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lunes, 30 de enero de 2023

El Pico y Placa y sus contradicciones


Fuente: Revista Semana


Hace aproximadamente 25 años, en Colombia, implementamos una medida denominada Pico y Placa, en la capital del país. A la fecha, se ha extendido a multitud de centros poblados y se ha convertido en el mecanismo principal de los gobernantes en lo que tiene que ver con la gestión de la movilidad.

Lo primero que hay que decir, es que se trata de una medida tan antigua como elemental, intenta restringir el uso de un recurso común, para que no se materialice algo denominado “la tragedia de los comunes” y el recurso común pueda seguirse utilizando con algún grado de eficiencia. Lo cierto es que este mecanismo es completamente necesario y eficaz en recursos con capacidad limitada, que no se pueden diseñar o modificar, como la mayoría de recursos naturales. La restricción más conocida por todos, en este caso, es la veda de pesca, cuyo objetivo, es garantizar la regeneración de ciertas especies de manera que la pesca excesiva no termine extinguiéndolas, para estos efectos se prohíbe a algunos pesqueros pescar ciertas especies durante determinados periodos.

En esencia, lo que hacen los gobernantes en el caso del pico y placa, es restringir a través de una norma y todo un set de sanciones, la posibilidad de usar un recurso común como las vías. Para reducir la congestión, la idea es que en un momento, salgan a las calles los vehículos que tienen un determinado número de identificación, para que en otros momentos distintos, salgan los demás.

No obstante su popularidad entre políticos y los denominados expertos del sector, este tipo de mecanismo tiene en su esencia una serie de contradicciones técnicas que vale la pena revisar en detalle.

La primera y más importante contradicción, es que no tiene sentido aplicar una medida como ésta sobre un sistema que se puede diseñar, en el que es posible ampliar o reducir su capacidad y en el que el diseño es el que define si se materializa o no la tragedia de los comunes. Lo cierto es que, el mismo gobierno que impone la restricción, define a través del ordenamiento territorial, cómo quedará configurado el sistema de movilidad y a qué tanta demanda se enfrentará. Por ejemplo, cuando un equipo de gobierno, decide que una parte de la ciudad alejada, desarrollará proyectos de vivienda, está creando un número de viajes que deberán materializarse diariamente hasta los centros en los que se desarrolla la actividad económica. Por lo tanto, en realidad, cualquier uso excesivo vial, ha sido motivado enteramente por aquel que pretende implementar la medida. Ahora, este mismo actor, además, toma decisiones sobre la capacidad de la infraestructura y servicios de toda índole, que deben atender dicho aumento de la demanda por transporte, por lo tanto, cuando se presenta la tragedia de los comunes, se debe fundamentalmente a que fue el diseño el que generó estrés sobre el sistema de movilidad y se decidió no dar solución a este problema. Lo que hacen en realidad los gobiernos al respecto, es algo parecido a lo que haría un arquitecto poco confiable que al diseñar una casa, propone un diseño del techo que genera múltiples goteras y en vez de solucionarlo, lo que hace, es entregarle a sus clientes un conjunto de recipientes para que recojan el agua cuando llueve.

La segunda y más preocupante contradicción, es que una medida como esta exacerba la tragedia de los comunes en el largo plazo. Teniendo en cuenta que el mal diseño del sistema de movilidad hace que la demanda de viajes sea superior a la capacidad del sistema para atenderlos, restringir el uso de las vías para una determinada forma de movilizarse, lo único que hace es que las personas busquen soluciones alternas. En este sentido, si la infraestructura y los servicios de toda índole como transporte público, por ejemplo, no satisfacen la demanda, los hogares comprarán varios vehículos de todo tipo para solucionar sus problemas de movilidad. Más vehículos suponen una demanda superior de las vías, por lo que se produce más congestión en el largo plazo. Volviendo al caso del arquitecto, es como si la humedad relacionada con las goteras en el techo, lo deteriora hasta el punto de que aparecen cada vez más goteras y por tanto, se requieren nuevos recipientes para recoger esta agua adicional que cae a borbotones.

La tercera contradicción, resulta absolutamente cuestionable y tiene que ver con el rol de los gobiernos en relación con el ciudadano. A lo largo del tiempo, el mundo ha evolucionado, gracias a siglos de cambios, pasamos de monarquías con súbditos, a democracias con ciudadanos, hemos entendido que el Estado es una convención que construimos entre todos para que solucione problemas que de manera individual no podemos atender. En particular, se trata de una organización que conformamos para satisfacer un conjunto de necesidades esenciales, por lo tanto el Estado, existe enteramente para servir y satisfacer al ciudadano. Restringir sus demandas utilizando la autoridad como si se tratara de un súbdito, echa por tierra todo este planteamiento, peor aún, restringirlo, cuando, el problema es generado por la incapacidad del Estado para crear servicios que satisfagan sus necesidades de movilidad, es francamente anacrónico y condenable.

La cuarta contradicción, muy negativa para el país, es que la implementación del pico y placa, ha postergado el desarrollo de los sistemas de movilidad y la corrección estructural de los errores de diseño de los sistemas de ciudad. En la actualidad, en cada centro poblado del país en los que se ha puesto en marcha este mecanismo, tenemos sistemas de movilidad absolutamente subdimensionados, centrados en modos de transporte poco eficientes, así como un ordenamiento territorial precario y francamente caótico. Resultado muy negativo si tenemos en cuenta que, 25 años es un periodo más que suficiente para lograr cambios estructurales en estas dimensiones, que satisfagan cabalmente las demandas de los ciudadanos. Al final de cuentas, es como si fuéramos los dueños de la casa con goteras y dado que tenemos las vasijas que recogen el agua, aplazamos durante décadas arreglar semejante problema en el techo, tan perjudicial y evidente.

La quinta contradicción, compleja e irracional, es que ha elevado los costos de transportarse de forma importante para todas las personas. Dado que las decisiones en materia de mejora del sistema de movilidad no se han materializado y que la demanda debido a errores de ordenamiento ha venido aumentando con el tiempo, lo que ha pasado es que la calidad de los viajes de las personas se ha deteriorado drásticamente, al punto que moverse al interior de diferentes poblados, se ha convertido en una preocupación evidente para todos los hogares, independientemente de sus condiciones socioeconómicas. Este particular, aunado al hecho de que los mismos gobernantes que implementan la medida, tampoco han tenido éxito en garantizar condiciones de seguridad ciudadana aceptables, han llevado a que las personas prefieran modos de transporte, como el vehículo particular, que los aíslen de un entorno completamente hostil. Sin embargo, en la política de movilidad este modo se ha declarado el enemigo, aumentando paulatinamente los costos de su uso, sin ofrecer alternativas de remplazo con una calidad aceptable, por lo que al final de cuentas las personas siguen usándolo en el marco de una empeorada experiencia y un muy alto costo del viaje. Continuando con el símil, es como si el arquitecto fuera el único proveedor para los recipientes en los que recogemos el agua de las goteras generadas por su pésimo diseño y aquel decidiera, castigarnos cobrándonos un precio cada vez más alto, por estos elementos que nos obligó a utilizar.

La sexta contradicción, por demás, poco inclusiva, consiste en que la medida es en general indiscriminada, desde el punto de vista que mide con el mismo rasero a todos aquellos que resultan afectados con su implementación, no se pregunta por las razones que motivan las preferencias de grupos específicos en términos de movilidad. Por ejemplo, ignora el punto de vista de personas cuyas matrices origen destino, no son compatibles con modos de transporte de reemplazo, personas de la tercera edad, que no son discapacitadas, pero necesitan soporte y tratamiento especial en materia de movilidad, personas que deben hacer múltiples desplazamientos diarios y utilizan sus vehículos como soporte de su actividad comercial etc. Desde la perspectiva del arquitecto, es como si se desconocieran los dramas generados sobre los hogares con el diseño mediocre y se desoyeran enteramente, las necesidades particulares de todos aquellos que tienen problemas específicos, profundizados por la existencia de las indeseables goteras.

En todo caso y no obstante todos estos cuestionamientos técnicos, a lo largo de los años de imposición de la medida, nos han vendido un discurso en el que la causa de los problemas de movilidad de las diferentes ciudades, es esencialmente el comportamiento ciudadano, mientras la gran solución es la aplicación de tal aberración técnica y el gran salvador es el Estado que ejerce con mano dura su autoridad, al punto de que la sociedad mayoritariamente defiende semejante actuación. Tal discurso está respaldado con argumentos tan débiles, como que en otros países se implementan medidas similares, como si el hecho de que otros Estados sean igual de ineficaces en materia de ordenamiento y movilidad, aportara alguna clase de validación.

Lo cierto es que una medida de estas características, no solamente debería levantarse, sino que tendría que prohibirse y declararse inconstitucional, garantizando una sanción ejemplar para cada gobernante que piense en traerla de vuelta, esencialmente, porque se trata de un mecanismo para ocultar el flagrante incumplimiento, de las responsabilidades más fundamentales asignadas por la constitución, a los equipos de gobierno de las diferentes poblaciones.


Versión en audio





 


viernes, 27 de mayo de 2022

Equipos de alto desempeño: menos problemas y disculpas, más acción y solución

 


Un país como Colombia, lleno de retos tanto en el entorno privado como el público, necesita con desesperación, la proliferación en su interior de equipos de altísimo desempeño, capaces de conducirnos por el camino del verdadero desarrollo. Requiere urgentemente, la instalación de la dinámica de equipos altamente efectivos y adelantados, al interior de familias, empresas, universidades, entidades de gobierno, organizaciones sin ánimo de lucro etc. 

 

Desafortunadamente, nuestra cultura, nos lleva por otro camino en el marco de prácticas que nos mantienen estáticos en las situaciones complejas y cuestionables a las que estamos sujetos desde hace años. 

 

En los siguientes apartes pretendo enunciar de forma resumida, algunas de estas costumbres esperando que quienes lean este artículo, logren identificarlas en sus propios entornos, con el propósito de arrancarlas de raíz, a fin de lograr nuestra evolución como sociedad, recordando que los grandes cambios sociales se materializan gracias a decisiones individuales dentro de entornos cotidianos. 

 

Estamos obsesionados con los problemas: tenemos la convicción de que el desarrollo de cualquier discusión debe estar centrado, fundamentalmente, en exponer y precisar las situaciones problemáticas a las que nos enfrentamos. Tomamos problemas triviales y los sobre analizamos, durante el desarrollo de reuniones interminables, en las que cada uno de los participantes expone su punto de vista. Nos sentimos inteligentes cuando en el marco de nuestro discurso citamos cifras, leyes, bibliografía, datos técnicos, todos relacionados con la expansión y profundización de aspectos que ya están suficientemente comprendidos y estudiados.  

 

Si queremos incursionar en la dinámica de equipos de alto desempeño, debemos tener claro que la comprensión de los problemas es valiosa en la medida en que la entendamos, simplemente como un escaño que nos permitirá avanzar en la identificación e implementación de soluciones contundentes. Es fundamental que apropiemos el hecho, de que el estudio de los problemas debe ser profundo, riguroso, informado, pero al mismo tiempo, increíblemente ágil y veloz. Finalmente, es oportuno interiorizar, que a la sociedad no le hacen falta “diagnosticadores” de oficio, lo que realmente necesita, son personas dispuestas a solucionar de forma definitiva los inconvenientes que nos aquejan. 

 

Todo nos parece difícil: generamos la absurda percepción de que hay problemas cotidianos que no pueden ser solucionados, cuando la realidad es que la gran mayoría de ellos, incluso los más complejos, tienen su origen en nuestro comportamiento y decisiones. Promovemos la idea, de que avanzar en soluciones es una tarea titánica, imposible de materializar por personas como nosotros procedentes de sociedades “limitadas” y “tercermundistas”. 

 

La realidad, es que, en un mundo de conocimiento abierto como el actual, no hace falta haber estudiado en una universidad sofisticada o tener estudios avanzados como un doctorado, para dar alcance a una situación problemática, lo único que se requiere, es la comprensión rápida y detallada de las dinámicas sistémicas que la determinan y, sobre todo, la voluntad de afrontarla de forma decidida, con la convicción de que tenemos la capacidad real de solucionarla, gracias al trabajo en equipo. Además, es fundamental quitarnos la tara, de que las soluciones deben venir de otros más capaces y conocedores que nosotros, personas externas a nuestros entornos o incluso procedentes de otros países. Comprender que en un mundo como el actual, conocer de un tema necesario para configurar una potencial solución, es tan fácil como leer un libro, un artículo o ver un video a través de las redes en las que interactuamos regularmente. 

 

Somos poco innovadores: nos aterra ingeniar e innovar, luego de las largas e interminables discusiones en las que se analiza un problema sobre el cual todos tenían algo que decir, se impone un silencio absoluto cuando se reclaman ideas, que puedan materializarse con el propósito de garantizar una solución efectiva. Cuando por fin, empiezan a aparecer unas pocas alternativas, todas ellas se sujetan a proponer cosas que se han hecho en el pasado con cuestionables resultados, y una vez se pone de presente su ineficacia, usualmente recurrimos a llamarlas de otra manera, como si la modificación de la denominación corrigiera su insuficiencia estructural. Eso sin mencionar, que sugerimos revisar de oficio, lo que otros han hecho antes que nosotros, con el ánimo de copiar sus propias soluciones e implementarlas en nuestro entorno. 

 

Si queremos convertirnos en equipos altamente efectivos, debemos comprender que el momento determinante, en el que se requieren todos los aportes, cuando debemos desplegar toda nuestra inteligencia e ingenio; es ése en el que se proponen las soluciones. Teniendo claro, que si algo se ha hecho en el pasado y el problema aún persiste, probablemente la solución vigente no está siendo efectiva, por lo que se requiere una solución alterna mejorada, que no tiene que venir de afuera o haber sido implementada antes por alguien más, sino que más bien, puede ser concebida completamente por nosotros mismos. 

 

La disculpa es nuestra primera respuesta: en nuestra cotidianidad, cada vez que se pone de presente la necesidad de atacar una problemática específica, lo primero que se recibe de parte de los implicados, es una larga e innecesaria disculpa. En el marco de esta dinámica, invertimos buena parte de nuestro tiempo en restarle importancia a problemáticas vigentes y defendernos de las críticas a soluciones que no parecen estar funcionando. 

 

Los equipos de alto desempeño nunca justifican la existencia de problemáticas de ninguna índole y mucho menos defienden soluciones ineficaces, pues lo consideran una real y completa pérdida de tiempo. Asumen la disculpa como una manera de justificar la incompetencia y como un mecanismo mediocre, que lo único que logra es aplazar la formulación de soluciones contundentes. Entienden que la disculpa y la justificación paralizan, en la medida en que reducen la percepción de urgencia de la actuación, por lo tanto, en vez de perder el tiempo en ambos recursos, procuran entender de forma rápida y precisa las manifestaciones problemáticas, para atacarlas con decisión, rigurosidad, oportunidad y contundencia. 


No nos comprometemos a actuar: nos cuesta comprometernos con acciones concretas, preferimos que los problemas se solucionen por sí mismos o que otros tomen la iniciativa de afrontarlos. Cuando nos asignan responsabilidades directas, procuramos no comprometernos con una fecha y si la aceptamos a regañadientes, la asumimos como una sugerencia, que incumplimos regularmente. Incluso, intentamos cambiar el alcance de lo solicitado, con el fin de facilitar nuestro recorrido hasta lograr un resultado, que puede ser cómodo para nosotros, pero que no garantiza la solución del problema que estamos enfrentando. 

 

Migrar hacia la dinámica de equipos de alto desempeño, implica comprometerse a actuar siempre que sea necesario, comprender que el único mecanismo pertinente para solucionar los problemas que nos rodean, es la acción decidida y contundente. Este tipo de equipos jamás intentan moderar el alcance de un resultado para su propio beneficio y mucho menos incumplen las fechas atadas a los compromisos, pues saben que detrás de la solución a una problemática hay expectativas, intereses y preocupaciones de otros equipos o de personas afectadas por dicha situación.  

 

 

 Versión en audio

 

lunes, 20 de julio de 2020

Pandemia por COVID-19: ¿están los mandatarios locales haciendo el trabajo para el que los contratamos?



El artículo 315 de nuestra constitución política asigna a los alcaldes la responsabilidad de “dirigir la acción administrativa del municipio; asegurar el cumplimiento de las funciones y la prestación de los servicios a su cargo”, por lo tanto, bien valdría la pena indagar un poco más para establecer en qué consisten tales funciones y servicios. Al respecto, la ley 136 de 1994 y la ley 1551 de 2012 definen, entre otras, dos funciones esenciales que le corresponden al municipio y que por ende son de completo resorte de los alcaldes: i. Solucionar las necesidades insatisfechas de salud, educación, saneamiento ambiental, agua potable, servicios públicos domiciliarios, vivienda recreación y deporte, ii. Promover el mejoramiento económico y social de los habitantes del respectivo municipio.

Así las cosas, es claro que los alcaldes tienen la ineludible responsabilidad de cuidar que todo salga bien para nosotros, en dos dimensiones esenciales de nuestra cotidianidad: la salud y el desarrollo económico. 

Dicho lo anterior, vale la pena aclarar que las decisiones que han venido tomando los alcaldes para enfrentar la pandemia, se han concentrado en restringir la libertad de las personas, fundamentalmente,  prohibir el desarrollo de nuestras actividades cotidianas, en dimensiones como movilidad, actividad socioeconómica etc; todo esto, con el objetivo de reducir la velocidad de contagio del COVID-19. La idea es procurar que la capacidad instalada con la que cuenta el país hoy día, en materia de servicios de salud, sea suficiente para atender la demanda generada por la pandemia. 

Ahora bien, la pregunta que habría que hacerse es si en el marco de tales decisiones los alcaldes están logrando los resultados para los cuales como sociedad los contratamos. Es claro, que las medidas de restricción de la libertad que vienen aplicando con tanta vehemencia destruyen la economía, por lo tanto, por esta vía no se está promoviendo el mejoramiento económico, al contrario, lo que se persigue es el indefectible deterioro económico de todos los hogares y habitantes de nuestros municipios. 

Por otro lado, en ningún caso parecen estar trabajando en mejorar los servicios de salud, por lo que sabemos en la gran mayoría de municipios, se tiene basicamente la misma precariedad de siempre. La pandemia sigue y seguirá avanzando sin importar qué tanto nos encerremos, claramente, el COVID-19 es algo de lo cual no nos podemos esconder, por lo tanto, conforme vaya creciendo el contagio, irá aumentando indefectiblemente la demanda por servicios de salud, haciendo cada vez más evidente su insuficiencia y baja calidad. En consecuencia, no se estará dando solución tampoco a nuestras necesidades insatisfechas en materia de salud, por el contrario, cada vez serán más los hogares y habitantes de los municipios con dificultades para acceder a tales servicios esenciales. 

Todo lo enunciado nos lleva a concluir, que gracias a las decisiones que los alcaldes han venido tomando, cada vez se irán comprometiendo en mayor medida dos derechos fundamentales de las personas: la libertad y la vida. En el marco de una oferta de servicios de salud débil como la actual, necesariamente la mortalidad asociada a la pandemia aumentará conforme el contagio se incremente, pero, además, cuando esto pase, mayores serán los incentivos para encerrar en sus casas a todas las personas. 

La dinámica que se está materializando en el país alrededor del COVID-19 nos recuerda aquel viejo chiste en el que alguien, para solucionar el problema de infidelidad de su cónyuge, tomaba la decisión de vender el sofá en el que los infieles de acostaban, asumiendo que con esta medida la infidelidad desaparecería, sin darse cuenta de que aplazaba la verdadera solución relacionada seguramente con cambiar de pareja.  Lo claro en nuestro caso, es que, de no modificar esta lógica de decisión local, al final de cuentas, las personas en los municipios terminarán pobres, enfermas, muertas y cautivas. 

No obstante, hemos perdido 5 meses valiosos de preparación, aún no es del todo tarde para modificar drásticamente la estrategia que venimos implementando. Los recursos financieros que tenemos son más que suficientes para materializar un resultado distinto al proyectado, que garantice la libertad de las personas, que preserve sus vidas y permita una total reactivación económica asegurando el acceso a servicios de salud de tal calidad, que todos podamos estar protegidos y tranquilos. 

En la actualidad tenemos una ventaja y es que podemos aprender de los errores del pasado. Hoy día sabemos, por ejemplo, que para mejorar los servicios de salud no basta con adelantar procesos contractuales para comprar ventiladores, tenemos conciencia de que lo que en realidad se requiere son unidades de salud adicionales totalmente funcionales, operando correctamente. Además, tenemos claro que la atención durante las etapas previas a la hospitalización es crucial y que debe operar como si fuera proporcionada por la más eficiente y eficaz empresa privada.  Pero más importante aun, sabemos que los alcaldes son personas que contratamos como sociedad para que desarrollen un trabajo muy particular y que tenemos la potestad de exigirles que lo lleven a cabo sin ninguna dilación ni excusa. 

miércoles, 21 de agosto de 2019

Sobre la peste negra y sus enseñanzas en materia de decisiones públicas: recomendaciones de expertos que conducen a la sociedad a "morderse la cola"



La peste negra es considerada la pandemia más importante de la historia, se estima que entre el 30 y el 60 por ciento de la población mundial murió a causa de esta enfermedad. En la actualidad se argumenta que era transmitida por pulgas transportadas por roedores, también se cree que la transmisión entre personas se produjo por ectoparásitos humanos, como la pulga común o piojos del cuerpo, sin embargo, han venido surgiendo cuestionamientos científicos en relación con este planteamiento. 

No obstante lo dicho, los médicos más adelantados y eruditos de la época, atribuían el mal a los “miasmas”, es decir, a la corrupción del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo humano a través de la respiración o por contacto con la piel; incluso hubo algunos que asociaron la enfermedad con fenómenos astrológicos.

Los dramáticos efectos de la enfermedad sobre la población mundial pueden explicarse principalmente por el error de diagnóstico de los equipos científicos, su interpretación del fenómeno llevó a los políticos y a toda la sociedad, a enfrentar un “falso determinante”, a declarar un “falso problema” el enemigo público de toda la humanidad.

Esta situación condujo inexorablemente a la sociedad, a la implementación de medidas costosas focalizadas en evitar a toda costa los “miasmas” y toda suerte de contacto humano, distrayendo recursos valiosos que podrían haberse invertido en el control de “roedores e insectos parásitos”.

A pesar de que han pasado varios siglos desde cuándo históricamente se registró este insuceso, los errores de diagnósticos inducidos por equipos científicos que fungen como asesores públicos, siguen estando presentes. La declaración de “falsos problemas” como enemigos públicos está vigente en la mayoría de sociedades actuales y goza de mayor incidencia en países con niveles medios o bajos de desarrollo. 

En el caso de  Colombia, por ejemplo, es posible identificar múltiples fenómenos que se ajustan a la lógica mencionada, las decisiones de los políticos y de la sociedad, están determinadas por análisis de grupos de expertos de indudable eficacia a la hora de postular “falsos enemigos públicos”, los cuales amenazan si tregua las dimensiones más relevantes de la realidad cotidiana. 

El narcotráfico es sin duda el “miasma” más representativo de nuestra realidad, a diario invertimos incontables recursos humanos, financieros y técnicos en intentar acabar con este flagelo, sin comprender que los “roedores e insectos parásitos” actuales, están representados en la enfermiza desigualdad que se ha venido consolidando en el país a lo largo de los años y conduce a los grupos menos favorecidos a intentar apropiarse de rentas de cualquier índole, utilizando mecanismos como el tráfico de drogas, disponibles en un momento determinado de la historia. 

Peor aún, este “falso determinante” nos lleva a sacar conclusiones basadas en evidencia también errónea, que nos conducen a decisiones que parecen tener fundamento en cifras, pero que en realidad están nubladas por nuestros fuertes prejuicios con relación a la existencia de un “enemigo público” incuestionable, de esta manera, cada vez que se genera un asesinato en nuestro país, de inmediato lo atribuimos al “falso problema” del narcotráfico, descartando de tajo cualquier análisis en relación con sus verdaderas causas.

El exceso de velocidad es también un “falso determinante” que en los últimos años ha tomado fuerza en lo que tiene que ver con la problemática de accidentalidad vial. El país viene invirtiendo ingentes recursos en reducir la velocidad de desplazamiento en todas las vías terrestres, en la actualidad buena parte de los esfuerzos de los políticos y la sociedad se enfocan en atacar este “enemigo público”. Es interesante ver el papel que las cifras han venido jugando en fundamentar y consolidar la capacidad de amenaza de este “falso problema”, las medidas que se han venido tomando están focalizadas en reducir los límites de velocidad hasta niveles considerablemente bajos, a tal punto, que en los diagnósticos actuales, la causa omnipresente de la casi totalidad de accidentes, es justamente exceder los mencionados limites. Esta condición supone un inconveniente de amplias magnitudes en la medida en que tales prejuicios menoscaban la posibilidad de hacer análisis serios para identificar los determinantes reales de cada accidente.

Por supuesto, desde un punto de vista contrafactual, es trivial demostrar que desplazarse a  velocidades superiores a los bajísimos límites actuales impuestos en nuestro país, no es el verdadero determinante de los accidentes viales, si este planteamiento fuera cierto la mortalidad y morbilidad en las autopistas europeas de alta velocidad serían inconcebibles y cada país con límites de velocidad superiores a los nuestros, ostentaría índices de accidentalidad más altos. 

En este caso el verdadero determinante es sin duda, la manera en la que se diseñó el sistema vial y la forma en la que se configura debido a un proceso evolutivo basado en micro decisiones que en esencia estructura vías terrestres que conducen a la generación de accidentes. Desde aspectos como la potestad de un alcalde para definir el uso del suelo en sectores cercanos a autopistas, hasta que contratistas públicos puedan decidir sobre cerramientos y señalizaciones que no cumplen con estándares mínimos de seguridad, pasando porque un gobierno local permita que las vías se deterioren; son en conjunto causantes de la tormenta perfecta para generar un número de accidentes considerable. 

Los anteriores son apenas dos ejemplos tomados de un amplio repertorio, por lo  tanto, vale la pena pensar las cosas con calma y revisar dos veces antes de implementar medidas que terminan restringiendo libertades con el propósito contradictorio de  controlar “miasmas”.  La idea en términos de decisiones políticas y sociales es afrontar la solución de problemas reales, dejando de lado los sofismas que lo único que hacen es distraernos. 

viernes, 9 de agosto de 2019

La paradoja del Estado generador de pobreza




Cuando en nuestra cotidianidad hablamos de pobreza, generalmente hacemos énfasis en la generación de ingresos, no obstante, tendemos a descuidar todo aquello que tiene relación con los egresos. Esta misma desviación tan natural en grupos desprevenidos de tertuliantes, parece estar arraigada en los equipos técnicos que analizan la problemática al interior de los gobiernos.   Tal situación lleva a subestimar las implicaciones en materia de generación de pobreza y reducción del bienestar social que pueden desencadenar ciertas políticas públicas, en esencia, si mantenemos el ingreso de los hogares constante pero paulatinamente hacemos crecer sus egresos, indudablemente los estamos empobreciendo, el resultado es similar si el ingreso crece pero lo hace a una velocidad menor a la que lo hacen los egresos. De la misma manera, cuando los egresos periódicos de un hogar son lo suficientemente altos y el hogar intempestivamente se queda sin ingresos, la situación en materia de reducción de bienestar es francamente precaria y lo será mucho más en la medida en que estos egresos altos estén directamente relacionados con la compra de bienes y servicios dirigidos a satisfacer sus necesidades más esenciales.

En los últimos años, al interior de nuestros gobiernos, se ha vuelto popular y conveniente asociar costos importantes a la casi totalidad de las transacciones cotidianas de los hogares, aspectos tan esenciales como consumir agua, gas y energía, transportarse, alimentarse, procurarse una vivienda, divertirse etc., han venido siendo cargados directa o indirectamente con pequeños importes que en suma han incrementado de forma importante el ingreso necesario para que un hogar sobreviva.

Para ilustrar el argumento podemos analizar el caso de los alimentos que cotidianamente consume un hogar promedio, en los últimos años algunos de ellos han sido gravados directa o indirectamente mediante el Impuesto al Valor Agregado (IVA), el Impuesto al Consumo o alguna clase de sobretasa, bien sea al alimento en cuestión o a algún insumo involucrado en su cadena productiva.

Algo similar sucede con el transporte, bien sea que se valga de vehículo propio o de algún modo de carácter público, en el primer caso por ejemplo, en los últimos años se ha incrementado el costo de propiedad de los vehículos de forma notable, se han gravado su compra, su tenencia, la mayoría de bienes y servicios asociados a su operación y mantenimiento, adicionalmente se han venido implementando seguros, cobros por contaminación etc., en el segundo caso los costos se han incrementado indirectamente por cuenta de estos mismos conceptos y otros tantos que sería redundante mencionar.

La conclusión de todo esto es muy interesante en la medida en que pone de presente un hecho contradictorio, el Estado, un actor por definición llamado a reducir la pobreza real, puede estarla multiplicando o por lo menos, puede estar demorando de forma importante el mejoramiento en el ingreso disponible de los hogares. Lo más curioso del caso, es que puede no ser consciente de este fenómeno, es decir, puede estar actuando en el marco de una situación evidente de “riesgo moral”.

Para comprender la verdadera incidencia de un comportamiento de estas características, analicemos el caso de un hogar de clase media que compró una casa a crédito hace treinta años, se trata de una pareja de jubilados que han visto crecer paulatinamente el costo del impuesto predial de la casa antigua en la que viven, no ha pasado lo mismo con su pensión, cuyo monto se ha incrementado apenas para “mantener” el poder adquisitivo frente a una canasta básica. No obstante lo mencionado, el Estado toma la decisión de cobrar intempestivamente un impuesto de valorización que eleva de forma dramática el costo de la vivienda, una decisión de estas características hace que estas personas deban dejar de comer o deban vender su casa para solventar el pago del impuesto, generando una situación de pobreza evidente que no aparecerá en los indicadores ni en las cifras de los sistemas de seguimiento públicos.

Los alcances de dinámicas como las mencionadas pueden llegar a ser insospechados, incluso pueden afectar negativamente aspectos tan determinantes para salir de la pobreza como la creación de capital humano. En efecto, en los últimos años, el Estado ha tomado múltiples decisiones relacionadas con la implementación de frecuentes reformas tributarias, ha venido aumentando indiscriminadamente el precio de los combustibles y cargado uno que otro pequeño importe a los egresos de los hogares colombianos, como resultado de esto, el ingreso disponible para educación se ha venido reduciendo, en consecuencia la matrícula en universidades de clase media, en jornada diurna es cada vez menor, mientras el porcentaje de personas que deciden elegir un programa de educación nocturno, que les permite estudiar mientras trabajan, se ha elevado significativamente.

Lo cierto de todo esto, es que es necesario replantear el papel del Estado y reconfigurar la forma en la que ataca la pobreza, podría empezar bajando los costos de los hogares reduciendo de forma pronunciada la incidencia sobre ellos mediante el incremento paulatino de la calidad del gasto y la productividad pública, además podría focalizar su política tributaria sobre los ingresos y no sobre los egresos.

En síntesis, el Estado debe empezar a pensárselo muy bien, cada vez que quiera afectar los egresos de los hogares, es necesario que evalúe seriamente las verdaderas implicaciones de sus actos y deje de actuar de la forma ligera en que lo viene haciendo, en lo que al bienestar de la sociedad se refiere.


jueves, 25 de mayo de 2017

Nuestra sociedad no necesita a los políticos

                                           Fuente: http://www.birgrupyazar.com/kuru-siki-hayatlar/


Cuando nos referimos a las actividades de quienes rigen o esperan regir los asuntos públicos, nos vienen a la cabeza todo tipo de perspectivas centradas en lograr una mejor sociedad,  garantizando que cada uno de los individuos que la conforman, sea capaz de lograr sus expectativas y que por esta vía, tenga la posibilidad de alcanzar un estado de felicidad razonable. Esa, naturalmente, es la lógica del deber ser de la política, la cual en el caso de Colombia y de un sinnúmero de países en el mundo, dista mucho de lo que pasa en la realidad.

La culpa de una diferencia tan marcada entre el deber ser y lo que es, está enquistada en un conjunto de imaginarios que a lo largo de los años, han venido posicionándose en nuestras sociedades, hasta el punto, de que muchas personas creen que no es posible concebir un entorno de poder público diferente al actual, sienten que la lógica política contemporánea es producto de un estado natural social que no puede modificarse, al cual todos indefectiblemente tenemos que acostumbrarnos.

Lo cierto es que los políticos, un grupo minoritario de personas, se han encargado de hacernos pensar de esta manera, a través de siglos de decisiones amañadas nos han convencido de que son necesarios para mantener el equilibrio social y satisfacer nuestras necesidades.  Tan falsa es esta posición que históricamente, buena parte de su tiempo, lo han invertido en discursillos focalizados en tratar de defender lo indefendible y mantener un conveniente status quo.

Lo interesante del caso es que las nuevas generaciones “no comen cuento”, a partir de los millennials, el mundo está conformado por un conjunto de personas críticas capaces de identificar las fallas sistémicas de los modelos políticos, económicos y sociales que  nos han regido durante años. Por primera vez en siglos estas personas son capaces de acceder alrededor de todo el mundo, de manera irrestricta, a volúmenes ingentes de información, puntos de vista, teorías, paradigmas etc; y lo más interesante de todo, es que tienen la capacidad necesaria para unir los puntos y darse cuenta de que “el tigre no es como lo pintan” las personas que en la actualidad rigen nuestros destinos. 

Lo claro es que como sociedad estamos en un proceso de transición hacia un paradigma político diferente, al cual nos dirigimos caminando pero algunos creemos que es necesario empezar a correr. Es evidente que YA NO NECESITAMOS A LOS POLÍTICOS, que actualmente toman decisiones sobre nuestras vidas.

Quién puede necesitar individuos egoístas que piensan más en su propia conveniencia que en el bienestar del pueblo que los eligió directa o indirectamente. Se trata de personas que ven en lo público una carrera por la que se mueven en el marco de una especie de gueto, a costa de tomar decisiones que preservan los intereses de aquellos que tienen injerencia en su proyección profesional, aun cuando vayan en contra del bienestar de la sociedad. Operan como una especie de logia que preserva a toda costa los intereses de sus miembros, pero a la que le tienen sin cuidado las afugias de nuestra golpeada sociedad. Muy al estilo de la mafia siciliana de antaño, concentran su gestión en hacer favores que después alguien debe pagarles y en recompensar a aquellos que en algún momento de su vida les ayudaron a avanzar en el marco de su crecimiento político. 

No obstante puedan haber alcanzado niveles educativos altos, en general se trata de personas poco técnicas, escasamente estructuradas, cuyo único mérito radica en su capacidad para relacionarse con la logia indicada y entender los mecanismos para evitar ser expulsados.

Quién puede necesitar personas que no construyen su agenda política en torno a la solución estructural de problemas sociales, sino alrededor de propuestas que preservan los intereses de los grupos económicos más poderosos, los mismos que son capaces de pagar ingentes sumas de dinero para venderle a los votantes “el candidato indicado”, mediante la implementación de despiadadas y mentirosas campañas de marketing.

Quién puede necesitar dirigentes completamente ajenos a las realidades del pueblo sobre el cual toman decisiones, que viven en entornos ideales separados, amén de que ellos mismos se encargan de solucionar primero sus necesidades, priorizándolas por sobre las de sus votantes, es decir, se concentran exclusivamente en garantizar la erradicación de sus propios sufrimientos olvidándose del dolor del resto de la sociedad.

Por qué íbamos a querer ser dirigidos por habladores de oficio, cuyo principal mérito es dar discursos, aparecer en fotografías y figurar en redes sociales.  Personas capaces de anteponer un evento político a una reunión técnica cuyo propósito es diseñar la solución efectiva a un problema social; que privilegian una rueda de prensa sobre un ejercicio de gerencia serio, que garantice el correcto funcionamiento de las organizaciones que dirigen; que prefieren abrir eventos en los que participan las mismas con los mismos pertenecientes a su séquito político, antes que trabajar concienzudamente para sacar adelante proyectos que mejorarán el bienestar de los más desfavorecidos.

Quién podría pensar que para nuestra sociedad es útil contar con políticos que mandan al traste la efectividad de las organizaciones que dirigen, llenando sus cargos con individuos que poco o nada conocen de la técnica necesaria para garantizar el logro de sus objetivos misionales, con aspirantes cuyo único mérito es respaldar a toda costa al integrante del gueto que en su momento pudo llegar a un cargo de decisión. 

Quién querría en su entorno personas con un hambre ingente de riquezas, capaces de utilizar la posibilidad de regir nuestro destino, para venderle al mejor postor la decisión que más le  convenga, aún en desmedro del bienestar de la mayoría.

¿Habrá alguien que necesite personas tan dañinas para una sociedad como la nuestra? Si todos estamos de acuerdo en la respuesta, ¿por qué permitimos que sigan plagando la realidad política de nuestros países? De inmediato podemos tomar la decisión de condenar su existencia, tenemos la posibilidad de dejar de votar por ellos, podemos restringirles la entrada a nuestros entornos cotidianos, hacerles sentir a través de todas las estrategias posibles que no son bienvenidos y que a partir de la fecha son proscritos en una sociedad que tiene la voluntad de garantizarse para sí misma una lógica política completamente diferente.  

martes, 7 de marzo de 2017

Carta abierta a los Servidores de Función Pública


Querido equipo de Función Pública:

Quiero enviarles a todos un caluroso saludo lleno del más profundo agradecimiento y un sincero sentimiento de aprecio. Les escribo por varias razones, la primera, despedirme pues he decidido retornar a mis actividades privadas, asumir de nuevo las labores académicas y el trabajo con los multilaterales. Cuando acepté las riendas de la Subdirección de Función Pública, la entidad me necesitaba, ahora quien necesita de mi apoyo es la empresa que ayudé a construir hace años y a la que también quiero con el corazón. 

Ha sido más que un placer trabajar con todos ustedes y aportar en la materialización de los retos que se ha trazado esta bonita organización. Cuentan con mi absoluta gratitud por los ingentes esfuerzos que han hecho para construir un mejor país, es mucho lo que Función Pública ha aportado en materia de política pública. Con algunos tuve la oportunidad de interactuar más que con otros, sin embargo, de cada uno me llevo gratos recuerdos asociados a sonrisas sinceras y muestras genuinas de aprecio.

La segunda, pedirles algo:

No se olviden que de acuerdo con el DANE aproximadamente un tercio de la población colombiana (27.8%) no gana lo suficiente para poder comprar una canasta mínima (menos de 223.638 mensuales). No pierdan de vista que de acuerdo con el Banco Mundial, Colombia es el séptimo país más desigual del mundo. Por otro lado, asegúrense de recordar que somos el octavo país con más asesinatos por cien mil habitantes de todos los que se incluyen en la medición de la Oficina de Naciones Unidas para las Drogas y el Delito.  Si recuerdan estos datos, tendrán presente que no obstante muchos de nosotros vivamos en una burbuja de aparente bienestar, la mayoría de colombianos no tienen la posibilidad de tener la vida que se merecen.

Desde muy joven me conmovió este particular y me ha motivado durante años a hacer todo lo que puedo para cambiar la situación de millones de colombianos: llegar a la oficina antes de las 6 am y salir cuando se ha ido el sol, trabajar con multilaterales y gobierno, olvidarme de invertir en negocios de alta rentabilidad, para fundar una organización que se dedica a solucionar problemas reales que afectan nuestra sociedad, explicarle a mis estudiantes en las noches y los fines de semana, mecanismos que permiten que la intervención pública y privada cambie el bienestar de las personas y más recientemente, venir a trabajar en Función Pública.

En el caso de ustedes, que seguirán formando parte de esta maravillosa entidad transformadora, tengan presente que su labor y la manera en la que entienden lo público puede hacer toda la diferencia:

  1. Hagan honor a la disciplina, la seriedad, el profesionalismo y el trabajo arduo.
  2. Sean disruptivos, entiendan que la situación actual no es producto del azar, es el resultado de las reglas de juego (instituciones) que nuestra sociedad ha configurado durante años de decisiones y que como cualquier convención, pueden cambiarse cuando lo deseemos.
  3. Lean todo lo que se les atraviese y estudien todo lo que puedan para encontrar soluciones reales a los problemas actuales de lo público.
  4. Manténganse a la vanguardia del conocimiento, entiendan nuevos modelos e impleméntelos.
  5. Piensen diferente, conspiren para cambiar el mundo y persuadan hasta el cansancio  a todos aquellos que pretenden mantener el statu quo.
  6. Cultiven la verdadera inteligencia, procuren entender fenómenos, dilucidar problemas e identificar soluciones estructurales. Sálganse de las dinámicas arcaicas que asocian la brillantez al hecho de recordar líneas de textos, normas o cifras escritas en alguna parte.
  7. Trabajen arduamente por cambiar lo que no funciona y transformen las dinámicas rígidas y conformistas que sostienen tercamente que las cosas no pueden ser diferentes.
  8. Obsesiónense con diseñar organizaciones ágiles, vanguardistas, productivas, que cambien por completo el panorama de lo público y tengan la capacidad para darle la vuelta a los indicadores que mencioné unos párrafos atrás.
  9. No se preocupen por publicitar lo que hacen para mostrar resultados, sabrán que lo están logrando el día que para el ciudadano sea evidente el buen funcionamiento de las organizaciones sobre las cuales Función Pública tiene incidencia.
  10. Cuiden como un tesoro todo lo público, recuerden que nuestras entidades existen gracias al aporte de millones de colombianos que para financiarnos debieron renunciar a una parte de sus ingresos, los cuales podrían haber utilizado para irse de vacaciones, cambiar de carro, comprar una nueva casa, pagar una mejor educación para sus hijos etc. 

Y lo más importante, asegúrense de ser los mejores servidores del mundo y promover que todos los que trabajan en lo público tengan una actitud similar a la de ustedes. No olviden jamás el deber de garantizar la felicidad de 47 millones de colombianos.

Cordialmente, 

Armando Ardila Delgado 
Subdirector

jueves, 18 de septiembre de 2014

BOGOTÁ, METRO Y MIOPÍA EN LA POLÍTICA DE TRANSPORTE MASIVO



La sociedad actual, requiere que las personas se movilicen a diario, en el marco de procesos de transporte vertiginosos, que tienen lugar al comienzo de cada día, con origen en sus viviendas y finalización en sus trabajos;  y que luego, al terminar la jornada, tienen una dinámica inversa que inicia en sus oficinas y culmina en sus hogares. Esta situación hace del transporte, un determinante por excelencia de la felicidad de los habitantes de una ciudad o como lo llaman los economistas, de su “bienestar”. En esencia, si los tiempos que debe destinar una persona, a estos ciclos de movilización diaria son menores, su felicidad se incrementa por cuenta de varios aspectos cotidianos que la mayoría de nosotros conocemos. Podemos dormir media hora más, debido a que madrugamos menos; tenemos la posibilidad de llegar más temprano a nuestras casas y compartir espacios de ocio valiosos con nuestras familias, incluso podemos trabajar más con el objetivo de aumentar nuestros ingresos; en fin…quedamos facultados para hacer todo lo que queramos con el tiempo liberado, el mismo que usualmente debemos invertir en los procesos de desplazamiento diario ineficientes. Además nuestros costos se reducen, en términos generales gastamos menos combustible per cápita y reducimos las condiciones de estrés asociadas a tener que invertir más tiempo del que queremos en esta actividad diaria.

Ahora bien, el tiempo de desplazamiento no es el único elemento importante en el marco de una actividad tan representativa en nuestras vidas. Somos más felices en la medida en que dichos desplazamientos sean más agradables y cómodos, es decir, más amables.

En esencia hay dos formas principales en las que las personas se movilizan, la primera tiene un carácter netamente individual y sus patrones de desplazamiento, dependen fundamentalmente de los medios y rutas que quiera y pueda proporcionarse por sus propios medios cada individuo. La segunda, tiene un carácter colectivo y sus esquemas de funcionamiento, dependen de una oferta disponible proporcionada por un tercero a varios individuos que tienen patrones de movilización similares. En Colombia, la mayoría de las personas se transportan bien sea en carro, moto, taxi etc. (primera alternativa) o en bus tradicional, Transmilenio, buses azules etc. (segunda alternativa).

Desde hace años, los gobiernos de diferentes ciudades han propuesto el desarrollo de estímulos, que persiguen la migración gradual de los usuarios del transporte individual al transporte colectivo. En general, se han concentrado en elevar el costo generalizado de movilizarse de manera individual. En este sentido, han venido elevando los costos asociados a tener y operar un vehículo privado, elevando los costos de los combustibles, los costos de parqueo, implementando cobros por congestión, restringiendo su utilización con mecanismos como el pico y placa etc. La razón de hacer todo esto, es que desde la perspectiva de un usuario promedio, es mucho más cómodo viajar en transporte individual que en transporte colectivo. Es decir es mucho menos costoso utilizar un medio de transporte como un automóvil o una motocicleta, que cualquiera de los buses con los que hoy día contamos en ciudades como Bogotá. En términos generales somos más felices movilizándonos por nuestros propios medios, porque aunque nos demoramos más, no nos sometemos a elementos que la economía clásica denomina costos de transacción; es decir, todos estos aspectos que nos hacen pensar dos veces antes de decidir dejar nuestro vehículo en la casa y transportarnos en los sistemas colectivos actuales: grandes caminatas para tomar el bus, incomodidades y agresiones generadas por la interacción de un gran número de pasajeros que compiten por un recurso común escaso, tiempos de espera largos, inseguridad etc.

Ahora, si nos hace menos felices movilizarnos en transporte colectivo, debido a todos los costos de transacción asociados; lo lógico, sería reducir de manera drástica todos los elementos traumáticos asociados a esta experiencia.  Con esto, mejoraríamos la felicidad de los que obligatoriamente deben usar este medio e incentivaríamos la migración por parte de los que hoy día se movilizan en transporte individual y ven el transporte público como una alternativa non grata.

A pesar de lo obvia que pueda parecer una afirmación de estas características, lo cierto es que la política de transporte en ciudades como Bogotá, parece pretender hacer menos felices a los bogotanos. Cada vez es más difícil y traumático movilizarse en transporte colectivo, debido a que se trata de un mercado con excesos claros de demanda, generados por un sistema sub dimensionado y un alto grado de precariedad en infraestructura disponible. En términos generales día a día es más costoso trasladarse en transporte colectivo y más atractivo utilizar el transporte privado como primera opción, a pesar de lo caro que pueda resultar.

Para contrarrestar este fenómeno, el gobierno continúa elevando el costo del transporte privado, lo que en ultimas, en una realidad como esta; termina echando por la borda la felicidad de todos los bogotanos. De continuar por este camino,  vamos a terminar en un escenario en el que los costos generalizados  de movilizarse, van a ser demasiado altos sea cual sea el mecanismo que escojamos para transportarnos.

Algunos creemos firmemente en la necesidad de inducir un cambio real en el paradigma de las políticas públicas. Sociedades complejas como las actuales, requieren de gobiernos obsesionados con mejorar la felicidad de sus ciudadanos, comprometidos con reducir al máximo los costos de transacción asociados a cualquier actividad cotidiana. Desde esta perspectiva, ciudades como Bogotá deberían contar en la actualidad con varias líneas de metro, de cable, de buses troncales, alimentadores, complementarios, taxis, ciclo rutas…en fin, todo lo necesario para garantizar que las personas decidan migrar al transporte colectivo, no porque el privado terminó siendo demasiado costoso, sino porque gracias a este desarrollo, la experiencia en el transporte colectivo es maravillosa.

A pesar de todo lo expuesto, todavía algunos se siguen preguntando si vale la pena construir un metro en la ciudad, cuando deberíamos estar planeando el número de líneas que precisamos construir para convertir a los bogotanos en ciudadanos menos infelices.