miércoles, 26 de junio de 2013

¿Por qué falla el aparato público?


Fuente: Pauta


Alguna vez se ha preguntado acerca de las razones por las cuales i. la malla vial de las principales ciudades del país nunca está en condiciones óptimas, ii. trámites sencillos ante organismos públicos que deberían demorar horas se tardan meses, iii. los más vulnerables de la sociedad deben hacer fila en la madrugada para recibir atención en un hospital público, iv. diariamente nos vemos avocados al maltrato, la inseguridad y el hacinamiento del transporte público…en fin… ¿alguna vez ha indagado acerca de las razones por las cuales el aparato público parece tan poco interesado en el bienestar y  satisfacción de sus clientes, los ciudadanos?

Llevo varios años de mi vida como consultor y académico haciéndome esa pregunta y soñando con que alguna vez los servicios que recibo del aparato público estén tan ajustados a mis intereses y expectativas, como los que me ofrecen compañías con objetivos menos altruistas como mi proveedor de teléfonos inteligentes y cierta cadena de hoteles que visito con alguna frecuencia.

Un elemento altamente perjudicial para la efectividad pública es la exagerada rotación de los cuerpos directivos de todas las organizaciones gubernamentales, las famosas crisis ministeriales y las absurdas renuncias protocolarias son en parte culpables de este fenómeno que se profundiza por la poco atractiva escala salarial de las mal remuneradas plazas de libre nombramiento y remoción. Para ponerles un ejemplo concreto, recientemente, en mi trabajo como consultor al interior de un ministerio me vi obligado a interactuar con 3 directores del área misional y 3 secretarias generales en un lapso de apenas 8 meses. El sentido común nos dice que si hasta en el más modesto de los restaurantes, cambiar de administración cada 3 meses da al traste con la calidad del servicio, en una organización de más de mil funcionarios, las consecuencias pueden ser dramáticas.

Esta condición que a primera vista parece inofensiva tiene resultados funestos en todas las dimensiones corporativas, impide el desarrollo de proyectos de largo aliento en la medida en que los cambios directivos suponen, en todos los casos, cambios de direccionamiento estratégico. Por otro lado, trae consigo la desaparición del Know-How institucional de alto nivel, pues cuando sale de una entidad un director general, un ministro o un alcalde, se va con él todo el equipo familiarizado con el negocio, habilitado para tomar decisiones.

A esto hay que sumarle el hecho de que a estos cargos rara vez llegan personas suficientemente capacitadas para gerenciar organizaciones complejas, en esencia, parece que haber sido narrador deportivo, concejal, congresista, líder sindical o sacerdote, genera las capacidades en materia de planeamiento, toma de decisiones, liderazgo de equipos de alto desempeño; necesarias para dirigir con éxito organizaciones complejas como un distrito o un ministerio. Además, erróneamente tendemos a considerar que el hecho de tener estudios de doctorado en el exterior en ciencias como la economía o el derecho, es una garantía suficiente para asegurar el buen desempeño gerencial. Con conocimiento de causa les puedo decir que en ninguno de los pensum de estos programas de formación aparecen elementos dirigidos a generar capacidades en cualquiera de las dimensiones que definen el perfil de un buen gerente, por el contrario, lo que fundamentan en muchas ocasiones es la especialidad en contravía de la integralidad y el trabajo individual en detrimento de la interacción colectiva.

Como si la inestabilidad organizacional y la escasa capacidad directiva no fueran factores lo suficientemente críticos como para dar al traste con la facultad del gobierno para atender de manera decorosa a sus ciudadanos, existe otra condición que dificulta toda su operación. Las personas que trabajan al interior del gobierno tienden a pensar que el negocio de lo público es altamente complejo y que esta condición es inmodificable. Mi percepción luego de definir procesos al interior de un buen número de organizaciones públicas, es que el negocio de todas ellas es tan elemental que a la luz de la teoría de las organizaciones francamente da risa. En general todas ellas tienen una posición dominante en el mercado al punto de actuar como monopolio, no compiten por precio, por calidad, o en general por cualquier atributo, esta condición hace que no estén demasiado obligados a segmentar su mercado o entender las necesidades de sus clientes. Su promesa de valor es ofrecer al cliente lo que la organización puede y quiere ofrecer, carecen de juntas directivas exigentes y competidores que las obliguen a generar dinámicas sostenidas de innovación, la mayoría de ellas dominan el entorno jurídico…en fin…desde esta perspectiva ¿por qué habríamos de considerar su negocio complejo? Lo claro en cualquier caso, es que un conjunto de decisiones tomadas por gerentes inexpertos, recién llegados, con escaso conocimiento del negocio, poca información y limitada capacidad gerencial, pueden entorpecer la ejecución del más elemental de los procedimientos.

¿Pero cuál puede ser el camino para enfrentar un panorama tan sombrío? En la medida en que al interior de las organizaciones públicas empecemos a garantizar equipos estables, calificados, con habilidades gerenciales, enfocados en hacernos a los contribuyentes la vida más fácil, trabajando en mejoramiento de procesos y la fundamentación de buenas prácticas corporativas, convencidos en hacernos cada vez más felices utilizando menos recursos,  empeñados en aumentar la efectividad de su actuación al tiempo que reducen el recaudo de impuestos. En esa medida, personas como usted o como yo, podremos sentir que el gobierno nos atiende como nos merecemos.

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