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jueves, 25 de mayo de 2017

Nuestra sociedad no necesita a los políticos

                                           Fuente: http://www.birgrupyazar.com/kuru-siki-hayatlar/


Cuando nos referimos a las actividades de quienes rigen o esperan regir los asuntos públicos, nos vienen a la cabeza todo tipo de perspectivas centradas en lograr una mejor sociedad,  garantizando que cada uno de los individuos que la conforman, sea capaz de lograr sus expectativas y que por esta vía, tenga la posibilidad de alcanzar un estado de felicidad razonable. Esa, naturalmente, es la lógica del deber ser de la política, la cual en el caso de Colombia y de un sinnúmero de países en el mundo, dista mucho de lo que pasa en la realidad.

La culpa de una diferencia tan marcada entre el deber ser y lo que es, está enquistada en un conjunto de imaginarios que a lo largo de los años, han venido posicionándose en nuestras sociedades, hasta el punto, de que muchas personas creen que no es posible concebir un entorno de poder público diferente al actual, sienten que la lógica política contemporánea es producto de un estado natural social que no puede modificarse, al cual todos indefectiblemente tenemos que acostumbrarnos.

Lo cierto es que los políticos, un grupo minoritario de personas, se han encargado de hacernos pensar de esta manera, a través de siglos de decisiones amañadas nos han convencido de que son necesarios para mantener el equilibrio social y satisfacer nuestras necesidades.  Tan falsa es esta posición que históricamente, buena parte de su tiempo, lo han invertido en discursillos focalizados en tratar de defender lo indefendible y mantener un conveniente status quo.

Lo interesante del caso es que las nuevas generaciones “no comen cuento”, a partir de los millennials, el mundo está conformado por un conjunto de personas críticas capaces de identificar las fallas sistémicas de los modelos políticos, económicos y sociales que  nos han regido durante años. Por primera vez en siglos estas personas son capaces de acceder alrededor de todo el mundo, de manera irrestricta, a volúmenes ingentes de información, puntos de vista, teorías, paradigmas etc; y lo más interesante de todo, es que tienen la capacidad necesaria para unir los puntos y darse cuenta de que “el tigre no es como lo pintan” las personas que en la actualidad rigen nuestros destinos. 

Lo claro es que como sociedad estamos en un proceso de transición hacia un paradigma político diferente, al cual nos dirigimos caminando pero algunos creemos que es necesario empezar a correr. Es evidente que YA NO NECESITAMOS A LOS POLÍTICOS, que actualmente toman decisiones sobre nuestras vidas.

Quién puede necesitar individuos egoístas que piensan más en su propia conveniencia que en el bienestar del pueblo que los eligió directa o indirectamente. Se trata de personas que ven en lo público una carrera por la que se mueven en el marco de una especie de gueto, a costa de tomar decisiones que preservan los intereses de aquellos que tienen injerencia en su proyección profesional, aun cuando vayan en contra del bienestar de la sociedad. Operan como una especie de logia que preserva a toda costa los intereses de sus miembros, pero a la que le tienen sin cuidado las afugias de nuestra golpeada sociedad. Muy al estilo de la mafia siciliana de antaño, concentran su gestión en hacer favores que después alguien debe pagarles y en recompensar a aquellos que en algún momento de su vida les ayudaron a avanzar en el marco de su crecimiento político. 

No obstante puedan haber alcanzado niveles educativos altos, en general se trata de personas poco técnicas, escasamente estructuradas, cuyo único mérito radica en su capacidad para relacionarse con la logia indicada y entender los mecanismos para evitar ser expulsados.

Quién puede necesitar personas que no construyen su agenda política en torno a la solución estructural de problemas sociales, sino alrededor de propuestas que preservan los intereses de los grupos económicos más poderosos, los mismos que son capaces de pagar ingentes sumas de dinero para venderle a los votantes “el candidato indicado”, mediante la implementación de despiadadas y mentirosas campañas de marketing.

Quién puede necesitar dirigentes completamente ajenos a las realidades del pueblo sobre el cual toman decisiones, que viven en entornos ideales separados, amén de que ellos mismos se encargan de solucionar primero sus necesidades, priorizándolas por sobre las de sus votantes, es decir, se concentran exclusivamente en garantizar la erradicación de sus propios sufrimientos olvidándose del dolor del resto de la sociedad.

Por qué íbamos a querer ser dirigidos por habladores de oficio, cuyo principal mérito es dar discursos, aparecer en fotografías y figurar en redes sociales.  Personas capaces de anteponer un evento político a una reunión técnica cuyo propósito es diseñar la solución efectiva a un problema social; que privilegian una rueda de prensa sobre un ejercicio de gerencia serio, que garantice el correcto funcionamiento de las organizaciones que dirigen; que prefieren abrir eventos en los que participan las mismas con los mismos pertenecientes a su séquito político, antes que trabajar concienzudamente para sacar adelante proyectos que mejorarán el bienestar de los más desfavorecidos.

Quién podría pensar que para nuestra sociedad es útil contar con políticos que mandan al traste la efectividad de las organizaciones que dirigen, llenando sus cargos con individuos que poco o nada conocen de la técnica necesaria para garantizar el logro de sus objetivos misionales, con aspirantes cuyo único mérito es respaldar a toda costa al integrante del gueto que en su momento pudo llegar a un cargo de decisión. 

Quién querría en su entorno personas con un hambre ingente de riquezas, capaces de utilizar la posibilidad de regir nuestro destino, para venderle al mejor postor la decisión que más le  convenga, aún en desmedro del bienestar de la mayoría.

¿Habrá alguien que necesite personas tan dañinas para una sociedad como la nuestra? Si todos estamos de acuerdo en la respuesta, ¿por qué permitimos que sigan plagando la realidad política de nuestros países? De inmediato podemos tomar la decisión de condenar su existencia, tenemos la posibilidad de dejar de votar por ellos, podemos restringirles la entrada a nuestros entornos cotidianos, hacerles sentir a través de todas las estrategias posibles que no son bienvenidos y que a partir de la fecha son proscritos en una sociedad que tiene la voluntad de garantizarse para sí misma una lógica política completamente diferente.  

martes, 3 de septiembre de 2013

¡LOS CAMPESINOS TIENEN RAZÓN!





En estos días, todo el mundo está hablando del campo y de los efectos de la protesta campesina, la sociedad colombiana y su gobierno reflexionan de manera vertiginosa, con el fin de identificar los determinantes de dicho descontento. Algunas voces hablan de lo poco competitivos que resultan los productos de nuestros campos, a la luz de la entrada en vigencia de los TLC; otros afirman que se trata de un problema de insumos agrícolas,  de distribución de los medios de producción y de concentración de la tierra; hay quienes dicen que el problema está asociado al proceso de negociación de paz en la Habana.

Qué sentido tiene rompernos la cabeza tratando de identificar las causas de un problema sobre-diagnosticado, cuando la realidad del caso es que los campesinos colombianos protestan, sencillamente porque todos y cada uno de ellos están completamente ¡jodidos!.

Dejémonos de cuentos, el problema del agro en Colombia no tiene sus raíces en los TLC, el escaso desarrollo de la infraestructura vial o la reducida presencia del estado en las zonas rurales; la precaria situación que hoy día enfrentan nuestros campesinos, se debe a que durante los últimos años, la sociedad colombiana ha decidido darle la espalda a la producción de bienes agrícolas, para concentrarse en producción minera, de manufactura y servicios.

Como si fuera poco, todas las medidas propuestas para mejorar la situación  agraria, han sido concebidas e implementadas por tecnócratas fundamentados en el imaginario urbano, para los cuales el campo se suscribe a las vaquitas que ven cuando salen los fines de semana a comer postre, a los cultivos que pueden apreciar de lejos cuando veranean en la casa de descanso de algún familiar o amigo y a la ruana que se ponen como acto de rebeldía “chic” en momento dramáticos como el que actualmente vive el país.

La solución a un problema estructural tan grande, no depende de que el gobierno decida subsidiar sectores deprimidos, controlar los precios de los insumos agrícolas o restringir las cuotas de importación de leche; está fundamentada en la capacidad de la sociedad para priorizar de manera irrestricta el desarrollo agroindustrial del país.

En principio, es necesario que el gobierno en pleno, entienda que el del campo es un problema público que los gobiernos anteriores no han podido solucionar e inicie una total reingeniería del entramado institucional encargado de administrar el sector.

Acá no estamos hablando de adelantar un proceso al estilo de los que conocemos al interior de lo público, en el cual un consultor externo identifica los problemas, propone soluciones concretas y elabora un dictamen que el gobierno termina acogiendo a medias, lo que se requiere en este caso es el compromiso irrestricto del estado para modificar la normatividad, la estructura de ministerios, departamentos administrativos y entidades, de tal suerte que logren trabajar de manera articulada y eficaz para alcanzar un desarrollo aceptable del campo, en el marco de un periodo no superior a cinco años.  

Los recursos necesarios para financiar una propuesta de esta magnitud son considerables y requieren de una ejecución centralizada, bajo la batuta de una gerencia con dedicación exclusiva, encargada de garantizar el éxito de este macroproyecto estratégico para el país.

Los fondos de regalías deberían estar financiando la solución definitiva y articulada a problemas estructurales evidentes como este, no tiene sentido que estos dineros se estén desperdigando por todo el territorio nacional, de forma indiscriminada en microproyectos asociados a la construcción de plazas de mercado o consultorías para definir el perfil turístico de un municipio, cuando el desarrollo del campo sigue en veremos.

Es necesario que nuestros gobernantes y nuestra sociedad en pleno, entiendan que una erradicación estructural definitiva a los problemas de desarrollo campesino, supone la solución conexa de buena parte de los problemas urbanos y la reducción gradual de una porción importante de los determinantes que sustentan la ilegalidad en todo el territorio nacional. Recordemos lo difícil que ha sido para nuestras urbes, solucionar de manera efectiva todos los inconvenientes generados por el creciente flujo de campesinos desesperados, que día a día llegan a sus zonas marginales.

¿A qué campesino de clase media con ingresos suficientes para mantener de manera decorosa a su familia, apoyado por el respaldo eficaz del estado para vivir tranquilo y en paz; le interesaría protestar, desplazarse, apoyar a grupos ilegales o producir cultivos ilícitos?.


Si la respuesta para todos es tan evidente, ¿por qué como sociedad no hemos tenido los pantalones para dar solución definitiva a esta problemática?