Gobernar puede ser considerada como la actividad más noble y hermosa entre todas las que existen. En el alma de tan necesaria gesta está recogida la posibilidad de decidir sobre la felicidad de otros, de escoger si los gobernados pueden o no materializar sus sueños e ideales. En gracia de semejantes posibilidades, quien gobierna es en general visto como una esperanza, como aquel que puede sacarnos de la angustia para llevarnos por el camino de la tranquilidad.
La libertad y la justicia
se han convertido en nuestro más preciado logro con el correr de los siglos. Un
conjunto de aberraciones a lo largo de la historia de la humanidad se ha
encargado de conducirnos a semejante conclusión. Por lo tanto, al gobernante le
es entregada la custodia y protección de los principios más valiosos para el
ser humano, por encima incluso de la vida y la familia. No existe en el mundo
ninguna clase de oficio al que se le otorgue semejante potestad y sobre el cuál
se consoliden todos nuestros deseos más profundos.
En atención a semejante
voto de confianza, las personas esperan algunas cosas del gobernante, se trata
de aspectos que pueden parecer menores pero que en realidad son determinantes.
En primera instancia, pretenden que gobierne para todos, que preserve con el
mismo ahínco y decisión la libertad de cada uno de los gobernados, que asegure
decisiones justas sin reparo alguno en credo, raza, ideología, nivel
socioeconómico etc.
En segunda instancia,
buscan que respete sus realidades, que entienda que todos ellos están
intentando construir una familia, solucionar las necesidades más inmediatas,
atender los problemas cotidianos, en general, teniendo en cuenta que sus vidas
son suficientemente complicadas, pretenden que no se les moleste y no se le sumen
a su ya retadora existencia nuevas complejidades.
En tercera instancia,
esperan estar seguros de que lo que necesitan para existir de forma decorosa,
estará a su entera disposición siempre y sin restricciones. En general, buscan
que toda la cotidianidad externa a su hogar permanezca suficientemente dotada y correctamente mantenida.
En cuarta instancia,
tienen la esperanza de que su entorno y realidad resultarán tranquilos y
certeros, que los días no supondrán sorpresas
desagradables causantes de situaciones de angustia y desconsuelo
para ellos y todos los que quieren.
En quinta instancia,
desean que nadie, bajo ninguna circunstancia, experimente o improvise al tomar
decisiones. Sueñan con que el gobernante entienda el valor de la increíble
responsabilidad que le ha sido asignada y que por tanto, haga todo con máxima
preparación, respeto y cuidado.
En sexta instancia,
suponen que cuidará con esmero los recursos que cada hogar le transfiere en
medio del esfuerzo y sudor de la frente. Que valorará el hecho de que hasta la
persona más humilde, utilizará parte de la remuneración producto de su
esforzado trabajo, para financiar la producción de bienes y servicios públicos,
no obstante los podrían gastar en proporcionarse una mejor casa o una mejor
educación para sus hijos.
En última instancia,
aguardan a que el gobernante tenga la grandeza de aceptar con humildad que sus
propias expectativas y deseos están enteramente supeditadas a las aspiraciones
de los gobernados, que en medio de la más decidida gallardía mantenga por
encima de los intereses de todo el gobierno, la absoluta prevalencia y
soberanía de quienes pusieron en él sus ilusiones, lo hayan o no elegido.
Por lo tanto, el arte de
gobernar está centrado en reconocer y aceptar como un credo todo lo anterior y en
buscar a toda costa la felicidad presente y futura de todos los gobernados. En
construir un entorno propicio para que cada individuo pueda materializar sus
expectativas cualquiera que estás sean.
Sin duda, un resultado de
estas características exige un manejo magistral de la economía, manteniendo a
toda costa su estabilidad y capacidad para crear bienestar. Esto quiere decir,
que mediante la conjugación de decisiones tributarias, fiscales, legales
rigurosas y sobre todo responsables, se procurará el crecimiento de los
ingresos y la riqueza de todos los hogares e individuos. Ahora, estas
decisiones deben ser sostenibles de manera que para mejorar el presenten no se
comprometa el futuro.
Por supuesto, en línea con
todo lo mencionado, todo buen gobernante tiene claro hacia donde debe y puede moverse
la sociedad, pero más que eso, tiene clara la manera de hacerlo de forma inteligente
y cuidadosa evitando a toda costa dar saltos al vacío. Esto implica que debe ser
un buen estratega capaz de plantear una estrategia sólida que encamine a los gobernados
hacia la creación indiscutible de todas las condiciones necesarias para mejorar
su felicidad.
En el mismo sentido, quien
espere gobernar exitosamente debe dominar profundamente el arte de la gerencia.
En la esencia del gobernante está la necesidad de movilizar y articular infinidad
de recursos y capacidades tanto públicas como privadas para lograr los
objetivos necesarios para materializar la estrategia. Este resultado únicamente
se logrará si se comprende realmente la mejor forma de organizar tales recursos,
capacidades y gestionarlos para que su combinación e interacción sea la mejor
entre todas las posibles.
Por supuesto, todo buen gobernante
debe ser un buen líder, está condición implica que entienda de forma precisa cómo
motivar y persuadir a todos aquellos que deben intervenir en el logro de los objetivos,
para que se comprometan con ellos y verdaderamente los alcancen. Naturalmente su
liderazgo esta mediado por la orientación a resultados y el logro, a la materialización de
metas concretas antes que la acostumbrada venta de humo y promesas. Por supuesto,
no se trata de un liderazgo autoritario centrado en obligar y prohibir sino más
bien en motivar y facilitar.
La historia es la encargada
de catalogar a los gobernantes, de definir sus bondades y desaciertos, de determinar
si fueron lo suficientemente inteligentes y humildes para reconocer la magnitud
de la oportunidad que la sociedad les ha dado y aprovecharla con sabiduría. Por
lo tanto, nos ha dicho y nos seguirá diciendo, quiénes verdaderamente comprenden
estos principios y por tanto entienden lo que es realmente gobernar.