En los últimos años, un conjunto de personas, al interior de universidades, entornos políticos, en general, actores con actividades desvinculadas del sector real; ha venido construyendo una historia falsa en relación con el emprendimiento y los empresarios. Partiendo del cuestionamiento de hace siglos, promovido en su momento por Marx, Engels y posteriormente por sus descendientes ideológicos, centrado en la explotación de los trabajadores, en la tesis de que el aporte del trabajador es la verdadera fuente de valor en la sociedad, en el concepto de la plusvalía y la lucha de clases; cuestionan y denigran del rol de los empresarios en la sociedad y los beneficios del emprendimiento, partiendo del hecho de que los empresarios por sí mismos no aportan valor, en general son simplemente dueños del capital y fundamentalmente se rentan de su propiedad.
Toda esta construcción, que en algún momento de la historia resultó útil para el mejoramiento de la sociedad, en la época actual es total y completamente improcedente por varias razones.
El valor no está explicado por la cantidad de trabajo invertido: en la actualidad tenemos claro que el valor está determinado por la relación entre quien produce y quién consume, sabemos que la interacción entre estas dos perspectivas las cuales están centradas por un lado, en cuánto cuesta producir algo teniendo en cuenta todos los elementos involucrados en la producción, y por el otro, qué tanto la sociedad, necesita o desea lo que se produce. Para ilustrar ésta consideración pensemos en un emprendedor que decide producir grilletes para esclavos, invirtiendo grandes cantidades de trabajo en su elaboración, teniendo en cuenta que la sociedad abandonó semejante práctica, por fortuna hace años, seguramente el valor real de lo que vende será nulo precisamente porque nadie necesita o desea tal artículo no obstante alguien decida producirlo.
La importancia creciente de la gerencia: cualquiera que haya emprendido, sabe que el aporte más grande que hace el emprendedor, el empresario en la producción de bienes y servicios, es la articulación de infinidad de recursos de toda índole para materializar un resultado notablemente complejo sobre el cual exista necesidad o deseo. No hay duda de que esta capacidad es increíblemente escasa y valiosa, tanto que podemos hacer el experimento de intentar producir algo tan sofisticado como un dispositivo móvil, juntando un conjunto de trabajadores y no tendremos ningún resultado, incluso, podemos trasladar ésta responsabilidad al Estado y conociendo su incapacidad histórica para desempeñar dicha tarea, no logrará lo que un buen emprendedor hace de forma rápida y sistemática. Se ha difundido el mito de que el empresario únicamente aporta los medios de producción lo cual es totalmente falso y ajustado a otra época, de hecho este planteamiento proviene en general de personas que jamás en su vida han emprendido con éxito, en realidad, para un emprendedor lo menos relevante es la propiedad de los medios de producción, tanto así, que en las primeras etapas de un emprendimiento real no le pertenecen, usualmente su consecución procede de préstamos y apalancamiento. En la mayoría de los casos le prestan justamente gracias y en proporción a su capacidad de gerencia y logro de resultados.
El Estado no puede reemplazar al empresario: podría hacerlo, pero la experiencia ha demostrado que en modelos democráticos es un pésimo emprendedor, corrupto, ineficiente e ineficaz. De hecho, lo que no advierten muchos, es que también se apropia de una plusvalía muy relevante a través de impuestos que no se devuelve a la sociedad pues se diluye en un aparataje burocrático. Por lo tanto, bajo estás circunstancias se cambia a un emprendedor ágil y eficaz por otro lento y pesado que se queda con una mucho mayor porción del valor creado por nuestro trabajo.
La mayoría de empresarios no son magnates dueños de grandes corporaciones: según datos de la OCDE hasta el 70% de lo que se produce en la actualidad procede de Pequeñas y Medianas Empresas (PYME), esto quiere decir que la mayoría de emprendimientos en el mundo son en realidad lo que observamos en la cotidianidad, la empresa del panadero que produce pan en el primer piso mientras vive con su familia en el segundo y que para hacerlo contrata dos panaderos aprendices, la peluquería que vincula a otros tres o cuatro peluqueros más, el taller automotriz que da trabajo a otros mecánicos, por mencionar algunos ejemplos.
El emprendimiento no es negativo ni destructivo: lo que destruye el entorno es el emprendimiento irresponsable, que en realidad esta paulatinamente desapareciendo. Gracias a cambios evidentes en las preferencias sociales, cada vez tenemos un emprendimiento más altruista y consciente, más centrado en la sostenibilidad, la ética y la responsabilidad social. Para constatarlo basta estudiar el comportamiento de grandes empresarios a lo largo de la historia, comparar las prácticas de emprendedores como John D. Rockefeller y Andrew Carnegie, con las de contemporáneos como Steve Jobs y Sam Altman, siendo objetivos, es claro que hay diferencias fundamentales en su escala de valores así como en la voluntad de hacer aportes notables para construir una mejor sociedad.
Lo cierto, es que emprender es la base del desarrollo y hasta la fecha, solo los países con una sólida cultura emprendedora focalizada en profundos principios éticos y de justicia, han logrado altos niveles de bienestar y felicidad, por lo tanto, si queremos avanzar es pertinente enaltecer el emprendimiento, la gerencia, la construcción de valor social y concentrarnos en configurar un ecosistema, que haga posible este proceso de forma igualitaria para cada uno de los individuos de nuestra sociedad.