, enfrentamientos entre grupos poblacionales específicos y demás fenómenos similares.
Al final de cuentas, bajo esta lógica, la sumatoria de cada una de las decisiones tomadas por las diferentes generaciones, terminó configurando un entorno sociopolítico y económico, que nos ha dejado a medio camino en términos de dar alcance real a las necesidades de nuestras poblaciones. Vale la pena reconocer que, en la actualidad, la mayoría de nuestros países son de ingreso medio y adolecen de una marcada desigualdad, además sus matrices productivas tienen escasa capacidad para producir valor, debido a que están concentradas en la producción de bienes y servicios primarios con mermado nivel de sofisticación.
Como consecuencia, hoy día, se tiene una amplia base poblacional escasamente formada, con capacidades poco sofisticadas y fácilmente reemplazables que carece de capacidad para producir grandes cantidades de valor. Semejante situación la mantiene cautiva en los sectores de la matriz productiva que menos valor producen, por lo que los ingresos que recibe terminan siendo insuficientes.
Una situación como ésta supone un verdadero reto social, pues el valor que estas poblaciones son capaces de aportar para la provisión de bienes y servicios públicos es prácticamente nulo, por lo que la porción más formada, con capacidades más desarrolladas y mayor facilidad para producir valor, asume la totalidad de dichos costos. Así las cosas, termina cediéndole al Estado tanto valor producido, que al final de cuentas son pocos los incentivos que tiene para seguir produciendo la misma cantidad de valor.
En razón a lo mencionado, terminamos con realidades llenas de mecanismos diseñados para capturar el valor producido por una parte de la sociedad, con la esperanza de poder transferírselo a la otra con menores posibilidades. Sin embargo, un entorno de estas características termina dificultando de forma muy relevante el emprendimiento y la construcción colectiva de ideas que permitan la producción de más valor, en tanto, la matriz productiva no evoluciona hacia sectores de alto valor, sino que contradictoriamente, se deteriora y focaliza en sectores informales que, al final de cuentas, no son capaces de garantizar ingresos razonables para estas poblaciones menos favorecidas. En consecuencia, terminamos en un entorno lleno de pobreza y desigualdad estructural que, a pesar de todos los esfuerzos, desde un punto de vista objetivo, nunca podrán ser erradicadas.
Salir de esta espiral de deterioro, supone varios cambios en el paradigma político y económico. Lo primero como en el caso de los países de reciente desarrollo, es convencernos de que ya no queremos ser países pobres, lo segundo es abandonar los paradigmas tradicionales en el marco de los cuales llegamos a esta situación, dejar atrás la perspectiva de lucha de clases, de reivindicaciones sociales, de subsidiar la pobreza, para pasar a imaginarios concentrados en producir riqueza para todos y cada uno de los integrantes de nuestra sociedad. Lo segundo, naturalmente, es iniciar un proceso serio de recomposición de la matriz productiva migrando a otros sectores que produzcan bienes y servicios altamente demandados por el resto del mundo y que supongan una muy masiva concentración de valor agregado. Lo tercero, es formar a las nuevas generaciones de bajos ingresos estructuralmente, para generar las capacidades sofisticadas que requieren los nuevos sectores productivos, de forma que se integren efectivamente a ellos entregando mucho valor y de esta manera, eleven notablemente su nivel de ingresos. Lo cuarto, es centrar los recursos públicos escasos en financiar de forma decidida dicha oferta educativa y modificar todo el entorno de infraestructura, para facilitar el flujo de bienes y servicios producidos por estos sectores hacia el exterior. Lo quinto, es ofrecer infinidad de incentivos para empresas con conocimiento desarrollado en los sectores a los que queremos migrar, para que se instalen en el país, aprender de ellas y paralelamente priorizar el irrestricto apoyo a emprendimientos totalmente nacionales que aprovechen estos aprendizajes y nutran industrias sólidas de gran alcance.
Claramente, objetivos como los anotados no los materializaremos de la noche a la mañana, por lo tanto, para que funcione, es necesario que todos nos convenzamos de que este efectivamente es el camino, que luchemos generación tras generación por recorrerlo de forma certera y sobre todo, que en el entretanto, nos unamos como sociedad conformando un equipo sólido que trabaje obsesivamente codo a codo sin dudas ni reservas.