Publicado en el diario Portafolio http://www.portafolio.co/opinion/analisis-modelos-violencia-colombia
Luego del ataque de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en el Cauca, que dejó 11 militares muertos y 17 heridos, el país se ha dividido en dos bandos. El primero, clama a gritos por el rompimiento del proceso de paz; mientras el segundo, llama a la cordura y a mantener un ambiente de negociación que garantice la firma de un acuerdo.
Luego del ataque de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en el Cauca, que dejó 11 militares muertos y 17 heridos, el país se ha dividido en dos bandos. El primero, clama a gritos por el rompimiento del proceso de paz; mientras el segundo, llama a la cordura y a mantener un ambiente de negociación que garantice la firma de un acuerdo.
Desde este punto de vista, vale la pena analizar con
cabeza fría, varios aspectos relevantes del conflicto, antes de tomar partido
por una u otra posición.
Un aspecto a considerar es la posibilidad o no de
finalizar el conflicto a través del ejercicio institucional de la fuerza. De acuerdo con la Agencia Central de
Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) y con el Banco Mundial, Colombia está
en el top 30 de países del mundo, con mayor gasto militar, como porcentaje del Producto
Interno Bruto (PIB). Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, nuestro país sigue
siendo uno de los más violentos del mundo, los datos de la Oficina de Naciones
Unidas para la Droga y el Delito, actualmente nos ubican en el puesto 13 del
ranking de países con mayor tasa de homicidios por cien mil habitantes.
De otra parte, la literatura más reciente sobre las
dinámicas de los modelos de violencia, los sitúa en una perspectiva evolutiva,
en el marco de la cual, se reproducen en un ambiente propicio para su
existencia y cambian de acuerdo con las características del entorno social. En
esencia, al igual que cualquier ser vivo, evolucionan por cuenta de mutaciones
generadas por los incentivos del ambiente en el cual sobreviven.
De acuerdo con las mediciones para el Índice de Gini
publicadas por el Banco Mundial, Colombia es el onceavo país más desigual del
mundo. En lo que tiene que ver con brechas en ingresos, el Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo, nos ubica en el puesto 13 entre 151 países. Lo que
nos muestran las cifras es que hay un grupo poblacional pequeño que gana bien y
vive bien, pero hay un porcentaje muy grande de la población cuyos ingresos ni
si quiera alcanzan para cubrir sus necesidades básicas. Ésta problemática es de
tal magnitud, que de acuerdo con las cifras reportadas por el Departamento
Administrativo Nacional de Estadística, el 42,8% de la población rural vive por
debajo de la línea de pobreza, es decir no gana lo suficiente para satisfacer
sus necesidades más elementales.
Lo que nos muestran estos indicadores, es que nuestro
país ofrece un entorno absolutamente propicio para la proliferación de modelos
de violencia, que tienen por objetivo principal, captar rentas a través de
narcotráfico, extorsión, contrabando, minería ilegal etc. Así las cosas,
podemos destinar el 100% de nuestro presupuesto a la fuerza pública y jamás
estos modelos de violencia van a desaparecer hasta tanto no desaparezcamos el
entorno propicio que tienen hoy para reproducirse. Por el contrario, cuanto más
presupuesto dediquemos a la guerra, menor será la proporción que podremos
destinar a generar condiciones que permitan que la mayoría de la población,
pueda cubrir sus necesidades insatisfechas; por lo que incluso, estaríamos
profundizando los determinantes del conflicto.
Para tener una idea de las dimensiones de este
fenómeno, vale la pena revisar el caso del paramilitarismo en Colombia. A partir
del 25 de noviembre el 2003, se dio inicio al proceso de desmovilización de 34
bloques de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). La mayoría de los
Colombianos pensaron que este proceso sacaría de combate a uno de los bandos
más sangrientos del conflicto; sin embargo, en la actualidad es evidente que
estas unidades generadoras de violencia, no desaparecieron sino que simplemente
mutaron ajustándose a los cambios en un
entorno todavía propicio para su supervivencia y evolucionaron en un organismo
diferente denominado BACRIM o Bandas Criminales.
A pesar de todo lo mencionado, una parte del país
considera que la manera para enfrentar una problemática de estas
características, es profundizar el accionar de las fuerzas militares y de
policía. En el marco de una condición que la economía moderna llama “riesgo
moral”, un grupo poblacional fundamentalmente de estratos altos ubicado en las
ciudades principales, toma decisiones de política que respaldan esta iniciativa
y además exigen resultados. Sin embargo, las consecuencias de sus actos son
sufridas por el grupo poblacional más deprimido; de acuerdo con el Centro
Nacional de Memoria Histórica, desde 1988 hasta la fecha, han muerto 2981
civiles en acciones bélicas, desarrolladas fundamentalmente por fuera de las
ciudades colombianas. En efecto, entre
1958 y 2012, el conflicto ha generado la muerte de al menos 220.000 personas
localizadas en su mayoría, en poblaciones pequeñas y zonas rurales. Para que tengan una idea de la magnitud del
fenómeno, este número de vidas perdidas se puede equiparar a la desaparición
del total de la población de una ciudad como Tunja en Boyacá.
Considerando estos antecedentes, vale la pena
preguntarse si de verdad lo que el país requiere es la profundización
institucional del conflicto o un proceso sostenido de paz y reconciliación con
todos sus protagonistas, que empiece con las FARC y se focalice en erradicar la
desigualdad y reparar a todos los grupos poblacionales afectados por más de 50
años de guerra.