martes, 25 de febrero de 2025

La historia no contada sobre la primera línea del Metro de Bogotá


 Fuente: El Espectador 


Pocos han oído la historia que les voy a contar, pero vale la pena presentarla de forma detallada, con el propósito de que la opinión pública conozca de primera mano el porqué del recurrente desacuerdo en torno a la construcción de la primera línea del metro en Bogotá. Como todos sabemos, la discusión del metro es de vieja data, sin embargo, en la época del entonces alcalde Gustavo Petro, se lograron los avances más relevantes hasta esa fecha. En esencia, de la mano de un consorcio internacional con experiencia importante en la construcción de metros alrededor del mundo, el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) logró la definición de los estudios y diseños para la construcción de un metro subterráneo de alta capacidad. Las razones por las que se optó por la opción subterránea y se definió su trazado, estaban contenidas en múltiples estudios anteriores adelantados en diferentes momentos de la historia bogotana, lo cierto es que la línea que procedía del sur occidente de la ciudad, continuaba por la carrera 13 y terminaba en la 127, aprovechando en toda su extensión el subsuelo bogotano, era la más indicada de acuerdo con los distintos puntos de vista de diferentes expertos nacionales e internacionales, incluidos los que hicieron los desarrollos técnicos en dicha última etapa. En resumen, el diseño de un metro subterráneo, nada tenía que ver con caprichos del entonces alcalde, lo que se buscaba era atender las recomendaciones calificadas de un sinnúmero de especialistas en la materia. Este metro de la más alta capacidad posible, se enmarcaba en un sistema multimodal que incluía trenes de cercanías, cables, otras troncales de Transmilenio, es decir, se trataba de un sistema de transporte público de capacidad mucho más coherente con las necesidades de una ciudad como Bogotá. En efecto, lo que se entendió al fin durante dicha administración, era que las recurrentes decisiones de administraciones pasadas, habían sumido a la ciudad en un atraso profundo en materia de movilidad, en el que gracias a un pico y placa autoritario, persistente, antiguo, restrictivo de las libertades y gracias a la obsesión con mover una gran urbe mediante modos de baja capacidad, pusieron a la ciudad y al mismo país en la cola del mundo en materia de indicadores de movilidad y transporte, por lo tanto había que adelantarla, no solo con la línea más potente posible, sino con una amplia red de metro que les permitiera a los bogotanos moverse con confort y calidad razonables. El desarrollo técnico dio sus frutos, los expertos supervisados por el IDU entregaron gigas de información de diseño para los túneles, el material rodante, las estaciones, en general, para todo el metro. La idea era dejar estos diseños en una etapa intermedia que permitiera contratar al constructor para que, de similar manera que lo está haciendo el consorcio chino que actualmente construye el diseño elevado, fuera este mismo el que definiera los estudios definitivos.
Posteriormente cambió la administración y pasó algo que nadie se esperaba, las gigas de información generadas por el consorcio contratado para el diseño del metro subterráneo desaparecieron, se dio inicio al desarrollo de unos nuevos estudios elaborados a contra reloj, con planteamientos técnicos que iban en contravía de lo definido durante décadas por los distintos expertos nacionales e internacionales, al final de cuentas, el resultado, arrojó un metro que llegaba apenas hasta la calle 72, de mucha menor longitud y capacidad, muchas menos estaciones, un diseño y un trazado que parecían más un capricho que una decisión técnica dirigida a solucionar las necesidades de movilidad, de una de las únicas mega urbes del mundo que aún no tiene un sistema metro desarrollado. Lo cierto es que todo lo que pasó después le supuso a la ciudad empezar de nuevo desde cero, abandonar el diseño profundamente técnico que databa de varios años de discusión y maduración, para plantear una nueva alternativa inventada que retrasó la construcción de la obra varios años, la realidad es que si la nueva administración hubiera ajustado lo que podía mejorarse de los estudios subterráneos, pasando de inmediato a la contratación, muy seguramente en la actualidad ya tendríamos un metro en operación.
En 2023 la Sociedad Colombiana de Ingenieros, una instancia completamente independiente y plural, adelantó un estudio centrado en analizar y evaluar el transporte férreo en Colombia, teniendo en cuenta lo relacionado con el transporte con trenes urbano, interurbano de pasajeros y carga. Durante el proceso, en el componente de pasajeros, se llegó a una conclusión contundente, el metro diseñado durante la administración del entonces Alcalde Gustavo Petro, efectivamente tenía estudios y su nivel de madurez era suficiente para proceder a contratar la definición de los estudios y diseños definitivos así como su posterior construcción, es decir, se trataba de los insumos indicados para escoger a alguien que hiciera lo mismo que hace en la actualidad el consorcio chino, que paralelamente adelanta la ingeniería de detalle del proyecto y afronta su construcción. De la misma forma concluye lo que básicamente se ha corroborado en todas las grandes ciudades en el mundo, a pesar de su mayor costo los beneficios de un diseño subterráneo en zonas de alta concentración urbana y alta competencia por el espacio de superficie, generan impactos positivos muy superiores a los diseños elevados, eso sin mencionar que no producen los patrones de deterioro urbano universalmente observados en los diseños elevados alrededor del mundo.
En conclusión, los cuestionamientos que hace el presidente Gustavo Petro son justificados y no son más que la voz de todos los técnicos que conocemos el proceso que se surtió en este caso. En efecto, muchos nos preguntamos con profunda frustración, si el bienestar de una ciudad debe supeditarse a los caprichos e intereses de los políticos de turno. Cuestionamos por qué terminamos construyendo un metro elevado que no le conviene en realidad a la ciudad, por encima de otro tipo de diseño que en su momento estaba listo, para que el siguiente gobierno tomara la posta, lo finalizara y, además, es indudablemente dominante en básicamente la totalidad de ciudades similares a Bogotá. Intentamos averiguar, por qué nos movemos en contravía de los países desarrollados en términos de movilidad y, sobre todo, por qué recurrentes decisiones caprichosas retrasan nuestra evolución como sociedad y terminan posicionando a la capital de una nación y al país mismo, como unos de los peores del mundo en materia de transporte.


sábado, 8 de febrero de 2025

Hablemos seriamente sobre los impuestos


En Colombia un grupo de personas parece estar obsesionado con que se cobren más tributos, insisten en que en el país se recaudan muy pocos impuestos trayendo a colación cifras de la OCDE y algunos cálculos internacionales, sin embargo, vale la pena anotar que sus apuestas son profundamente distorsionadas y llenas de imprecisiones que no se corresponden con las cifras reales, además de aclarar, que en sus análisis están comparando peras con manzanas por las siguientes razones:

Colombia es un país de ingreso medio catalogado como uno de los más desiguales del mundo, una parte importante de su producto interno bruto con el cual se calculan los datos de ingreso per cápita, corresponde a rentas petroleras y mineras, que al final de cuentas se convierten casi en su totalidad en ingresos estatales, por lo tanto, en realidad no entran a sumar en los ingresos que verdaderamente recibe la población en general. Así las cosas, en promedio, desde el punto de vista monetario, los hogares son más pobres de lo que se asume en las cifras. Por otro lado, la gran mayoría de la población tiene ingresos inferiores a los mil dólares mensuales, de hecho, estadísticamente, la población acaudalada es prácticamente inexistente. En efecto, aproximadamente la tercera parte del país es considerada pobre mientras el resto, se encuentra ligeramente por encima de la línea de pobreza en una situación de evidente vulnerabilidad, a estos últimos se les tiende a llamar clase media.

Particularmente, la estructura tributaria del país es profundamente progresiva pero concentrada enteramente en la clase media, algunos dicen que no es así para los ricos, no obstante, acabamos de mencionar que esta población es estadísticamente irrelevante. Lo cierto es que los impuestos terminan focalizados en las clases que son mayoría, es decir, una gran población que gracias a sus ingresos apenas sobrevive y otra que alcanza a cubrir sus necesidades con escasa dignidad.

En línea con lo expresado, es claro que más de la mitad de la población en la práctica no paga impuestos, debido a que sus ingresos apenas les alcanzan para subsistir, o los paga, pero en una proporción minúscula comparativamente. La otra porción que está ligeramente por encima en términos de ingresos, asume la carga tributaria en una buena medida a través de lo que aportan sus pequeños emprendimientos o de forma personal, pero con un impacto negativo sustancial sobre su capacidad para proporcionarse cierto decoro. Básicamente, este grupo es el que en realidad está financiando todo el aparato estatal por lo que por definición se encuentra excesivamente gravado.

Producto de esta realidad, en Colombia, a lo largo de los años se ha configurado un gigantesco mercado informal que termina siendo un salvavidas para una porción sustancial de la población. En su interior, buena parte de lo que se compra y se vende, en efectivo, no paga impuestos, si lo hiciera, los ingresos de los menos favorecidos no serían suficientes para cubrir sus necesidades más elementales.

Además de todo lo expuesto, existen otros puntos estructuralmente diferenciadores. Colombia no es comparable con los demás países de la OCDE en materia de calidad del gasto, lo que estimamos muchos es que de cada peso que entra a su aparato estatal, apenas veinticinco centavos se convierten en valor público, es decir en bienes y servicios públicos que realmente les sirven a las personas. Esto quiere decir que, el setenta y cinco por ciento de lo que aporta con tanto esfuerzo la población, se pierde en burocracia innecesaria, decisiones erradas, inexperiencia gerencial y corrupción entre otros. Lo cierto es que al interior de los países con los que nos comparamos, los Estados son altamente efectivos y bien gerenciados, por lo que logran, de lejos, mejores resultados con los recursos que aportan sus ciudadanos.

En resumidas cuentas, tenemos un Estado, que básicamente se apropia de más de un tercio de todo lo que se produce en el país y que no es capaz de convertir semejante cantidad de recursos en cosas reales, palpables, que sean de utilidad para todos. Dicho aparato, es financiado en una amplia proporción, por un sector sobre gravado y vulnerable de la sociedad debido a que, al resto, a la mayoría, sus ingresos no le alcanzan realmente para pagar tributos. En consecuencia, los fanáticos de los impuestos, que no conocen en realidad su país y no tienen idea alguna de cuál es la carga impositiva verdadera acumulada de estos segmentos, han diseñado un sistema tributario desastroso, increíblemente complejo y perverso, que intenta atrapar por todos los medios a quienes pueden pagar más, aun a costa del deterioro de su bienestar, propiciando el vertiginoso crecimiento de un mercado informal, al que migran todos aquellos a los que no les alcanza para sobrevivir en el marco de semejante estructura agresiva.

Finalmente, vale la pena dejar muy claro que lo que se viene haciendo en materia tributaria no está para nada bien, parte de premisas falsas, desacertadas y además es muy poco técnico. Lo cierto es que debemos parar ya de proponer nuevos impuestos, por cuenta de semejante costumbre nos convertimos en la economía de la OCDE con la estructura tributaria menos competitiva, es decir, con esta forma de actuar estamos deteriorando el sistema productivo formal. En adelante, nuestro esfuerzo tiene que estar centrado únicamente en mejorar la efectividad estatal, acercándola en alguna medida a la de los países desarrollados, para que sea posible invertir ese más de un tercio del valor generado por todos, en cosas que realmente desarrollen el país, lo transformen y le permitan a la mayoría pobre, mejorar sustancialmente sus ingresos, de forma que puedan empezar a pagar impuestos y la pesada carga del gasto público, que al fin empezará a cumplir su función, deje de ser asumida únicamente por la clase media.