viernes, 5 de enero de 2024

La plusvalía y la explotación por parte del Estado.



Las consideraciones en torno a tener un Estado pequeño y muy diligente o uno grande e ineficaz no son menores, tampoco lo son las relacionadas con que la organización pública controle o no las diferentes decisiones y sea intrusiva en la cotidianidad de las personas. Lo cierto es que antes de dar una opinión al respecto, mediada en muchos casos por ideologías económicas y sociales arraigadas, es pertinente tener en cuenta los diferentes aprendizajes que la humanidad ha tenido a lo largo de su historia, para evitar repetir los mismos errores que generaciones anteriores a la nuestra han cometido en el marco de dolorosas consecuencias. 

En primera instancia, vale la pena dejar claro, que el denominador común en los países desarrollados, independientemente del modelo político reinante, es una clara eficacia estatal y una arraigada libertad económica. Tiene mucho sentido que sea de esta manera pues la suma del valor privado creado por mercados fuertes, sofisticados y el valor público generado por un entorno gubernamental con alta calidad del gasto, genera un valor social sustancial que permite dar solución a todas las necesidades humanas de manera completamente conveniente. 

Ahora, lo que parece justificar tal condición generalizada, es el concepto de plusvalía de extracción pública. Es claro que una parte de la sociedad se preocupa mucho por la porción del valor generado por los trabajadores con la cual se queda el empresario, como contraprestación por el desempeño de su rol gerencial, como remuneración a la rara capacidad de articular eficazmente múltiples recursos con el propósito de materializar complejos resultados, sin embargo, se olvida que el Estado se apropia de una proporción mucho más importante. En los casos en los que el Estado es pequeño y muy eficaz, la plusvalía con la que se queda el sector público es razonable, además, esta parte del valor creado se devuelve a los trabajadores en forma de bienes y servicios públicos, sin embargo, cuando los Estados son grandes e inoperantes, una parte del valor creado, se diluye en la organización Estatal y no es devuelto a la sociedad, es decir, termina acaparado por un conjunto de burócratas y grupos que se lucran del aparato público, lo usan para enriquecerse y promover su propio beneficio, en consecuencia, se configura una explotación profunda sobre todos los actores de la economía, orquestada por individuos que se posicionan en el poder para estos efectos, que disfrazan semejantes objetivos con pretendido altruismo sustentado en argumentos ideológicos, hasta el punto que una parte de la sociedad termina por respaldar la propia explotación.

Dicho lo anterior se puede decir que, en los Estados pequeños y eficaces la economía es boyante, el ahorro es una costumbre arraigada debido la facilidad de emprender y sobre todo, generar riqueza que se utiliza para desarrollar nuevos negocios a diario. De otro lado, los Estados grandes e inoperantes marchitan la actividad privada, una alta expropiación de la plusvalía generada por los hogares, les quita el margen para ahorrar y generar riqueza, por lo tanto, los diferentes excedentes privados se dirigen al barril sin fondo público y dejan de fluir en la economía, dificultando de forma evidente la creación de nuevas micro, pequeñas y medianas empresas capaces de generar empleo, las personas vacantes o mal pagadas por emprendimientos  famélicos empiezan a ser contratadas o subsidiadas, ahora, por un aparato público creciente, que demanda cada vez más impuestos para financiar su desaforado gasto, por lo que el ahogamiento de la iniciativa privada es ineludible con los consabidos resultados en materia de deterioro económico y social. 

Por supuesto, los Estados eficaces no son intrusivos, no necesitan serlo, se concentran en generar las condiciones para que florezca una actividad económica privada, capaz de crear alto valor de forma equitativa, ética y responsable. De otro lado,  los aparatos públicos grandes e inoperantes necesitan meterse en cada espacio cotidiano de las personas, procuran regular cada interacción, para no perder su control estricto sobre los hilos del poder, pero también, para conservar la existencia del Estado a pesar del proceso gradual de marchitamiento que generaron sobre los mercados. Lo cierto, es que cuando la economía se agota y el Estado destruye el decreciente valor creado por ella, empieza a retroceder la riqueza de todas las clases sociales, en consecuencia, los indicadores del país se deterioran por lo que se da inicio a un proceso de regulación profunda que pretende evitarlo sin éxito. En cualquier caso, el marcado control dificulta todavía más la actividad privada, por lo que la destrucción de la economía se acelera, dañando las fuentes de financiamiento del Estado que ya no son capaces siquiera de generar la plusvalía necesaria para mantenerlo, por lo tanto, empieza a vivir de mecanismos falsos como deuda y emisión monetaria, causando un retroceso todavía peor sobre los indicadores macro y micro económicos. 

De todo este análisis pesa una conclusión clara, los Estados pequeños y eficaces que gerencian de forma responsable y seria la economía, creando un entorno propicio para el desarrollo privado en el marco de profunda libertad, ofrecen mejores posibilidades para materializar sociedades saludables y felices. Por lo tanto, si el argumento terco para promover Estados grandes e intrusivos, es esencialmente pretender la reducción de la desigualdad, vale la pena preguntarse si deseamos en América Latina sociedades sumidas en la pobreza pero igualitarias o muy ricas pero con algo de desigualdad. También vale la pena cuestionar si los Estados grandes,  inoperantes e intrusivos tienen la capacidad real de reducir la desigualdad o si por el contrario con su inoperancia y voraz explotación a todos los actores de la economía,  la profundizan. 

2 comentarios:

  1. Mi estimado Armando, sin duda este es un tema sensible desde la perspectiva de quienes ostentan la responsabilidad gerencial de un Estado, entendido este último, para el caso que nos ocupa no en su extensión territorial, sino de gobernanza administrativa.

    Lo anterior supone que la gestión de políticas públicas lleve en sí mismas la capacidad de determinar qué tipo de infraestructura, léase número de entidades y por ende su andamiaje técnico y operativo es necesario para su materialización, lo cual se traduciría en bienes y servicios de calidad para quienes hacen parte del contrato social.

    El desconocimiento de estos contextos y la operación tradicional conlleva a una perpetuidad de Estados administrativamente grandes que le siguen cargando a sus asociados cargas como las impositivas para sostenerlo, concentrándose No en su desarrollo y crecimiento competitivo, sino en un mayor endeudamiento.

    Así entonces la reflexión va como lo mencionas en crear ese entorno propicio que permita que los ciudadanos encuentren en la construcción y desarrollo de nuevos mercados o fortalezcan los actuales, y esto a su vez jalone el desarrollo de los estados, antes de continuar con las dinámicas de mantener estados estructuralmente grandes, que solo plantean una visión de gasto, contrario a la inversión que es la que propende una sociedad en vía de desarrollo. Gracias Miguel

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  2. La entrada de blog aborda el debate sobre el tamaño y la eficacia del Estado en la economía y la sociedad. Se destaca cómo en los países desarrollados, la combinación de un Estado pequeño pero eficaz y una libertad económica arraigada ha generado un valor social sustancial. Sin embargo, cuando el Estado crece en tamaño e ineficacia, existe el riesgo de una explotación sistemática que afecta negativamente la actividad económica y la calidad de vida de los ciudadanos.

    Es importante cuestionar si la promoción de Estados grandes e intrusivos realmente contribuye a reducir la desigualdad, o si, por el contrario, profundiza las brechas económicas y sociales. La entrada nos invita a reflexionar sobre el equilibrio necesario entre la intervención estatal y la libertad económica para maximizar los beneficios sociales sin caer en la explotación y el exceso de regulación.

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