lunes, 15 de julio de 2024

Lo que somos hoy como país es producto de lo que decidimos en el pasado como sociedad


El management moderno y la teoría de organizaciones atribuyen los resultados de cualquier organización esencialmente a las decisiones que se toman en su interior a lo largo del tiempo y a la manera en que estas elecciones generan una conversación efectiva con el entorno. Aclarando que un país es un tipo de organización, a continuación presentaremos de forma cuidadosa, las conclusiones procedentes del estudio de las series históricas asociadas a diferentes indicadores micro y macroeconómicos, para un periodo comprendido entre la mitad del siglo veinte hasta la época actual. El objetivo es analizar las decisiones que generaron tales cifras y los efectos sobre nuestra realidad actual. Si bien se trata de una revisión centrada en el caso colombiano, no cave duda de que los mismos patrones son observables en la mayoría de países latinoamericanos.

Empecemos con las finanzas gubernamentales, una dimensión de absoluta relevancia para cualquier país. Es evidente que venimos aumentando nuestro gasto público de manera sostenida a lo largo de las décadas recientes, sin embargo, lo que muestran las cifras es que los resultados no son los que esperábamos.

El drástico aumento del gasto público no parece tener ninguna incidencia sobre la desigualdad. Durante años nos han dicho que mediante redistribución, impuestos y gasto podemos reducir las diferencias en ingreso y riqueza, pero lo que vemos en los datos, a lo largo del tiempo, es un crecimiento drástico del gasto al tiempo que la desigualdad permanece invariable. De otra parte, tampoco es claro que semejante incremento siquiera haya tenido efecto contundente sobre la reducción de la pobreza.

Cada vez el Estado se queda con una porción más grande de las horas de trabajo y el valor producido por la sociedad, adicionalmente cada vez se endeuda más, sin embargo el país no se desarrolla. Una variable que en términos reales no muestra una evolución consecuente con el incremento del gasto público es el ingreso per cápita. Entonces ese fuerte aumento en el gasto y la deuda no solo no tiene incidencia real sobre la desigualdad y la pobreza, sino que no está generando mayores ingresos y riqueza. De hecho, la estructura productiva del país ha permanecido invariable durante años, seguimos produciendo y vendiendo al mundo lo mismo de hace décadas, el gasto no ha servido para migrar a sectores más sofisticados que nos permitan agregar más valor, recibir más ingresos y solucionar estructuralmente nuestros problemas de pobreza.

A pesar del crecimiento de la deuda y del gasto público, no estamos invirtiendo en cosas que generen valor social en el largo plazo, su composición ha permanecido casi invariable a lo largo del tiempo y en vez de centrarse en inversión altamente rentable socialmente, se focaliza en diferentes tipos de subsidios y transferencias monetarias a poblaciones específicas, que como hemos visto no parecen tener efecto cierto sobre la desigualdad y la pobreza.

Tengan en cuenta que hace décadas venimos actuando de la misma manera, por lo que esta situación es responsabilidad de múltiples gobiernos y diferentes facciones políticas, en esencia, a lo largo de los años cedemos al Estado cada vez más de lo que ganamos con nuestro esmerado trabajo, pero este esfuerzo descomunal no está sirviendo para dar solución a nuestros problemas más estructurales, lo cierto es que para avanzar es necesario un cambio fuerte de rumbo que abandone lo que no funciona y nos lleve a ser un país desarrollado.

Continuemos con el estudio de una dimensión de absoluta relevancia para el desarrollo humano, la facilidad para emprender, desarrollar nuevos proyectos y materializar nuestras expectativas.

Los datos nos muestran que las decisiones que hemos tomado durante todos estos años han configurado un entorno que dificulta el proyecto de vida de las personas, pero al parecer, no somos conscientes de nuestra responsabilidad en el proceso.

La economía institucional hace énfasis en los costos de transacción, para evitar ser innecesariamente técnicos podemos asociar este concepto a lo fácil o difícil que es lograr un resultado en uno u otro país. Fácil significa bajos costos, difícil altos costos de transacción.

Nuestra cultura, por cuenta de la acumulación paulatina de pequeñas decisiones que parecen inofensivas, ha venido construyendo un contexto en el que sencillamente es difícil lograr resultados. Las decisiones en diferentes dimensiones, tributarias, de movilidad, jurídicas por mencionar algunas; hacen todo difícil, desde moverse, interactuar con otros, comprar, vender, estudiar, hasta hacer un trámite, una transacción o acceder a algún tipo de recurso.

Cuáles son las consecuencias de esta dinámica, trabajamos más que la mayoría de países para lograr resultados en todo caso inferiores a ellos, somos menos competitivos, que los que tienen más facilidades, dificultamos nosotros mismos nuestra capacidad para crear valor por lo que seguimos siendo pobres, en fin, haciendo difícil todo, nos mantenemos en el subdesarrollo.

Entendiendo lo anterior, bien vale la pena trabajar en generar una cultura que facilite la vida de las personas, haga fácil lograr resultados y sobre todo priorice la libertad y la felicidad.

Las decisiones que hemos venido tomando a lo largo del tiempo en materia de finanzas gubernamentales, la facilidad para emprender, desarrollar nuevos proyectos y materializar nuestras expectativas, han configurado un entorno microeconómico que actualmente no muestra buenas señales:

De acuerdo con las cifras, las utilidades de las empresas grandes, que tienen mayor capacidad para protegerse de lo que pasa en el entorno y generan más de la mitad del empleo formal, volvieron en 2023 a niveles similares a los de la pandemia o inferiores en el caso de sectores de alto impacto sobre población de bajos ingresos.

Por su parte, La creación de empresas se redujo de 2022 a 2023 de forma importante, mientras los resultados de las micro, pequeñas y medianas empresas con capacidad limitada para enfrentar el entorno, vienen en paulatino deterioro hace ya varios años.

En conclusión, las decisiones de los últimos gobiernos han impactado negativamente el desempeño de la economía real, la caída en el recaudo de impuestos nos alertó recientemente al respecto, factores como el desmedido y poco técnico aumento de los gravámenes, acompañado de gasto de muy mala calidad que se comen la economía, el error ingenuo de descontrolar la inflación, el aumento persistente de la tasa de cambio, la generación de marcada inestabilidad económica, política y una consecuente profunda incertidumbre; han deteriorado el sector productivo, del cual derivan sus ingresos los hogares, esencialmente como microempresarios que se lucran de pequeños márgenes, pequeños inversionistas que tienen sus ahorros en fondos que invierten en grandes empresas o empleados que trabajan en dichos negocios.

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domingo, 26 de mayo de 2024

Estamos marchitando nuestra economía

Publicado en el diario Portafolio

Los amigos son importantes por muchas razones, una de ellas, la posibilidad que tienen para llamarnos la atención de forma contundente cuando no vamos por el camino correcto.

A lo largo de mi carrera he conocido todo tipo de personas, en su mayoría serias, empeñadas e inteligentes. En la actualidad muchas toman decisiones importantes en el sector público, a ellas se dirige este duro escrito, ajeno a filtros diplomáticos en el que espero como amigo, llamarles profundamente la atención.

No me malentiendan, no quiero parecer pretencioso, probablemente he cometido iguales o peores errores que ustedes, más bien el planteamiento tiene que ver con una profunda contrición y el interés sincero de que corrijamos el rumbo.

Lo primero que hay que decir es que nuestro país como tantas otras latitudes latinoamericanas, está en la actual situación desafortunada debido a las decisiones que hemos venido tomando en las últimas décadas, aunque en el momento, cuando se afronta cada una de ellas, pueden parecer acertadas, en retrospectiva es evidente que no lo han sido.

Dicho lo anterior, va el primer llamado fuerte de atención, es demasiado ingenuo y desconectado de la realidad asumir que un país con nuestros indicadores en materia de pobreza, asesinatos, competitividad, desigualdad, desintegración y desunión interna, seguridad, movilidad, deterioro urbano y rural por mencionar algunos, ha tomado las decisiones correctas.

El segundo llamado de atención es más contundente que el anterior, acepten que el Estado, esa organización en la que ustedes han tomado decisiones, no funciona bien. Dejen de romantizar lo evidente, cualquier persona inteligente se da cuenta de lo rudimentaria que e es su operación, de lo contradictoria e ineficaz que es su cultura, de lo poco que todo lo que se hace en su interior le aporta realmente a los ciudadanos. Ahora, dejemos de promover que quien manifiesta este tipo de preocupaciones es afín a una ideología particular, en ese caso únicamente se están engañando a ustedes mismos, si no se dan cuenta de esto y no lo aceptan, seguirán separados de la realidad por lo que el problema jamás podrá llegar a una solución. ¿Cuántos escándalos, desaciertos, liquidaciones de entidades, reestructuraciones, ciudadanos insatisfechos, demandas y tutelas son necesarios para reconocer una condición tan evidente?

El tercer llamado es más duro que los anteriores, dejen de jugar con los hogares, con su estabilidad y bienestar, con el pasar del tiempo han modificado las reglas de juego a su antojo y se han apropiado irresponsablemente de los ingresos de estas personas, del valor generado por sus horas de trabajo. En el marco de una actitud similar a la de un niño en una tienda de dulces, proponen impuestos como si se tratara de un juego; todos ustedes desde alcaldías, gobernaciones, gobierno nacional y entidades, plantean nuevos cobros y pierden de vista que todos ellos recaen sobre los mismos, los que llaman “ricos” que no son más que una clase media precaria, a quienes con esta actitud poco técnica e irracional ustedes precarizan cada vez más. Con todas sus maestrías y estudios es impensable no darse cuenta de que a través de semejante forma de actuar a lo largo de los años han venido marchitando la economía, los signos son evidentes en los indicadores macro y microeconómicos, lo cierto es que vamos para atrás en los rankings mundiales de competitividad global, de competitividad del sistema tributario, incluso, luego de la pandemia, la clase media se redujo en millones de personas, por no mencionar el deterioro paulatino de las pequeñas y medianas empresas. ¿Qué más quieren ver para convencerse de semejante desacierto?

Nunca les parecen los recursos suficientes pero nuestros ingresos y gasto público están por encima del promedio de la OCDE, lo cierto es que cualquiera que haya formado parte de este andamiaje y tenga algo de honestidad intelectual, acepta que este dinero se pierde, se desperdicia, se va al diablo en medio de errores, improvisación, desorden, inexperiencia y corrupción. Es decir, en resumidas cuentas sus decisiones les quitan a los hogares, de forma infantil, la posibilidad de tener una casa, acceder a mejor educación, salud, vacaciones, entre otras cosas, en últimas les dificultan la vida, para sencillamente terminar botando esos recursos a la basura y quedarse tan tranquilos.

El cuarto llamado de atención, vehemente, está relacionado con cambiar su manera de pensar, dejen de creer que el ciudadano está a su servicio, los que están obligados en este caso son ustedes, le sirven a alguien que toma una parte relevante de lo que le pagan por su trabajo y se las transfiere para que ustedes solucionen problemas que él por sí mismo no puede afrontar, así que es mejor que acepten que su rol debe enfocarse en facilitarle la vida, no en tomar decisiones para hacerse la vida más sencilla ustedes mismos y luego pretender que las personas asuman los costos de semejante actuación.

Finalmente, cierro este decidido llamado con el quinto punto amigos míos, pidiéndoles que aprendan del pasado, no es posible que sigan tomando decisiones que nos llevan por caminos que no funcionan, a lo largo de los años han decidido entregar subsidios por doquier, pero ¿acaso ven algún mejoramiento real estructural en las condiciones de nuestra sociedad, no obstante esos subsidios cada vez son mayores? ¿Esto no les dice algo? Qué esperan ver para reconocer que el mundo no se mejora a través de subsidios sino tomando esos recursos y convirtiéndolos en servicios públicos de muy alta calidad: educación de alto nivel para todos, infraestructura facilitadora para todos, seguridad, salud y justicia para todos, en fin, en un entorno que facilite el más drástico desarrollo de todos, sin diferencias.

Lo cierto es que sus decisiones, sin importar si son de derecha, izquierda o centro, están evidentemente deteriorando la vida de muchos, se supone que con la esperanza de mejorar la de otros, esa ha sido su controvertida apuesta, pero al final de cuentas, lo segundo no se ha logrado de forma estructural precisamente porque las decisiones no han sido las correctas, por lo tanto, bien vale la pena corregir el rumbo y concentrarse en conducir nuestra sociedad por el camino conocido y probado, centrado en responsabilidad, rigurosidad fiscal, eficacia pública, desarrollo económico y humano; que han recorrido tantos países desarrollados y que los han sacado estructuralmente de la situación similar a la nuestra en la que alguna vez estuvieron.

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viernes, 26 de abril de 2024

Políticos fracasados


Fuente: La Crónica de Morelos

Publicado en el Diario Portafolio

Liderar sociedades no es una tarea sencilla, en el caso de América Latina es poco lo que los líderes pueden mostrar desde un punto de vista objetivo, en términos de su capacidad para materializar resultados que conduzcan a la mejora de la calidad de vida de las personas. 

Como respuesta a dicha dificultad, la mayoría de los políticos se convierten en comunicadores deshonestos, expertos en el desarrollo de un proceso de mercadeo engañoso, que busca posicionar como logros decisiones que no mejoran la vida de los ciudadanos. Bajo esta lógica, el discurso recurrente, retórico, falaz, plagado de sofismas y promesas falsas, se convierte en la herramienta por excelencia de estos personajes; la promoción de las ideologías para consolidar la fe de sus seguidores es el complemento perfecto para que, en el marco de una posverdad profunda, las personas menos aventajadas en materia de pensamiento crítico celebren las actuaciones de sus caudillos a pesar de que la evidencia muestre el más completo fracaso. 

Un patrón de estas características resulta siendo muy efectivo en sociedades mayoritariamente pobres, con bajos niveles de educación y sofisticación en materia de conocimiento, pues permite que este tipo de políticos ganen elecciones a pesar de sus pésimos resultados, en lo que tiene que ver con el mejoramiento real y objetivo de la calidad de vida de las sociedades presentes y futuras. 

Además de ser magníficos vendedores de humo y mentiras, sin importar su filiación política, todos coinciden en el enfoque de sus gobiernos y de las decisiones públicas que tienden a tomar. En efecto, la mayoría de ellos se ajustan con rigurosidad profunda a tres principios básicos que sin excepción formarán parte de su plan de gobierno: i. Cobrar impuestos. ii. Subsidiar. iii. Prohibir y restringir.

Lo cierto es que, ninguno de los tres planteamientos mejora, en realidad, el bienestar general. El cobro de impuestos implica apropiarse del valor producido por las personas mediante las horas de trabajo invertidas en una actividad privada, por su parte, la prohibición y la restricción son mecanismos autoritarios que suponen un conflicto de interés profundo con los ciudadanos, mientras la práctica de subsidiar conlleva una mejora en el bienestar de unos pocos en el presente, a costa de la profunda destrucción del bienestar de las mayorías en el futuro. 

En efecto, esta mezcla de medidas ha probado ser increíblemente dañina en la región, en el caso de Colombia, por ejemplo, se cuentan 21 reformas tributarias entre los años 1990 y 2022, semejantes decisiones dieron forma al sistema tributario menos competitivo de la OCDE, imponiendo sobre una clase media diminuta, vulnerable y sobre las Pequeñas y Medianas Empresas (PYME), una carga tributaria expropiadora que desincentiva de forma contundente las iniciativas de creación de valor social y desarrollo.   

Se trata de un esquema centrado en gestionar la pobreza mediante la entrega de subsidios, que deja de lado la construcción de las condiciones estructurales necesarias para que las personas salgan efectivamente de ella. De esta manera, las mayorías eternamente pobres, subsidiadas, fáciles de embaucar votan por los políticos inescrupulosos que quieren perpetuarse en el poder, por su parte, la clase media pequeña y esforzada, se ve obligada a financiar semejante modelo, a costa del profundo deterioro de su bienestar y del freno evidente de la capacidad para mejorar su calidad de vida. Para qué hablar de las clases altas, que en el marco de una lógica como ésta son prácticamente inexistentes, pero influyentes, procuran ejercer su poder, incidir en todos los entornos posibles para salir mejor librados de un modelo tan destructivo y precario. 

La política fracasada y mentirosa naturalmente está asociada a pésimos resultados en materia de calidad del gasto, lo cierto es que en el caso colombiano, los recursos que se le quitan a la clase media, que no se gastan en la gestión y conservación de la pobreza, se pierden en desorden, sobrecostos de toda índole y corrupción, por lo tanto, el Estado no es capaz de proporcionar una oferta razonable para las necesidades sociales, en lo que tiene que ver con servicios públicos esenciales como salud, educación, seguridad, transporte, agua potable, energía entre otros. Para lidiar con una situación como ésta y salir airosos, los políticos engatusadores, han implementado durante años un conjunto de medidas centradas en reducir la demanda ciudadana por provisión insuficiente de bienes y servicios públicos que están obligados a entregar: restringiendo la movilidad en la mayoría de ciudades del país ocultan su incapacidad para desarrollar sistemas de transporte robustos y coherentes con las necesidades de los ciudadanos, racionando el agua y la energía, esconden sus dificultades para expandir el sistema eléctrico, de acueductos, conservar los ecosistemas y ampliar los servicios ecosistémicos que los soportan, violando libertades ocultan sus problemas a la hora de  mantener una entorno de seguridad y convivencia apenas aceptable, por mencionar algunos ejemplos. 

Por supuesto, un conjunto así de malas decisiones acumuladas, ha deteriorado paulatinamente la capacidad de Colombia para crear valor como sociedad, en la actualidad el país se ubica en el puesto 58 entre 64 economías, del índice construido por el Centro de Competitividad Mundial. Es obvio que en el marco de semejante precariedad jamás podrá convertirse en un país desarrollado.

Dicho lo anterior, es claro que a América Latina le urge la llegada al poder de liderazgos totalmente diferentes y esto solamente será posible si, como sociedad, les cerramos por completo las puertas del poder a los políticos fracasados que durante años nos han convencido de que el camino de los impuestos, los subsidios, las restricciones y prohibiciones es el correcto, a pesar de que es evidente que nuestros indicadores se vienen deteriorando paulatinamente.

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miércoles, 20 de marzo de 2024

La maldición de la clase media: una pequeña parte de la sociedad no puede seguir sosteniendo a las mayorías.


En América Latina, con el tiempo , en el marco de decisiones tomadas por diferentes gobiernos y actores, hemos configurado un entorno en el que una pequeña, muy pequeña parte de la sociedad soporta toda la carga del costo del Estado, mientras las mayorías no tienen ninguna responsabilidad al respecto. En nuestros pobres países hemos diseñado una realidad en la que una clase media pequeña y frágil tiene la pesada carga de soportar a la gran mayoría de la población mucho más pobre y de paso financiar los ejércitos de burócratas que justifican semejante modelo. El populismo ha jugado un rol muy importante en la consecución de este resultado, las mayorías, menos educadas y movidas por emociones, han votado históricamente por personas que les prometen exonerarlas de toda responsabilidad social y el apoyo irrestricto por parte del Estado en las diferentes dimensiones de su vida, financiando todas estas promesas con los recursos provenientes esencialmente de las horas trabajadas por la clase media. 

Cada aspecto de la realidad latinoamericana convierte en una especie de maldición pertenecer a este grupo. En efecto, la política amañada vendió el irracional discurso de que cada aspecto que se materializa a través de movilidad social entre los pobres y la clase media es un privilegio, es decir, una prerrogativa que los pone de forma injusta por encima del resto del mundo. Mediante una retorica mentirosa convencieron a la sociedad de que nacer en un entorno educado, preocuparse por estudiar, endeudarse para hacerlo, concentrarse en procurarse una casa digna, salud de calidad aceptable, ahorrar, orientar el espíritu hacia el emprendimiento; son valores cuestionables por los cuales se genera automáticamente una deuda profunda con los menos afortunados, por lo tanto, la clase media es obligada a pagar muy caro cada uno de esos supuestos privilegios: al remunerar mejores servicios públicos, mejor salud y mejor educación deben financiar al resto, cuando compran combustibles, usan las vías y el transporte público, adquieren vivienda y en general, cualquier bien o servicio, resultan castigados por haber logrado a alejarse “descaradamente” de la pobreza y el despojo, condiciones que en el marco del discurso de los privilegios parecen ser celebradas.

Ahora, pensemos en realidad qué es la clase media, estamos hablando de supuestos "ricos" que no son más que médicos, profesores, ingenieros, abogados, agrónomos, pequeños emprendedores, por mencionar algunos, personas que apenas se han desmarcado de la pobreza, en general, un grupo que gracias a un conjunto de posibilidades se ha formado, ha emprendido, es decir, ha logrado incrementar sustancialmente la cantidad de valor que es capaz de ofrecer a la humanidad. Por lo tanto, vale la pena preguntarse si de verdad es justo y sobre todo viable, trasladarle semejante carga a médicos,  profesores, ingenieros, en general, a personas que aportan de forma importante en la construcción de la realidad. Es pertinente recordar que todo lo que en la actualidad conocemos, la tecnología, la economía, los Estados, la agricultura, todo lo que damos por sentado; solo existe porque personas que se formaron o emprendieron tuvieron la iniciativa de construirlo. El mundo no es un videojuego que se enciende y aparecen como por arte de magia edificios, hospitales, dispositivos electrónicos, aviones, barcos, acueductos, generadores de energía, es decir, todas las cosas que hacen fáciles nuestras vidas. Para materializar lo mencionado, millones de personas debieron extraer con mucho esfuerzo las materias primas necesarias, pasar horas interminables ideando y materializando las tecnologías que hicieron posibles éstas y otras muchas herramientas. 

El mundo es increíblemente complejo y hostil por lo que entenderlo y disponerlo para que soporte la forma fácil en la que hoy existimos, requiere miles de millones de horas de estudio, de comprensión de sus partes y fenómenos, además necesita una cantidad similar de horas de trabajo, para hacer realidad todo lo que diseñamos, por tanto, al igual que lo hace la clase media, cada humano que venga a formar parte de él y espere disfrutarlo, debe aportar en el desarrollo y mantenimiento de semejante nivel de comprensión y construcción, no tiene sentido, que tal grado de esfuerzo recaiga apenas sobre algunos, mientras los otros exigen pretendidos derechos sobre esta conveniente realidad que generosamente les entregaron. 

De manera pues que los valores como el esfuerzo, la dedicación, las decisiones orientadas a formarse y emprender, son los correctos para garantizar el éxito de una sociedad, no hay duda de que la clase media ya está haciendo su parte, lo que se requiere es que como sociedad logremos generar las condiciones estructurales para que las mayorías pobres se conviertan al menos en clase media, que esta pequeña parte de la sociedad crezca y se deshaga de tan injusto yugo, que el mundo empiece a ser desarrollado, mantenido y soportado de manera equitativa y que salir de la pobreza deje de ser mal visto por algunos y ya no sea percibido por otros como una especie de maldición. 


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viernes, 5 de enero de 2024

La plusvalía y la explotación por parte del Estado.



Las consideraciones en torno a tener un Estado pequeño y muy diligente o uno grande e ineficaz no son menores, tampoco lo son las relacionadas con que la organización pública controle o no las diferentes decisiones y sea intrusiva en la cotidianidad de las personas. Lo cierto es que antes de dar una opinión al respecto, mediada en muchos casos por ideologías económicas y sociales arraigadas, es pertinente tener en cuenta los diferentes aprendizajes que la humanidad ha tenido a lo largo de su historia, para evitar repetir los mismos errores que generaciones anteriores a la nuestra han cometido en el marco de dolorosas consecuencias. 

En primera instancia, vale la pena dejar claro, que el denominador común en los países desarrollados, independientemente del modelo político reinante, es una clara eficacia estatal y una arraigada libertad económica. Tiene mucho sentido que sea de esta manera pues la suma del valor privado creado por mercados fuertes, sofisticados y el valor público generado por un entorno gubernamental con alta calidad del gasto, genera un valor social sustancial que permite dar solución a todas las necesidades humanas de manera completamente conveniente. 

Ahora, lo que parece justificar tal condición generalizada, es el concepto de plusvalía de extracción pública. Es claro que una parte de la sociedad se preocupa mucho por la porción del valor generado por los trabajadores con la cual se queda el empresario, como contraprestación por el desempeño de su rol gerencial, como remuneración a la rara capacidad de articular eficazmente múltiples recursos con el propósito de materializar complejos resultados, sin embargo, se olvida que el Estado se apropia de una proporción mucho más importante. En los casos en los que el Estado es pequeño y muy eficaz, la plusvalía con la que se queda el sector público es razonable, además, esta parte del valor creado se devuelve a los trabajadores en forma de bienes y servicios públicos, sin embargo, cuando los Estados son grandes e inoperantes, una parte del valor creado, se diluye en la organización Estatal y no es devuelto a la sociedad, es decir, termina acaparado por un conjunto de burócratas y grupos que se lucran del aparato público, lo usan para enriquecerse y promover su propio beneficio, en consecuencia, se configura una explotación profunda sobre todos los actores de la economía, orquestada por individuos que se posicionan en el poder para estos efectos, que disfrazan semejantes objetivos con pretendido altruismo sustentado en argumentos ideológicos, hasta el punto que una parte de la sociedad termina por respaldar la propia explotación.

Dicho lo anterior se puede decir que, en los Estados pequeños y eficaces la economía es boyante, el ahorro es una costumbre arraigada debido la facilidad de emprender y sobre todo, generar riqueza que se utiliza para desarrollar nuevos negocios a diario. De otro lado, los Estados grandes e inoperantes marchitan la actividad privada, una alta expropiación de la plusvalía generada por los hogares, les quita el margen para ahorrar y generar riqueza, por lo tanto, los diferentes excedentes privados se dirigen al barril sin fondo público y dejan de fluir en la economía, dificultando de forma evidente la creación de nuevas micro, pequeñas y medianas empresas capaces de generar empleo, las personas vacantes o mal pagadas por emprendimientos  famélicos empiezan a ser contratadas o subsidiadas, ahora, por un aparato público creciente, que demanda cada vez más impuestos para financiar su desaforado gasto, por lo que el ahogamiento de la iniciativa privada es ineludible con los consabidos resultados en materia de deterioro económico y social. 

Por supuesto, los Estados eficaces no son intrusivos, no necesitan serlo, se concentran en generar las condiciones para que florezca una actividad económica privada, capaz de crear alto valor de forma equitativa, ética y responsable. De otro lado,  los aparatos públicos grandes e inoperantes necesitan meterse en cada espacio cotidiano de las personas, procuran regular cada interacción, para no perder su control estricto sobre los hilos del poder, pero también, para conservar la existencia del Estado a pesar del proceso gradual de marchitamiento que generaron sobre los mercados. Lo cierto, es que cuando la economía se agota y el Estado destruye el decreciente valor creado por ella, empieza a retroceder la riqueza de todas las clases sociales, en consecuencia, los indicadores del país se deterioran por lo que se da inicio a un proceso de regulación profunda que pretende evitarlo sin éxito. En cualquier caso, el marcado control dificulta todavía más la actividad privada, por lo que la destrucción de la economía se acelera, dañando las fuentes de financiamiento del Estado que ya no son capaces siquiera de generar la plusvalía necesaria para mantenerlo, por lo tanto, empieza a vivir de mecanismos falsos como deuda y emisión monetaria, causando un retroceso todavía peor sobre los indicadores macro y micro económicos. 

De todo este análisis pesa una conclusión clara, los Estados pequeños y eficaces que gerencian de forma responsable y seria la economía, creando un entorno propicio para el desarrollo privado en el marco de profunda libertad, ofrecen mejores posibilidades para materializar sociedades saludables y felices. Por lo tanto, si el argumento terco para promover Estados grandes e intrusivos, es esencialmente pretender la reducción de la desigualdad, vale la pena preguntarse si deseamos en América Latina sociedades sumidas en la pobreza pero igualitarias o muy ricas pero con algo de desigualdad. También vale la pena cuestionar si los Estados grandes,  inoperantes e intrusivos tienen la capacidad real de reducir la desigualdad o si por el contrario con su inoperancia y voraz explotación a todos los actores de la economía,  la profundizan. 

martes, 26 de diciembre de 2023

Adolescencia social e irresponsabilidad económica

Publicado en el Diario Portafolio

Lo que está pasando en Argentina ha generado todo tipo de opiniones, en su mayoría marcadas por profundas ideologías sociales y económicas, sin embargo, al analizar con detenimiento el contexto de la discusión, queda claro que lo que está en debate es, en realidad, un grupo de valores sociales relacionados con el éxito o fracaso de una sociedad, lo cierto es que, el argumento ideológico no es más que una fachada, asociada a la facilidad de cierto tipo de valores para alinearse con conjuntos de ideas específicos. 

En realidad, los planteamientos enfrentados giran en torno a si la sociedad de América Latina debe ser responsable o irresponsable. La discusión no es menor pues las decisiones que se tomen definirán la posibilidad de que salga o no de los precarios niveles de desarrollo en los que actualmente se encuentra.  

Para entender mejor el planteamiento, suscribamos el análisis a la comparación entre dos hogares, uno liderado por padres con mentalidad adulta, mientras en el otro toman decisiones padres inmaduros con mentalidad adolescente. 

En el primer hogar, tanto el padre como la madre estarán muy concentrados en construir valor, crean una familia con altos niveles de bienestar en el marco de un decidido trabajo en equipo. Seguramente será un hogar que analizará muy seriamente el momento en el que llegarán los hijos, de forma que la capacidad económica garantice su bienestar, además, se tratará de una familia  en la que sus integrantes se esforzarán por formarse para poder incrementar paulatinamente sus ingresos, gracias a la posibilidad de acceder a mejores posiciones en sus trabajos. Se endeudarán sin duda, pero no lo harán para irse de vacaciones, comprar muebles nuevos o ropa, lo harán para educarse o construir alguna clase de emprendimiento que facilite el mejoramiento de los ingresos, también lo harán para procurar un techo que cubra sus cabezas. Sin duda, estamos hablando de un hogar austero que no irá nunca más allá de sus posibilidades, que pagará sus deudas a tiempo, ahorrará en época de abundancia para procurarse tranquilidad durante la escasez. Construirá fondos para financiar la educación de sus hijos y se asegurará de que todos sus ahorros crezcan de forma importante, en el marco de inversiones seguras y rentables. 

En contraposición, el segundo hogar,  será uno en el que habrá desunión, peleas internas y ausencia de objetivos comunes, a su interior llegarán los hijos a destiempo, de forma totalmente improvisada y sin esperarlos, sus integrantes tomarán decisiones que no apuntan al largo plazo, más bien al día a día, el dinero que llegue de más al hogar será usado para alguna fiesta, para irse de viaje, para vivir el momento; la educación y la inversión en emprendimientos no serán una prioridad por cuánto suponen dejar de vivir la vida con la intensidad necesaria, de hecho se endeudarán hasta donde puedan para vivir una vida que va mucho mas allá de sus posibilidades, por supuesto, cuando lleguen las cuentas evitaran a toda costa honrarlas esperando que alguien más se encargue o que desaparezcan por cansancio de quién las exige. Cuando sea necesario costear la educación de sus hijos, no tendrán como hacerlo pues no existirán ahorros que les permitan solventar semejante necesidad, por lo tanto sus retoños tendrán que arreglárselas solos.

Pues bien, hay países llenos de hogares del primer tipo, que al tomar decisiones políticas y económicas, lo hacen alineados con semejante cultura, en general logran altos niveles de bienestar y desarrollo, de otra parte, hay países llenos del segundo tipo de hogares, como los de América Latina, que toman sistemáticamente decisiones colectivas erróneas, desatinadas, que los llevan por caminos escabrosos, en cualquier caso, asignan la responsabilidad de su desgracia a algo o alguien diferente de ellos y su manera irresponsable de actuar; por supuesto, en general, están sumergidos en el subdesarrollo. 

En síntesis, hay países adultos económica y socialmente, que se hacen cargo de su situación, toman decisiones responsables, científicas, que son afrontadas luego de analizar seriamente sus implicaciones. Por otro lado, hay países adolescentes, infantiles, que no miden las consecuencias de sus actos, que deciden en el marco de una perspectiva emocional más que racional y prefieren que otros se hagan cargo de su desorden. 

En ambos tipos de países hay personajes  técnicamente capaces que se comportan como el “Grillo Parlante”, icónico personaje de la  conocida obra “Pinocho” escrita por Carlo Collodi, proponen con profunda convicción gastar menos, endeudarse de forma responsable y pagando lo que se debe, tomar estos recursos y utilizarlos para desarrollar de forma real la matriz productiva, recomiendan reducir el déficit fiscal, es decir, centrarse en disfrutar únicamente lo que la sociedad realmente ha construido. Semejantes propuestas, en las sociedades adultas son aceptadas,  son tenidas en cuenta, mientras en las sociedades infantiles no tienen eco y son ignoradas en perjuicio y destrucción de su economía y bienestar. 

La pregunta que pesa de todo esto es si América Latina quiere alcanzar la mayoría de edad social o quiere seguir actuando como la marioneta mentirosa y caprichosa que quería convertirse a toda costa en un niño real. 

Además, nos queda una clara lección, sin duda está bien querer que la sociedad mejore garantizando un conjunto de derechos para todos sus integrantes, pero para lograrlo dicha evolución no puede soportarse en economías y sociedades mentirosas, si se quiere vivir mejor es necesario construir el valor que financiará semejantes demandas, dicha construcción es responsabilidad de hasta el último individuo, no tiene sentido que unos se dediquen a construir mientras otros solamente se concentran en exigir y recibir los beneficios de dicha construcción. 

domingo, 10 de diciembre de 2023

Rompiendo los mitos sobre el empresariado y el emprendimiento

 


Fuente: https://www.jelpit.com/blog/empresas/estrategias-para-llevar-tu-emprendimiento-a-otro-nivel/

En los últimos años, un conjunto de personas, al interior de universidades, entornos políticos, en general, actores con actividades desvinculadas del sector real; ha venido construyendo una historia falsa en relación con el emprendimiento y los empresarios. Partiendo del cuestionamiento de hace siglos, promovido en su momento por Marx, Engels y posteriormente por sus descendientes ideológicos, centrado en la explotación de los trabajadores, en la tesis de que el aporte del trabajador es la verdadera fuente de valor en la sociedad, en el concepto de la plusvalía y la lucha de clases; cuestionan y denigran del rol de los empresarios en la sociedad y los beneficios del emprendimiento, partiendo del hecho de que los empresarios por sí mismos no aportan valor, en general son simplemente dueños del capital y fundamentalmente se rentan de su propiedad.

Toda esta construcción, que en algún momento de la historia resultó útil para el mejoramiento de la sociedad, en la época actual es total y completamente improcedente por varias razones.

El valor no está explicado por la cantidad de trabajo invertido:  en la actualidad tenemos claro que el valor está determinado por la relación entre quien produce y quién consume, sabemos que la interacción entre estas dos perspectivas las cuales están centradas por un lado, en cuánto cuesta producir algo teniendo en cuenta todos los elementos involucrados en la producción, y por el otro, qué tanto la sociedad, necesita o desea lo que se produce. Para ilustrar ésta consideración pensemos en un emprendedor que decide producir grilletes para esclavos, invirtiendo grandes cantidades de trabajo en su elaboración, teniendo en cuenta que la sociedad abandonó semejante práctica, por fortuna  hace años, seguramente el valor real de lo que vende será nulo precisamente porque nadie necesita o desea tal artículo no obstante alguien decida producirlo. 

La importancia creciente de la gerencia: cualquiera que haya emprendido, sabe que el aporte más grande que hace el emprendedor, el empresario en la producción de bienes y servicios, es la articulación de infinidad de recursos de toda índole para materializar un resultado  notablemente complejo sobre el cual exista necesidad  o deseo. No hay duda de que esta capacidad es increíblemente escasa y valiosa, tanto que podemos hacer el experimento de intentar producir algo tan sofisticado como un dispositivo móvil, juntando un conjunto de trabajadores y no tendremos ningún resultado, incluso, podemos trasladar ésta responsabilidad al Estado y conociendo su incapacidad histórica para desempeñar dicha tarea, no logrará lo que un buen emprendedor hace de forma rápida y sistemática. Se ha difundido el mito de que el empresario únicamente aporta los medios de producción lo cual es totalmente falso y ajustado a otra época, de hecho este planteamiento proviene en general de personas que jamás en su vida han emprendido con éxito, en realidad, para un emprendedor lo menos relevante es la propiedad de los medios de producción, tanto así, que en las primeras etapas de un emprendimiento real no le pertenecen, usualmente su consecución procede de préstamos y apalancamiento. En la mayoría de los casos le prestan justamente gracias y en proporción a su capacidad de gerencia y logro de resultados. 

El Estado no puede reemplazar al empresario: podría hacerlo, pero la experiencia ha demostrado que en modelos democráticos es un pésimo emprendedor, corrupto, ineficiente e ineficaz. De hecho, lo que no advierten muchos, es que también se apropia de una plusvalía muy relevante a través de impuestos que no se devuelve a la sociedad pues se diluye en un aparataje burocrático. Por lo tanto, bajo estás circunstancias se cambia a un emprendedor ágil y eficaz por otro lento y pesado que se queda con una mucho mayor porción del valor creado por nuestro trabajo. 

La mayoría de empresarios no son magnates dueños de grandes corporaciones: según datos de la OCDE hasta el 70% de lo que se produce en la actualidad procede de Pequeñas y Medianas Empresas (PYME), esto quiere decir que la mayoría de emprendimientos en el mundo son en realidad lo que observamos en la cotidianidad, la empresa del panadero que produce pan en el primer piso mientras vive con su familia en el segundo y que para hacerlo contrata dos panaderos aprendices, la peluquería que vincula a otros tres o cuatro peluqueros más, el taller automotriz que da trabajo a otros mecánicos, por mencionar algunos ejemplos.

El emprendimiento no es negativo ni destructivo: lo que destruye el entorno es el emprendimiento irresponsable, que en realidad esta paulatinamente desapareciendo. Gracias a cambios evidentes en las preferencias sociales, cada vez tenemos un emprendimiento más altruista y consciente, más centrado en la sostenibilidad, la ética y la responsabilidad social. Para constatarlo basta estudiar el comportamiento de grandes empresarios a lo largo de la historia, comparar las prácticas de emprendedores como John D. Rockefeller y Andrew Carnegie, con las de contemporáneos como Steve Jobs y Sam Altman, siendo objetivos, es claro que hay diferencias fundamentales en su escala de valores así como en la voluntad de hacer aportes notables para construir una mejor sociedad. 

Lo cierto, es que emprender es la base del desarrollo y hasta la fecha, solo los países con una sólida cultura emprendedora focalizada en profundos principios éticos y de justicia, han logrado altos niveles de bienestar y felicidad, por lo tanto, si queremos avanzar es pertinente enaltecer el emprendimiento, la gerencia, la construcción de valor social  y concentrarnos en configurar un ecosistema, que haga posible este proceso de forma igualitaria para cada uno  de los individuos de nuestra sociedad. 

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lunes, 13 de noviembre de 2023

La economía latinoamericana, religión o ciencia

 


Publicado en el diario Portafolio

Los economistas latinoamericanos le están fallando muy seriamente a la sociedad por varias razones, en primera instancia dejaron de preocuparse por el bienestar de las personas y por entender los fenómenos económicos, en segunda instancia paulatinamente dejaron de ser científicos para convertirse en religiosos. 

La economía en su esencia contiene algunos aspectos fundamentales que nuestros economistas han dejado atrás, la comprensión profunda del sistema económico y social, el entendimiento de los procesos de asignación de los recursos con los que la humanidad cuenta, que por definición son escasos y sobre todo, el mejoramiento del bienestar de cada uno de los individuos que forman parte del mundo. 

Dicho lo anterior, en la actualidad, en su gran mayoría, los economistas están obsesionados con doctrinas económicas asociadas a su propia visión del mundo, que promueven en todos los círculos independientemente de que funcionen o no, muestren buenos o malos resultados en lo que tiene que ver con los aspectos de la esencia económica que acabo de mencionar. 

En las conversaciones con economistas consumados y con estudiantes de economía formados por ellos, citan a Marx, a Keynes, a Mises o a Friedman y a toda su descendencia, dependiendo de a qué religión pertenecen, como si fueran deidades, como si sus palabras fueran la revelación de un profeta y no un simple aporte histórico de alguien que puso un pequeño grano de arena para construir el actual conocimiento económico. 

Lo que hacen al interior de los entornos académicos, organizacionales y familiares, es actuar como predicadores que difunden una doctrina llena de supuestas “verdades” que la providencia les reveló solo a ellos. En general estas ideas plantean una utopía económica y social que no se ha materializado, pero que a través de la fe tendrá lugar dando solución a todos los problemas de la humanidad. 

Como en toda ideología centrada en la fe profunda, no cuentan con evidencia real que permita probar la veracidad de sus planteamientos, tampoco reconocen las cifras aportadas por la historia, mas bien tratan de adaptarlas a su propio argumento interpretándolas como les conviene para efectos de convencer a sus creyentes. 

Para los religiosos de izquierda, el mundo sigue siendo el de explotación capitalista de la revolución industrial que debe desmontarse mediante la ruptura del sistema, la lucha de clases, la redistribución, el abandono del individualismo, además, el Estado debe ser el gran planeador central de la economía,  pierden de vista aspectos tan esenciales como que el mundo ha cambiado de forma muy relevante y que el Estado tiende a funcionar mal como organización. Para los de derecha, los mercados solucionan todo, el egoísmo consumado es capaz de erradicar todos los problemas humanos, el Estado debería desaparecer para facilitar el desarrollo privado sin importar las desigualdades resultantes en materia de bienestar y los evidentes riesgos en lo relacionado con la sostenibilidad de nuestra especie y el sistema natural que la rodea. 

Cuando cualquier persona cuestiona su credo, o pone en duda alguno de estos planteamientos, de inmediato es catalogada como “infiel” infectada por los conceptos herejes de la religión opuesta. 

Lo más difícil de todo éste misticismo, es la profunda irracionalidad que genera, de cuando en cuando, vemos países con economías destruidas que no llegan a ser comprendidas por estos religiosos, cuyos indicadores muestran altas tasas de inflación, monedas fuertemente devaluadas, creación de valor y riqueza increíblemente desigual, que además tienen serios problemas en materia de distribución eficiente de recursos, altos niveles de pobreza y bajos resultados en términos de bienestar.  A pesar de las pésimas decisiones motivadas por ellos,  defienden sus desaciertos en el marco de una fe ciega que sustenta la terca negación de la apabullante evidencia, que muestra que lo que están haciendo como sociedad está acabando con la felicidad de las personas, o peor aún, prioriza la felicidad de unos por encima de la de los otros.  

La fe y sus ideas profundas los obnubilan, ignoran cosas evidentes, por ejemplo, los de izquierda creen que la apropiación por parte del sector público de una porción importante del valor generado por el sector privado, así como la profunda ineficiencia estatal que prácticamente destruye dicho valor, no tendrá ningún efecto en las decisiones de las personas, creen que darse cuenta sistemáticamente, de que lo que construyen los hogares y las empresas con mucho esfuerzo, termina diluyéndose entre los procesos pesados y burocráticos públicos; no generará una justificada aversión y rechazo. Los de la facción opuesta pierden de vista cosas tan evidentes como que el libre mercado no es capaz de sacar a las personas de la pobreza ni en los países más avanzados del mundo y que la profunda desigualdad destruye los pilares fundamentales de los mercados competitivos y las sociedades democráticas. 

Ambas facciones, en el marco de su fe ciega, olvidan que la economía procede de decisiones que diferentes sociedades han tomado a lo largo de siglos de prueba y error, que al igual que el lenguaje, los modelos económicos se configuran como la agregación de múltiples puntos de vista, de millones de variables y fenómenos alrededor del mundo, que en este proceso de depuración colectiva termina prevaleciendo lo que como sociedad consideramos más pertinente para nuestra realidad y que seguirá configurándose independientemente de que los religiosos quieran modificarlo para que represente enteramente las enseñanzas de sus deidades, profetas y los planteamientos de su fe. 

Lo cierto de todo esto, es que el rol de los economistas en la sociedad latinoamericana debe modificarse enteramente, pues es evidente que en vez de aportar, de forma similar a como lo hacen los médicos, los ingenieros y demás representantes de otras áreas del conocimiento, con su fanatismo, están conduciendo al mundo que los rodea a enfrentarse, confundirse y paralizarse.

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domingo, 24 de septiembre de 2023

El terraplanismo económico latinoaméricano

 


En los últimos tiempos se ha hecho popular en redes, un conjunto de personas que proponen la tesis de que la tierra es plana. Con la mejor de las voluntades, en el marco de motivaciones ingenuas y al parecer  transparentes, hacen una serie de preguntas sustentadas en el sentido común, que intentan desvirtuar la esfericidad terrestre y otros postulados esenciales de nuestra realidad moderna.

Un planteamiento de estas características en un mundo de conocimiento abierto como éste en el que vivimos, es increíblemente interesante, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento y la epistemología.

A pesar de que la humanidad a lo largo de siglos de discusión y búsqueda de la verdad, ha acometido desarrollos increíbles en astrofísica, física de partículas, matemáticas, geología, ingeniería aeroespacial y muchas otras áreas, un grupo de personas inteligentes y formadas desde varios puntos de vista, han decidido descartar tan amplias aproximaciones calificándolas de “conspiración”, para explicar de manera superficial un fenómeno tan complejo como la esfericidad terrestre, trayendo del pasado  hipótesis simples que estuvieron vigentes siglos atrás en la historia de la humanidad. 

Este tipo de comportamiento es relativamente común en el ser humano por lo que podemos encontrarlo también en la ciencia económica y social latinoamericana. El recorrido de la humanidad a lo largo de siglos de pensamiento económico es sustancial, desde que Adam Smith y algunos otros, decidieron en los comienzos, documentar el comportamiento observado de la sociedad en materia de oferta y demanda, muchas cosas han pasado y muchas premisas falsas se han esclarecido. Inicialmente concluimos que los mercados por sí mismos, de forma totalmente autónoma, eran capaces de solucionar las diferentes necesidades humanas, sin embargo, posteriormente, entendimos que la manera en la que se auto organizaba el mercado, podía conducir a la opresión y explotación de los trabajadores. Más adelante, luego de la gran depresión y de las guerras mundiales, nos dimos cuenta de que el Estado juega un rol importante en la economía, en efecto, un tercio  del mundo decidió migrar a modelos en los que el Estado tomaba todas las decisiones económicas, mientras el resto de la humanidad, decidió que el Estado y el mercado eran dos cosas que debían estar separadas, en todo caso, el Estado en estas economías empezó a jugar un rol amplio y mucho más determinante.  Mas tarde, en los años 70, entendimos que un Estado grande, intrusivo y sobre todo, irresponsable, puede afectar muy negativamente los resultados de las economías de mercado en vez de mejorarlos y luego, en los años 80, la mayoría del mundo se dio cuenta de que los Estados que reemplazan los mercados y planean de forma centralizada la economía, no dan buenos resultados por lo que decidió homogeneizar en la casi totalidad de las latitudes su rol, centrándolo en actuar como un regulador poco intrusivo y un árbitro que media lo que pasa en los mercados. 

En la actualidad sabemos que, para que una sociedad se desarrolle y alcance altos niveles de bienestar, es necesaria la libertad económica en el marco de un Estado que potencia y protege los resultados económicos, garantizando la equidad y el desarrollo igualitario.  Hemos encontrado que problemas estructurales como la exagerada acumulación de riqueza y la destrucción del medio ambiente, requieren de ajustes cuidadosos sobre la forma en la que se desenvuelve la economía de mercado. En todo caso, van apareciendo infinidad de tendencias científicas, que proponen maneras de mejorar semejante resultado y de la misma forma que ha sucedido a lo largo de décadas de evolución del pensamiento económico, estas posiciones se han venido apropiando dentro de los paradigmas actuales. 

No obstante toda esta masiva discusión que nos ha tomado décadas de aprendizajes, recurrentemente aparecen personas inteligentes que al igual que los terraplanistas, interpretan los problemas actuales y su evidencia a la luz del sentido común, sin profundizar en la historia y todo el desarrollo científico que nos condujo hasta la realidad contemporánea. Asumen que toda esta evolución paulatina, que nos ha llevado por guerras, depresiones, crisis mundiales, auges, hiperinflaciones generalizadas, en la que coexisten entregando evidencia a diario, economías estables, Estados ricos, pobres, fallidos, exitosos; que todo aquello a lo que nos enfrentamos cotidianamente y que construimos en conjunto, es producto de una obscura conspiración política e ideológica. Además suponen que modelos que estuvieron a prueba en el mundo en diferentes momentos de la historia, centrados de un lado, en preponderancia absoluta de la economía de mercado o del otro, en planeación central de la economía y mostraron no funcionar en ningún caso, son mejores que los que tenemos en la actualidad, que iniciativas centradas en políticas de expansión monetaria y aumento en el gasto público generadores de hiperinflaciones y desempleo en diferentes economías, en esta ocasión van a ser exitosas. 

Lo cierto es que, al igual que con la creencia de que la tierra es plana, el mundo y la comunidad científica económica ya conoció, revisó y  probó todas estas iniciativas y que independientemente de si quienes las enarbolan nuevamente, conocen en profundidad los casos o no, a lo largo de la historia la humanidad recabó información contundente con la cual podemos concluir, que no son apropiadas para satisfacer las necesidades humanas y mejorar realmente el bienestar de las personas. 

Sin lugar a dudas, cuando miramos a cualquiera de los países con los más altos niveles de desarrollo, con los más elevados estándares de bienestar,  todos ellos tienen una mezcla entre profunda libertad económica, Estados muy eficaces centrados en facilitar el desarrollo, entregar bienes y servicios de carácter público que los privados no pueden proporcionar o que equiparan la mesa sobre la cual la sociedad juega la partida y una profunda rigurosidad en la forma en la que administran las finanzas públicas, optimizando al máximo los recursos invertidos en el logro del bien común.

Por su parte, los países que se han ido por caminos alternos que los devuelven al pasado como Cuba, Venezuela, Argentina por mencionar algunos, todos ellos, sin excepción, han tenido resultados diametralmente inferiores a los de dichos países desarrollados. 

Por lo tanto, si tan clara es la evidencia, si además en diferentes momentos de la historia se han materializado situaciones similares, vale la pena preguntarnos por qué seguimos insistiendo en proponer semejantes modelos para nuestras economías. Lo cierto es que, estamos situados en la órbita terrestre viendo su curvatura, pero nuestros argumentos siguen sosteniendo que la tierra es plana, en vez de reconocer que lo que tenemos ahora en materia económica y social, es una construcción colectiva que ha madurado a lo largo de los años en el marco de procesos de prueba y error, que no vale la pena intentar devolverse al pasado para cometer los errores que otros han cometido antes que nosotros, que finalmente, lo lógico sería enfilar nuestras baterías hacia el desarrollo, abriéndonos mentalmente a involucrar con agilidad los respectivos cambios que requiere el modelo actual para corregir sus problemas estructurales. 

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viernes, 22 de septiembre de 2023

Un país que produce pobreza y desigualdad

 


Publicado en el diario Portafolio 
 https://www.portafolio.co/economia/finanzas/construimos-una-realidad-pobres-y-ricos-589446

Todos conocemos el dilema del padre sobre protector, que intentando proteger a su hijo del mundo, termina aislándolo de la realidad, configurando un nuevo ser humano incapaz de enfrentar su propia realidad, al final de cuentas, construyendo una persona increíblemente vulnerable a los peligros del entorno. Lo cierto es que en el marco de una convicción loable, este padre termina materializando un resultado totalmente adverso. 

Algo parecido sucede en Colombia con la pobreza y la desigualdad, es indudable que como sociedad estamos genuinamente preocupados por estos problemas, sin embargo, a lo largo de los años, hemos venido tomando decisiones que antes que corregirlos los han convertido en condiciones enquistadas en nuestra realidad. 

Concebimos un contexto en que el existir para los hogares resulta completamente diferencial, semejante situación no es un resultado indefectible del entorno, sino más bien, se trata de una condición de la realidad que hemos construido con el propósito de intentar reducir las marcadas diferencias entre los colombianos. 

Bajo esta lógica, existir para un hogar es por definición discriminador, conforme las personas van subiendo de estrato, la dotación de bienes y servicios públicos mejora de forma muy importante, así mismo los costos que un hogar debe pagar para tener acceso a tales posibilidades es muy superior. Por lo tanto, dichos costos hacen que los hogares que podrían vivir en zonas mejores, superiormente dotadas, en el marco de opciones más satisfactorias, no puedan acceder a semejantes condiciones debido esencialmente a que necesitarían ingresos muy superiores para lograrlo. 

Por otro lado, recurrentes reformas tributarias aprobadas a lo largo de los años, concebidas con el propósito de reducir la desigualdad y generar recursos para desarrollar programas, que permitan contrarrestar la pobreza, han sido increíblemente agresivas con las micro, pequeñas y las medianas empresas, que son las que realmente le dan empleo a la mayoría de la población. Las personas comunes no trabajan en multinacionales o grandes conglomerados, trabajan en restaurantes, pequeñas fábricas de ropa, droguerías, empresas modestas de vigilancia, entre otros, como empleados o pequeños emprendedores, no obstante, hemos venido haciendo cada vez más costoso y difícil existir para estas organizaciones. Crecer para emprendimientos de dichas características, supone costos que como negocio informal no era necesario asumir, lo cierto es que, considerando el nivel de ingresos de sus clientes, la disponibilidad a pagar por sus productos es la misma, no obstante, los costos se multiplican conforme escalan el tamaño de su operación. Debido a esto muchas empresas se mantienen en un tamaño subóptimo o terminan generando márgenes pequeños para el empresario, que le impiden pagarle bien a sus empleados o que lo llevan a tomar la decisión de liquidar la empresa para migrar a inversiones que supongan obtener el mismo rendimiento con menor esfuerzo. 

Entonces, por un lado, hemos construido una realidad que hace cada vez más costoso mejorar la calidad de vida de las personas de menores ingresos y riqueza y por el otro, pone todo tipo de talanqueras para mejorar en ingresos, cargándole cada vez más obligaciones a las pequeñas empresas que tienen potencial para generar empleos de calidad. 

Sin embargo, ahí no termina el problema, toda esta estructura diferencial que hemos construido a lo largo del tiempo, hace que sea muy costoso ofrecer servicios esenciales para mejorar ingresos como por ejemplo una buena educación. Una universidad de calidad, necesita personas capaces, tecnología, instalaciones, que debido a esta estructura diferencial terminan siendo costosas, por lo tanto, el precio de sus servicios se vuelve tan alto, que solamente una pequeña proporción de hogares puede procurárselos. A este efecto la economía le llama distorsión, al final de cuentas, debido a estos costos que se incrementan de acuerdo con el estrato y con el nivel de ingresos para personas jurídicas, el acceso a lo que producen un buen número de organizaciones se vuelve restringido para una parte importante de la población, por lo tanto, no solo terminan estancados en empresas pequeñas que no generan margen, en zonas habitables que no tienen las dotaciones necesarias, sino que también terminan limitados a procesos de creación de capital humano que no tienen la calidad suficiente para equipararlos con las poblaciones de mayores ingresos. 

En últimas, todo este diseño, lo que hace es frenar la posibilidad de buena parte de la sociedad para mejorar ingresos y riqueza. 

En aras de aterrizar todo este planteamiento, pensemos en el caso de doña Blanca, quien para generar ingresos decide montar en su barrio un puesto de empanadas. Ella misma elabora el producto y con lo que vende, genera un ingreso apenas suficiente para cubrir sus costos diarios. Sabe que con el éxito que tienen sus empanadas, podría vender una cantidad mayor, pero advierte que para hacerlo, necesita pasarse a un local y contar con los servicios de un par de empleados. No obstante, si lo hace, debido al nivel de compras, ventas y a la necesidad de contratar empleados de manera formal, quedará identificada por la Dirección de Impuestos, viéndose obligada a pagar una serie de costos de los que antes no era responsable. De otra parte, doña Blanca sabe que los clientes que consumen sus empanadas no están dispuestos a pagar más por ellas, por lo que si se mueve a formalizarse lo más seguro es que su margen por empanada se reducirá. Supongamos en todo caso que lograra hacer lo mencionado, abre el local, contrata los empleados y gracias al incremento del volumen, mejora sus ingresos, esta nueva situación le permite pasarse a vivir a una zona de la ciudad con mejores condiciones de calidad de vida. Lo que seguramente pasará, es que lo que paga por arrendamiento, servicios, víveres etc., en dicha parte de la ciudad, es ahora mucho mayor y que a pesar del incremento de ingresos tendrá dificultades para cubrir semejantes obligaciones. La conclusión luego de todas estas apreciaciones, es que doña Blanca preferirá quedarse como está, vendiendo las empanadas en la calle, viviendo en el mismo barrio, con los mismos ingresos, es decir decidirá no hacer nada porque sabe que entre más gane es posible que más difícil le sea existir. 

Ése queridos amigos es el sistema que hemos construido durante años con el objetivo de reducir la desigualdad y mejorar las condiciones de pobreza de la mayoría de la población. Lo cierto del caso es que las cifras demuestran que no está funcionando y que por tanto, vale la pena revisarlo para hacer las modificaciones necesarias. 

martes, 15 de agosto de 2023

El mito de la redistribución de la riqueza.


Fuente: GenialGurú


Publicado en la diario Portafolio https://www.portafolio.co/economia/finanzas/el-mito-de-la-redistribucion-de-la-riqueza-587732

Muchos estamos interesados genuinamente en reducir la desigualdad de ingresos y riqueza predominante en el mundo, particularmente porque comprendemos sus reales implicaciones, las cuales en su mayoría, impiden que una sociedad viva en armonía y equilibrio.

En general, las sociedades más desiguales son las que tienden a tener fenómenos de violencia más arraigados, modelos de gobierno menos eficaces y justos, menores niveles de desarrollo y posibilidades de alcanzarlo. En términos generales, la desigualdad es sinónimo de sociedades fallidas con patologías estructurales imposibles de solucionar, hasta tanto, la inequidad, su causa principal, no desaparezca.

Lo cierto es que, existen diferentes formas de enfrentar semejante problema endémico, una de las mas generalizadas y por definición menos eficaces, es lo que conocemos como redistribución de la riqueza. En definitiva, se trata de un mecanismo propuesto en coro por ciertos sectores de la sociedad actual, que desde un punto de vista histórico, se puede afirmar que lleva décadas de implementación sin generar resultados concretos, mientras por el contrario ha profundizado los niveles de pobreza de toda economía que ha intentado ponerla en práctica de forma ortodoxa.

Ahora, si se trata de un mecanismo que no funciona, la cuestión obvia es por qué tantas personas reclaman su implementación. La explicación a una pregunta de tal profundidad es relativamente simple, diversos grupos políticos han entendido a lo largo de la historia, que ideologizar y enfrentar sociedades ofreciéndoles una utopía y proponiendo presuntos culpables de la desgracia, es la manera más eficaz de alinear preferencias para asegurar una amplia base de votantes que garantice el acceso irrestricto al poder.

Para explicar por qué no funciona, intentemos visualizar un escenario en el que mañana mismo al interior de nuestro país, tenemos la posibilidad de distribuir la riqueza, asumamos que tenemos la opción de tomar todos los recursos acumulados por grupos poblacionales específicos, transferirlos a quien haga las veces de Estado, para que éste a su vez distribuya estos recursos persona por persona de forma equitativa. ¿Se acercará la realidad redistribuida, a la utopía planteada por aquellas ideologías? ¿Acaso todos los problemas que se supone serían solucionados con semejante medida, estarían solventados?

Los casos documentados a los que tenemos acceso en la historia, demuestran de inmediato que no se alcanza la utopía y mucho menos se solucionan los problemas estructurales, lo cierto es que siguen existiendo y reproduciéndose en el entretanto de un conjunto específico de mutaciones.

Semejante conclusión tiene mucho sentido en la medida en que la redistribución, no cambia realmente los elementos estructurales que conducen a la creación diferenciada de valor, causante de brechas sistémicas en la obtención de ingresos y la creación de riqueza.

Es ingenuo perder de vista que en el sistema económico actual, se remunera en mayor medida lo que la sociedad considera más valioso sofisticado y excepcional, es por eso y solo por eso, que un gerente de una compañía gana mucho más que un empleado raso, que un neurocirujano percibe ingresos muy superiores a los de un camillero. Mientras las decisiones de los primeros respectivamente, suponen la habilitación para que toda una organización produzca un número importante de cosas que van a ser remuneradas y corregir patologías al interior de un sistema altamente complejo como el cuerpo humano; las decisiones de los empleados en la base de la pirámide organizacional tienen baja incidencia, eso sin mencionar que un resultado de estas características es posible debido al proceso de creación de capital humano altamente sofisticado por el que pasan los gerentes y los especialistas médicos, versus el rápido y superficial proceso a través del cual se construyen las capacidades de los operarios.

Durante años, inducidos por políticos y diferentes actores interesados en conseguir seguidores, hemos llegado a pensar que semejantes diferencias, no son sino producto de conspiraciones sociales cuando en realidad, son resultado de condiciones esenciales del sistema económico y social, que les permiten a unos ofrecerle a la sociedad trabajo mas sofisticado y valioso que otros. Lo cierto es que, bajo tan negativa influencia, hemos omitido recurrentemente la discusión respecto a lo que debemos modificar, para que la capacidad de generar valor de los miembros de una sociedad sea comparable.

Dicho lo anterior, vale la pena analizar cuidadosamente, algunos de los cuestionamientos esenciales de la redistribución, para seguir esclareciendo las razones por las cuales, los países latinoamericanos que la han implementado no han mejorado sus niveles de desarrollo.

Lo primero que hay que decir, es que para poder hacer una redistribución exitosa, debe existir suficiente riqueza como para transferirla a las poblaciones menos favorecidas y por esta vía, convertir a todos los individuos de una sociedad, en integrantes de una clase media rica. En contraste, las sociedades latinoamericana son en general pobres, conformadas regularmente por una clase media pequeña y vulnerable, una clase alta diminuta, mientras las clases bajas son la mayoría de la población, por lo tanto, redistribuir al interior de ellas supone destruir la clase media, pues los recursos de la clase alta proporcionalmente jamás serán suficientes para mejorar las condiciones de las clases bajas, en este sentido, lo que se puede observar luego de la redistribución es una equiparación por lo bajo y no por lo alto, fuga hacia otras latitudes de las grandes riquezas y una presión impositiva expropiante sobre las clases medias.

En adición a esta simple aritmética, los segundo, es que una redistribución efectiva, parte del hecho de que el aparato estatal al que se le trasladan los recursos, es eficaz a la hora de transferirlos de los sectores altos a los bajos, sin embargo, los países latinoamericanos no tienen semejante posibilidad. De hecho sus organizaciones públicas en general son ineficientes, están cooptadas por la corrupción y la burocracia, por lo tanto, buena parte de esos recursos escasos se pierden financiando semejante organización o terminan en los bolsillos de personas deshonestas.

Además, para que la redistribución funcione realmente, debe garantizar la corrección eficaz de los problemas estructurales que condujeron a profundizar la desigualdad, es decir, debe asegurar que los escasos recursos que se le quitan a una parte de la población, se centren en construir capacidades que le permitan a la porción de menores ingresos, empezar a generar riqueza en proporciones siquiera parecidas a las de la población más rica. No obstante lo anterior, lo que se puede observar en los países latinoamericanos, es que los recursos que se quitan esencialmente a la clase media, le son transferidos a las clases menos favorecidas a través de mecanismos que no tienen ningún efecto sobre el mejoramiento de su capacidad para generar ingresos, como subsidios a los servicios públicos y entrega de salarios, entre otros. Es claro que, aspectos duros como el mejoramiento drástico de la calidad de la educación básica y media, la materialización de la cobertura universal en la educación superior, el incentivo a la investigación y desarrollo con alto potencial para generar valor, el mejoramiento drástico de la infraestructura de soporte para la creación de valor y la inversión necesaria para construir un entorno que facilite la generación sostenible de ingresos; son aspectos que se han dejado de lado.

De otra parte, una redistribución como la planteada, reduce los incentivos para la creación de valor, la pregunta obvia que los individuos empiezan a hacerse, es por qué deberían crear más valor del mínimo posible, si semejante esfuerzo no supondrá, en realidad, mejora alguna en las condiciones de vida de quien lo genera. En este sentido, lo que hemos visto en los países que han implementado estos mecanismos de forma muy decidida, es que las personas al interior del país dejan de idear, emprender e incluso formarse; de hecho, usualmente tiene lugar una sistemática fuga de capital humano, lo que se observa es que las ideas e iniciativas son llevadas a otros contextos en donde sean mejor valorados tales procesos de creación de nuevo valor.

Otro resultado palpable en aquellos países en los que se han implementado procesos estrictos de redistribución, es el evidente conflicto de intereses entre la clase media y las clases menos favorecidas. La primera, siente que está siendo despojada de una dignidad frágil, que ha ganado a pulso enfrentándose a un entorno hostil, percibe que le están quitando paulatinamente conquistas que suponían apenas condiciones dignas que los países en vías de desarrollo escasamente ofrecen; mientras las segundas, promovidas por aquellos que buscan afanosamente votos, sienten que es su derecho despojar a los demás de lo que califican como privilegios, sin darse cuenta que se trata en realidad de condiciones elementales que cualquier sociedad justa debería garantizar para todos y cada uno de sus integrantes. Semejante situación exacerbada por las ideologías, termina por generar enfrentamientos estructurales al interior de la sociedad, renovando puntos de vista que estuvieron vigentes en la revolución industrial cuando la clase media prácticamente no existía y solo se configuraba un proletariado explotado y una aristocracia explotadora, es decir, se posiciona una lucha de clases salida enteramente de contexto histórico, ahora entre la clase media, media baja y la clase baja. La clase alta se queda básicamente por fuera de semejante dicotomía pues representa un porcentaje ínfimo de la población, por lo que su relevancia es insignificante. Indudablemente, las sociedades rotas, que giran en torno a odios internos tan arraigados se paralizan pues son incapaces de llegar a consensos que les permitan evolucionar.

Empeorando la situación, los países que deciden hacer una implementación estricta de la dinámica de redistribución, terminan siendo cuestionados por el resto del mundo, precisamente porque semejantes decisiones no mejoran, sino más bien, empeoran la situación de sus nacionales, por lo tanto, al ser sometidos al escarnio internacional, se vuelven autocráticos, antidemocráticos, absolutistas, dogmáticos, cuestionan la riqueza en vez de condenar la pobreza y rompen su relación armónica con el sistema económico mundial, lo cual rápidamente deteriora de manera profunda su ya reducida capacidad para generar ingresos y riqueza.

Luego de todo esté análisis ácido para una medida ampliamente reclamada, pero abiertamente intrascendente, vale la pena aprender una valiosa lección: los países desarrollados con mayores niveles de bienestar, son aquellos que han logrado llevar a la mayoría de la población a convertirse en una clase media rica, es decir son los que han tomado las decisiones correctas para igualar por lo alto, por lo tanto, vale la pena aprender de semejantes casos, pues distinto a lo propuesto en Latinoamérica, han podido, evidentemente, acercar su propia realidad a la utopía, que muchos proponen, pero aún se encuentra tristemente lejana para nuestros países en desarrollo.

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domingo, 23 de julio de 2023

Convertirse en un país rico no es más que una decisión colectiva

Publicado en el Diario Portafolio 

https://www.portafolio.co/mas-contenido/como-la-colectividad-podria-convertir-a-colombia-en-un-pais-rico-585840

Durante años hemos tenido oportunidad de conocer un conjunto muy amplio de teorías que intentan explicar las razones por las cuales existen diferencias tan marcadas entre países en materia de riqueza y desarrollo, las aproximaciones son tan variadas que van desde planteamientos como el imperialismo, pasando por las características geográficas y socio demográficas del territorio, hasta el tenor de las reglas sociales e incluso sofisticadas teorías de la conspiración. Lo cierto es que al final de cuentas, al analizar casos de desarrollo rápido como los de Taiwán, Israel, Luxemburgo, Noruega, China, por mencionar algunos, lo que termina definiendo si un país se desarrolla o no y alcanza altos o bajos estándares de bienestar, son las decisiones que toma en materia política y económica. A pesar de que el caso de cada país es diferente y difícilmente comparable al de los demás, lo claro es que, en algún momento de su historia, tomaron la decisión como sociedad de salir de la pobreza para posteriormente, modificar una a una las dimensiones de su realidad, asegurando semejante resultado.

Por su parte, a pesar de que en Latinoamérica hemos tomado un sin número de decisiones económico-políticas a lo largo de los años, en la mayoría de nuestros países, su incidencia nos ha llevado por caminos menos exitosos que las de los casos enunciados. Desafortunadamente, debido a la evolución histórica de nuestra realidad, todos nuestros imaginarios han estado mediados por conceptos como la lucha de clases, el autoritarismo, el populismo, entre otros. En este sentido, nuestras decisiones han girado en torno a deudas históricas, reivindicación, enfrentamientos entre grupos poblacionales específicos y demás fenómenos similares.

Al final de cuentas, bajo esta lógica, la sumatoria de cada una de las decisiones tomadas por las diferentes generaciones, terminó configurando un entorno sociopolítico y económico, que nos ha dejado a medio camino en términos de dar alcance real a las necesidades de nuestras poblaciones. Vale la pena reconocer que, en la actualidad, la mayoría de nuestros países son de ingreso medio y adolecen de una marcada desigualdad, además sus matrices productivas tienen escasa capacidad para producir valor, debido a que están concentradas en la producción de bienes y servicios primarios con mermado nivel de sofisticación.

Como consecuencia, hoy día, se tiene una amplia base poblacional escasamente formada, con capacidades poco sofisticadas y fácilmente reemplazables que carece de capacidad para producir grandes cantidades de valor. Semejante situación la mantiene cautiva en los sectores de la matriz productiva que menos valor producen, por lo que los ingresos que recibe terminan siendo insuficientes.

Una situación como ésta supone un verdadero reto social, pues el valor que estas poblaciones son capaces de aportar para la provisión de bienes y servicios públicos es prácticamente nulo, por lo que la porción más formada, con capacidades más desarrolladas y mayor facilidad para producir valor, asume la totalidad de dichos costos. Así las cosas, termina cediéndole al Estado tanto valor producido, que al final de cuentas son pocos los incentivos que tiene para seguir produciendo la misma cantidad de valor.

En razón a lo mencionado, terminamos con realidades llenas de mecanismos diseñados para capturar el valor producido por una parte de la sociedad, con la esperanza de poder transferírselo a la otra con menores posibilidades. Sin embargo, un entorno de estas características termina dificultando de forma muy relevante el emprendimiento y la construcción colectiva de ideas que permitan la producción de más valor, en tanto, la matriz productiva no evoluciona hacia sectores de alto valor, sino que contradictoriamente, se deteriora y focaliza en sectores informales que, al final de cuentas, no son capaces de garantizar ingresos razonables para estas poblaciones menos favorecidas. En consecuencia, terminamos en un entorno lleno de pobreza y desigualdad estructural que, a pesar de todos los esfuerzos, desde un punto de vista objetivo, nunca podrán ser erradicadas.

Salir de esta espiral de deterioro, supone varios cambios en el paradigma político y económico. Lo primero como en el caso de los países de reciente desarrollo, es convencernos de que ya no queremos ser países pobres, lo segundo es abandonar los paradigmas tradicionales en el marco de los cuales llegamos a esta situación, dejar atrás la perspectiva de lucha de clases, de reivindicaciones sociales, de subsidiar la pobreza, para pasar a imaginarios concentrados en producir riqueza para todos y cada uno de los integrantes de nuestra sociedad. Lo segundo, naturalmente, es iniciar un proceso serio de recomposición de la matriz productiva migrando a otros sectores que produzcan bienes y servicios altamente demandados por el resto del mundo y que supongan una muy masiva concentración de valor agregado. Lo tercero, es formar a las nuevas generaciones de bajos ingresos estructuralmente, para generar las capacidades sofisticadas que requieren los nuevos sectores productivos, de forma que se integren efectivamente a ellos entregando mucho valor y de esta manera, eleven notablemente su nivel de ingresos. Lo cuarto, es centrar los recursos públicos escasos en financiar de forma decidida dicha oferta educativa y modificar todo el entorno de infraestructura, para facilitar el flujo de bienes y servicios producidos por estos sectores hacia el exterior. Lo quinto, es ofrecer infinidad de incentivos para empresas con conocimiento desarrollado en los sectores a los que queremos migrar, para que se instalen en el país, aprender de ellas y paralelamente priorizar el irrestricto apoyo a emprendimientos totalmente nacionales que aprovechen estos aprendizajes y nutran industrias sólidas de gran alcance.

Claramente, objetivos como los anotados no los materializaremos de la noche a la mañana, por lo tanto, para que funcione, es necesario que todos nos convenzamos de que este efectivamente es el camino, que luchemos generación tras generación por recorrerlo de forma certera y sobre todo, que en el entretanto, nos unamos como sociedad conformando un equipo sólido que trabaje obsesivamente codo a codo sin dudas ni reservas.