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sábado, 8 de febrero de 2025

Hablemos seriamente sobre los impuestos


En Colombia un grupo de personas parece estar obsesionado con que se cobren más tributos, insisten en que en el país se recaudan muy pocos impuestos trayendo a colación cifras de la OCDE y algunos cálculos internacionales, sin embargo, vale la pena anotar que sus apuestas son profundamente distorsionadas y llenas de imprecisiones que no se corresponden con las cifras reales, además de aclarar, que en sus análisis están comparando peras con manzanas por las siguientes razones:

Colombia es un país de ingreso medio catalogado como uno de los más desiguales del mundo, una parte importante de su producto interno bruto con el cual se calculan los datos de ingreso per cápita, corresponde a rentas petroleras y mineras, que al final de cuentas se convierten casi en su totalidad en ingresos estatales, por lo tanto, en realidad no entran a sumar en los ingresos que verdaderamente recibe la población en general. Así las cosas, en promedio, desde el punto de vista monetario, los hogares son más pobres de lo que se asume en las cifras. Por otro lado, la gran mayoría de la población tiene ingresos inferiores a los mil dólares mensuales, de hecho, estadísticamente, la población acaudalada es prácticamente inexistente. En efecto, aproximadamente la tercera parte del país es considerada pobre mientras el resto, se encuentra ligeramente por encima de la línea de pobreza en una situación de evidente vulnerabilidad, a estos últimos se les tiende a llamar clase media.

Particularmente, la estructura tributaria del país es profundamente progresiva pero concentrada enteramente en la clase media, algunos dicen que no es así para los ricos, no obstante, acabamos de mencionar que esta población es estadísticamente irrelevante. Lo cierto es que los impuestos terminan focalizados en las clases que son mayoría, es decir, una gran población que gracias a sus ingresos apenas sobrevive y otra que alcanza a cubrir sus necesidades con escasa dignidad.

En línea con lo expresado, es claro que más de la mitad de la población en la práctica no paga impuestos, debido a que sus ingresos apenas les alcanzan para subsistir, o los paga, pero en una proporción minúscula comparativamente. La otra porción que está ligeramente por encima en términos de ingresos, asume la carga tributaria en una buena medida a través de lo que aportan sus pequeños emprendimientos o de forma personal, pero con un impacto negativo sustancial sobre su capacidad para proporcionarse cierto decoro. Básicamente, este grupo es el que en realidad está financiando todo el aparato estatal por lo que por definición se encuentra excesivamente gravado.

Producto de esta realidad, en Colombia, a lo largo de los años se ha configurado un gigantesco mercado informal que termina siendo un salvavidas para una porción sustancial de la población. En su interior, buena parte de lo que se compra y se vende, en efectivo, no paga impuestos, si lo hiciera, los ingresos de los menos favorecidos no serían suficientes para cubrir sus necesidades más elementales.

Además de todo lo expuesto, existen otros puntos estructuralmente diferenciadores. Colombia no es comparable con los demás países de la OCDE en materia de calidad del gasto, lo que estimamos muchos es que de cada peso que entra a su aparato estatal, apenas veinticinco centavos se convierten en valor público, es decir en bienes y servicios públicos que realmente les sirven a las personas. Esto quiere decir que, el setenta y cinco por ciento de lo que aporta con tanto esfuerzo la población, se pierde en burocracia innecesaria, decisiones erradas, inexperiencia gerencial y corrupción entre otros. Lo cierto es que al interior de los países con los que nos comparamos, los Estados son altamente efectivos y bien gerenciados, por lo que logran, de lejos, mejores resultados con los recursos que aportan sus ciudadanos.

En resumidas cuentas, tenemos un Estado, que básicamente se apropia de más de un tercio de todo lo que se produce en el país y que no es capaz de convertir semejante cantidad de recursos en cosas reales, palpables, que sean de utilidad para todos. Dicho aparato, es financiado en una amplia proporción, por un sector sobre gravado y vulnerable de la sociedad debido a que, al resto, a la mayoría, sus ingresos no le alcanzan realmente para pagar tributos. En consecuencia, los fanáticos de los impuestos, que no conocen en realidad su país y no tienen idea alguna de cuál es la carga impositiva verdadera acumulada de estos segmentos, han diseñado un sistema tributario desastroso, increíblemente complejo y perverso, que intenta atrapar por todos los medios a quienes pueden pagar más, aun a costa del deterioro de su bienestar, propiciando el vertiginoso crecimiento de un mercado informal, al que migran todos aquellos a los que no les alcanza para sobrevivir en el marco de semejante estructura agresiva.

Finalmente, vale la pena dejar muy claro que lo que se viene haciendo en materia tributaria no está para nada bien, parte de premisas falsas, desacertadas y además es muy poco técnico. Lo cierto es que debemos parar ya de proponer nuevos impuestos, por cuenta de semejante costumbre nos convertimos en la economía de la OCDE con la estructura tributaria menos competitiva, es decir, con esta forma de actuar estamos deteriorando el sistema productivo formal. En adelante, nuestro esfuerzo tiene que estar centrado únicamente en mejorar la efectividad estatal, acercándola en alguna medida a la de los países desarrollados, para que sea posible invertir ese más de un tercio del valor generado por todos, en cosas que realmente desarrollen el país, lo transformen y le permitan a la mayoría pobre, mejorar sustancialmente sus ingresos, de forma que puedan empezar a pagar impuestos y la pesada carga del gasto público, que al fin empezará a cumplir su función, deje de ser asumida únicamente por la clase media.