Cuando en nuestra cotidianidad hablamos de pobreza, generalmente
hacemos énfasis en la generación de ingresos, no obstante, tendemos a descuidar
todo aquello que tiene relación con los egresos. Esta misma desviación tan
natural en grupos desprevenidos de tertuliantes, parece estar arraigada en los
equipos técnicos que analizan la problemática al interior de los
gobiernos. Tal situación lleva a
subestimar las implicaciones en materia de generación de pobreza y reducción
del bienestar social que pueden desencadenar ciertas políticas públicas, en
esencia, si mantenemos el ingreso de los hogares constante pero paulatinamente
hacemos crecer sus egresos, indudablemente los estamos empobreciendo, el
resultado es similar si el ingreso crece pero lo hace a una velocidad menor a
la que lo hacen los egresos. De la misma manera, cuando los egresos periódicos
de un hogar son lo suficientemente altos y el hogar intempestivamente se queda
sin ingresos, la situación en materia de reducción de bienestar es francamente
precaria y lo será mucho más en la medida en que estos egresos altos estén
directamente relacionados con la compra de bienes y servicios dirigidos a
satisfacer sus necesidades más esenciales.
En los últimos años, al interior de nuestros gobiernos, se ha vuelto
popular y conveniente asociar costos importantes a la casi totalidad de las
transacciones cotidianas de los hogares, aspectos tan esenciales como consumir
agua, gas y energía, transportarse, alimentarse, procurarse una vivienda,
divertirse etc., han venido siendo cargados directa o indirectamente con
pequeños importes que en suma han incrementado de forma importante el ingreso
necesario para que un hogar sobreviva.
Para ilustrar el argumento podemos analizar el caso de los alimentos
que cotidianamente consume un hogar promedio, en los últimos años algunos de
ellos han sido gravados directa o indirectamente mediante el Impuesto al Valor
Agregado (IVA), el Impuesto al Consumo o alguna clase de sobretasa, bien sea al alimento en cuestión o
a algún insumo involucrado en su cadena productiva.
Algo similar sucede con el transporte, bien sea que se valga de
vehículo propio o de algún modo de carácter público, en el primer caso por
ejemplo, en los últimos años se ha incrementado el costo de propiedad de los
vehículos de forma notable, se han gravado su compra, su tenencia, la mayoría
de bienes y servicios asociados a su operación y mantenimiento, adicionalmente se han venido implementando seguros, cobros por contaminación etc., en el
segundo caso los costos se han incrementado indirectamente por cuenta de estos
mismos conceptos y otros tantos que sería redundante mencionar.
La conclusión de todo esto es muy interesante en la medida en que
pone de presente un hecho contradictorio, el Estado, un actor por definición
llamado a reducir la pobreza real, puede estarla multiplicando o por lo menos,
puede estar demorando de forma importante el mejoramiento en el ingreso
disponible de los hogares. Lo más curioso del caso, es que puede no ser
consciente de este fenómeno, es decir, puede estar actuando en el marco de una
situación evidente de “riesgo moral”.
Para comprender la verdadera incidencia de un comportamiento de
estas características, analicemos el caso de un hogar de clase media que compró
una casa a crédito hace treinta años, se trata de una pareja de jubilados que
han visto crecer paulatinamente el costo del impuesto predial de la casa
antigua en la que viven, no ha pasado lo mismo con su pensión, cuyo monto se ha
incrementado apenas para “mantener” el poder adquisitivo frente a una canasta
básica. No obstante lo mencionado, el Estado toma la decisión de cobrar
intempestivamente un impuesto de valorización que eleva de forma dramática el
costo de la vivienda, una decisión de estas características hace que estas
personas deban dejar de comer o deban vender su casa para solventar el pago del
impuesto, generando una situación de pobreza evidente que no aparecerá en los
indicadores ni en las cifras de los sistemas de seguimiento públicos.
Los alcances de dinámicas como las mencionadas pueden llegar a ser insospechados, incluso pueden afectar negativamente aspectos tan determinantes para salir de la pobreza como la creación de capital humano. En efecto, en los últimos años, el Estado ha tomado múltiples decisiones relacionadas con la implementación de frecuentes reformas tributarias, ha venido aumentando indiscriminadamente el precio de los combustibles y cargado uno que otro pequeño importe a los egresos de los hogares colombianos, como resultado de esto, el ingreso disponible para educación se ha venido reduciendo, en consecuencia la matrícula en universidades de clase media, en jornada diurna es cada vez menor, mientras el porcentaje de personas que deciden elegir un programa de educación nocturno, que les permite estudiar mientras trabajan, se ha elevado significativamente.
Los alcances de dinámicas como las mencionadas pueden llegar a ser insospechados, incluso pueden afectar negativamente aspectos tan determinantes para salir de la pobreza como la creación de capital humano. En efecto, en los últimos años, el Estado ha tomado múltiples decisiones relacionadas con la implementación de frecuentes reformas tributarias, ha venido aumentando indiscriminadamente el precio de los combustibles y cargado uno que otro pequeño importe a los egresos de los hogares colombianos, como resultado de esto, el ingreso disponible para educación se ha venido reduciendo, en consecuencia la matrícula en universidades de clase media, en jornada diurna es cada vez menor, mientras el porcentaje de personas que deciden elegir un programa de educación nocturno, que les permite estudiar mientras trabajan, se ha elevado significativamente.
Lo cierto de todo esto, es que es necesario replantear el papel del
Estado y reconfigurar la forma en la que ataca la pobreza, podría empezar bajando los costos de los hogares reduciendo de forma
pronunciada la incidencia sobre ellos mediante el incremento paulatino de la calidad del gasto y la productividad pública, además podría focalizar su política tributaria sobre los
ingresos y no sobre los egresos.
En síntesis, el Estado debe empezar a pensárselo muy bien, cada vez
que quiera afectar los egresos de los hogares, es necesario que evalúe
seriamente las verdaderas implicaciones de sus actos y deje de actuar de la
forma ligera en que lo viene haciendo, en lo que al bienestar de la sociedad se
refiere.