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jueves, 6 de julio de 2023

Las economías irreales y la miopía de los economistas


La economía es por definición, un sistema complejo auto organizado, esto quiere decir que múltiples actores con intereses variados, voluntariamente, se interrelacionan con otros de diversas maneras. Lo interesante del caso, es que siglos de prueba y error en lo que tiene que ver con las características de estos actores y la naturaleza de semejantes interacciones, han generado un sistema estable, con equilibrios más o menos definidos, alrededor del cual gira la vida de todos nosotros. No obstante tengamos la impresión de que las economías de los países son separadas, tan grande e intrincado es este sistema, que supone la vinculación en una sola economía global, de todos los seres humanos que habitamos el planeta.

Una situación como esta supone un verdadero reto para la cibernética, desde el punto de vista de nuestra real posibilidad para controlar y gestionar efectivamente el sistema económico. En efecto, la capacidad de los economistas para comprender todas las partes de este sistema y sus verdaderas interrelaciones es increíblemente limitada, la forma en la que lo estudian tiene serios problemas pues pretenden sacar conclusiones generales, observando los resultados asociados a las partes del sistema. Aún los premios nobel de economía, pretenden explicar un sistema complejo proponiendo teorías específicas sin llegar a concretar ni tan siquiera un asomo de una teoría del todo. Lo cierto, es que en el marco de semejante miopía, proponen fórmulas que en vez de garantizar resultados óptimos para las personas que formamos parte del sistema económico, lo que hacen es perjudicarnos desde diferentes puntos de vista. Muchas de estas recomendaciones que además están preocupantemente contaminadas con sesgos políticos específicos, lo que buscan es manipular el sistema, sus partes e interrelaciones, para materializar un resultado que se supone óptimo cuando claramente no lo es. 

Lo cierto es que, un sistema complejo, auto organizado, por definición, no puede manipularse, es decir, no puede ser engañado en el largo plazo. En gracia de la verdad, lo que han logrado estos intentos de manipulación a lo largo del tiempo, es generar caos y desorden, la realidad es que donde se siguen las recomendaciones de los economistas con semejantes visiones limitadas, se generan daños que posteriormente cuesta mucho corregir.  Por cuenta  de lo que muchos llaman “heterodoxia económica”, que no es otra cosa, que propuestas desconectadas de la verdadera complejidad del sistema económico, se han venido construyendo a lo largo de los años economías irreales, que fingen ser de una manera, con la esperanza de mejorar sus equilibrios, cuando en realidad son de otra forma totalmente diferente. Los síntomas de semejantes economías son fácilmente identificables: controles de precios con la esperanza de reducir los resultados naturales de la interacción entre la oferta y la demanda, manipulación de la tasa de cambio para supuestamente hacer la producción nacional más competitiva a los ojos del resto del mundo, alto volumen monetario en los mercados para supuestamente incentivar el consumo y la producción interna, altos impuestos, deuda y gasto público para pretender mejorar el bienestar de los menos favorecidos etc. Lo cierto es que medidas de estas características tienen el mismo efecto del maquillaje sobre una persona no muy agraciada, en el corto plazo la hace lucir bella, mientras en el largo plazo, una vez desaparece, se revelan las verdaderas características morfológicas. 

Esta dinámica ha llevado a las economías a un nivel de falsedad tal que el Estado ha sido propuesto como un mecanismo para reemplazarlas, cuando técnicamente el segundo se financia enteramente a través de las primeras, por lo que, en el marco de los parámetros actuales, no puede existir sin aquellas. Lo cierto es que pretender tener un Estado boyante sin garantizar una economía desarrollada y sobre todo real, es lo mismo que intentar obtener huevos de oro, matando la gallina que los produce o disfrazando de ave a un animal diferente. 

En efecto, la acumulación sistemática de las decisiones tomadas a lo largo de años de análisis parciales, produce resultados indeseados como la pobreza y la desigualdad. El afán por seguir caminos que generan beneficios banales únicamente en el corto plazo, hace que los actores de la economía cambien su comportamiento, con el consecuente deterioro drástico de su capacidad para crear valor y por lo tanto, la reducción de la posibilidad de la economía para generar excedentes y riqueza que beneficien a todos y cada uno de sus integrantes. De la misma forma, conforme se deterioran los estructurales, mayor es el afán de fingir y pretender, es decir, cuanto menos agraciada la persona, mayor la necesidad de grandes cantidades de maquillaje para aparentar la belleza de la que se carece, por lo que más irreal se vuelve la economía. 

Al final de cuentas terminamos con una economía deteriorada, que produce poco valor y una base importante de pobres, que intentan ser rescatados mediante mecanismos también falsos como la redistribución, bajo esta óptica se pretende que una sola parte de la sociedad, una pequeña, financie a la gran mayoría, no obstante esta decisión merma aún más la economía pues reduce, de nuevo, la capacidad para generar valor y amplía la base de pobres dependientes que seguirán en la pobreza toda la vida sin ninguna posibilidad de movilidad social. 

Finalmente, un sistema auto organizado que a lo largo de cientos de años de aprendizaje ha entendido como configurarse, termina siendo desdibujado por personas que pretenden entenderlo, pero que en realidad no tienen idea alguna de las implicaciones de sus decisiones sobre él. Por lo tanto, terminan configurando economías que están destinadas al fracaso, a la generación de pobreza y sobre todo de desigualdad. 

Lo lógico, naturalmente, sería migrar la perspectiva a tener economías reales, honestas, que renuncien a los maquillajes innecesarios, que sean capaces de evidenciar sus defectos y corregirlos de manera estructural, economías estables diseñadas para desaparecer estructuralmente la pobreza y la desigualdad, en las que el Estado no pretenda reemplazarlas sino más bien, estimularlas honestamente para garantizar cambios sustanciales que permitan que hasta el último de los individuos, pueda sentirse totalmente tranquilo y sobre todo, realizado.


martes, 29 de noviembre de 2022

La política tradicional ha muerto


Pocas cosas han evolucionado tanto en los últimos años como nuestra sociedad, sus preferencias, objetivos, manera de organizarse e interactuar son drásticamente diferentes, no obstante, la política en los países latinoamericanos se ha mantenido estática. 

Semejante situación ha venido generando brechas evidentes entre los políticos actuales y la sociedad que se expresan de forma clara en la reducida favorabilidad de todas las instituciones políticas. La sintonía de las personas con las estructuras políticas formales de los diferentes países es cada vez menor, a pesar de que tenemos una sociedad involucrada en la política como nunca antes, que se moviliza y toma partido. La aceleración de la articulación humana a través de nuevos mecanismos de gran impacto como las redes sociales, ha dado cuenta de mayorías que deliberan como nunca antes en la historia, con el fin de influir en todos los entornos políticos. 

Dicho lo anterior, al hacer un análisis cuidadoso de los imaginarios de los políticos de oficio actuales y las instituciones de las que forman parte, encontramos una concepción precaria y atrasada de la política que no coincide con la manera en la que el resto de la sociedad entiende el mundo. 

En efecto, la política actual está vinculada todavía a las ideas reinantes durante los orígenes del Estado moderno, es decir, aún define a las personas como una especie de súbditos con derechos y ciertas libertades, por lo que está focalizada en el ejercicio del poder y la imposición de la autoridad. 

Por otro lado, sigue concentrada esencialmente en la discusión, la deliberación, el enfrentamiento de posiciones ideológicas antagónicas, la imposición de las ideas y la toma de decisiones centradas en reformas y contra reformas. 

Desde este punto de vista, promueve un paradigma que exalta el liderazgo político tradicional por encima de todo, produce caudillos que a partir del discurso y la batalla deliberativa, intentan convencer a los súbditos de que sus planteamientos son los que deben ser impuestos sobre la sociedad, fabrica gobernantes separados de la realidad social, que con cierto espíritu autocrático toman decisiones que van en contravía del interés general. 

Una lógica como ésta da como resultado gobiernos e instituciones políticas completamente desconectadas de las preferencias sociales, interesados esencialmente, en no perder el control de los hilos del poder y por tanto, adelantar todo un despliegue del discurso, la retórica y la fuerza, para garantizar un eficaz dominio del aparato público y la sociedad.   

En indudable contraste, la sociedad está reclamando una política de nueva generación, ágil, rápida completamente centrada en satisfacer sus necesidades y mejorar su bienestar, una política que pone al ciudadano en el centro de toda su actuación, capaz de empatizar con él y comprender todas sus preocupaciones, configurada desde todos los puntos de vista, para cumplir sus expectativas de manera precisa y contundente. Las nuevas generaciones están en la búsqueda de una política que genere tranquilidad, que asegure entornos estables y abundantes que faciliten el desarrollo individual y la construcción de felicidad. 

Por lo tanto, el ciudadano actual, exige la evolución contundente de los líderes políticos, busca con ansia representantes capaces de unificar la sociedad en torno a objetivos comunes, personas que persiguen a toda costa el bien general, la armonía, abundancia y estabilidad de la economía y la sociedad.

Por definición, estos líderes deben ser menos retóricos y más científicos, es decir, menos interesados en persuadir para instalar socialmente ideas antagónicas y más focalizados en comprender, en interpretar los objetivos comunes, las expectativas generales en torno al bien común y descifrar la manera de conducir a la sociedad de forma certera, tranquila y contundente por el camino que desea recorrer. Por supuesto, estamos hablando de políticos que están menos focalizados en discursos, más centrados en entender las preocupaciones sociales y hacerse cargo de ellas, obsesionados con el liderazgo y la gerencia magistral de la sociedad, para efectos de facilitar su evolución a lo largo del camino por el que quisiera moverse. 

Así las cosas, el divorcio tradicional entre gerencia y política debe desaparecer, bajo ninguna circunstancia es posible ser un buen político si no se es también un buen gerente. Si se entiende la gerencia como el arte de gestionar recursos de toda índole para materializar resultados y este punto de vista se concilia con la obsesión por hacerse cargo y conducir de forma certera a que la sociedad materialice sus objetivos, se entenderá la profunda irracionalidad de mantener separados estos dos conceptos. 

Ser buen gerente implica formarse para serlo, lograr verdadera maestría en el arte de gestionar organizaciones, recordando, que un país en sí mismo, es una organización de personas con múltiples elementos y objetivos comunes, teniendo en cuenta que está nutrida por infinidad de recursos y capacidades, los cuales, deben ser comprendidos y gestionados eficazmente con el propósito de lograr el mejoramiento del bienestar de todos sus habitantes, así como la satisfacción de sus diversas expectativas. 

De la misma manera, la buena gerencia supone ser consciente de que el país cuenta con una organización pública diseñada y concebida para facilitar el logro de los objetivos de toda la sociedad, mantener su armonía social, económica, entregar bienes y servicios de carácter público que nadie más es capaz de entregar, los cuales, deben garantizar un ajuste perfecto a las preferencias de los ciudadanos, una calidad y pertinencia notables, superior a la de cualquier empresa privada, pues si bien, el bienestar de una persona no parece afectarse de forma sustancial cuando se presentan problemas en la producción de bienes triviales como un nuevo reloj o nuevo teléfono inteligente;  si cambiará drásticamente si servicios tan esenciales como seguridad, justicia, salud, educación, infraestructura pública etc., no le son provistos de forma apropiada. 

De acuerdo con todo lo expresado, la favorabilidad de las instituciones políticas empezará a mejorar cuando los políticos cambien y las instituciones se transformen, cuando aparezca la primera generación de políticos capaces de gerenciar magistralmente el país y al interior de todas las ramas del poder público y sus diferentes entidades, tengamos gerentes que conozcan perfectamente su negocio, totalmente empáticos con las necesidades de los ciudadanos y con habilidades muy desarrolladas para transformar drásticamente las ciudades, los municipios y los entornos rurales tomando decisiones mucho más pertinentes y gestionando de forma mucho más inteligente los mismos recursos con los que en la actualidad contamos. 

Versión en audio