Fuente:
http://www.birgrupyazar.com/kuru-siki-hayatlar/
Cuando
nos referimos a las actividades de quienes rigen o esperan regir los asuntos
públicos, nos vienen a la cabeza todo tipo de perspectivas centradas en lograr
una mejor sociedad, garantizando que
cada uno de los individuos que la conforman, sea capaz de lograr sus
expectativas y que por esta vía, tenga la posibilidad de alcanzar un estado de
felicidad razonable. Esa, naturalmente, es la lógica del deber ser de la política, la cual en el caso de Colombia y de un
sinnúmero de países en el mundo, dista mucho de lo que pasa en la realidad.
La
culpa de una diferencia tan marcada entre el
deber ser y lo que es, está
enquistada en un conjunto de imaginarios que a lo largo de los años, han venido
posicionándose en nuestras sociedades, hasta el punto, de que muchas personas
creen que no es posible concebir un entorno de poder público diferente al
actual, sienten que la lógica política contemporánea es producto de un estado natural social que no puede
modificarse, al cual todos indefectiblemente tenemos que acostumbrarnos.
Lo
cierto es que los políticos, un grupo
minoritario de personas, se han encargado de hacernos pensar de esta manera, a
través de siglos de decisiones amañadas nos han convencido de que son
necesarios para mantener el equilibrio social y satisfacer nuestras
necesidades. Tan falsa es esta posición
que históricamente, buena parte de su tiempo, lo han invertido en discursillos focalizados en tratar de
defender lo indefendible y mantener un conveniente status quo.
Lo
interesante del caso es que las nuevas generaciones “no comen cuento”, a partir
de los millennials, el mundo está
conformado por un conjunto de personas críticas capaces de identificar las
fallas sistémicas de los modelos políticos, económicos y sociales que nos han regido durante años. Por primera vez
en siglos estas personas son capaces de acceder alrededor de todo el mundo, de
manera irrestricta, a volúmenes ingentes de información, puntos de vista,
teorías, paradigmas etc; y lo más interesante de todo, es que tienen la
capacidad necesaria para unir los puntos y
darse cuenta de que “el tigre no es como lo pintan” las personas que en la
actualidad rigen nuestros destinos.
Lo
claro es que como sociedad estamos en un proceso de transición hacia un
paradigma político diferente, al cual nos dirigimos caminando pero algunos
creemos que es necesario empezar a correr. Es evidente que YA NO NECESITAMOS A LOS POLÍTICOS, que actualmente toman decisiones sobre nuestras vidas.
Quién
puede necesitar individuos egoístas que piensan más en su propia conveniencia
que en el bienestar del pueblo que los eligió directa o indirectamente. Se
trata de personas que ven en lo público una carrera por la que se mueven en el
marco de una especie de gueto, a costa de tomar decisiones que preservan los
intereses de aquellos que tienen injerencia en su proyección profesional, aun
cuando vayan en contra del bienestar de la sociedad. Operan como una especie de
logia que preserva a toda costa los intereses de sus miembros, pero a la que le
tienen sin cuidado las afugias de nuestra golpeada sociedad. Muy al estilo de
la mafia siciliana de antaño, concentran su gestión en hacer favores que
después alguien debe pagarles y en recompensar a aquellos que en algún momento
de su vida les ayudaron a avanzar en el marco de su crecimiento político.
No
obstante puedan haber alcanzado niveles educativos altos, en general se trata
de personas poco técnicas, escasamente estructuradas, cuyo único mérito radica
en su capacidad para relacionarse con la logia indicada y entender los
mecanismos para evitar ser expulsados.
Quién
puede necesitar personas que no construyen su agenda política en torno a la
solución estructural de problemas sociales, sino alrededor de propuestas que
preservan los intereses de los grupos económicos más poderosos, los mismos que
son capaces de pagar ingentes sumas de dinero para venderle a los votantes “el
candidato indicado”, mediante la implementación de despiadadas y mentirosas
campañas de marketing.
Quién
puede necesitar dirigentes completamente ajenos a las realidades del pueblo
sobre el cual toman decisiones, que viven en entornos ideales separados, amén
de que ellos mismos se encargan de solucionar primero sus necesidades,
priorizándolas por sobre las de sus votantes, es decir, se concentran
exclusivamente en garantizar la erradicación de sus propios sufrimientos
olvidándose del dolor del resto de la sociedad.
Por
qué íbamos a querer ser dirigidos por habladores de oficio, cuyo principal
mérito es dar discursos, aparecer en fotografías y figurar en redes
sociales. Personas capaces de anteponer un
evento político a una reunión técnica cuyo propósito es diseñar la solución
efectiva a un problema social; que privilegian una rueda de prensa sobre un
ejercicio de gerencia serio, que garantice el correcto funcionamiento de las
organizaciones que dirigen; que prefieren abrir eventos en los que participan
las mismas con los mismos pertenecientes a su séquito político, antes que trabajar
concienzudamente para sacar adelante proyectos que mejorarán el bienestar de
los más desfavorecidos.
Quién
podría pensar que para nuestra sociedad es útil contar con políticos que mandan
al traste la efectividad de las organizaciones que dirigen, llenando sus cargos
con individuos que poco o nada conocen de la técnica necesaria para garantizar
el logro de sus objetivos misionales, con aspirantes cuyo único mérito es
respaldar a toda costa al integrante del gueto que en su momento pudo llegar a
un cargo de decisión.
Quién
querría en su entorno personas con un hambre ingente de riquezas, capaces de
utilizar la posibilidad de regir nuestro destino, para venderle al mejor postor
la decisión que más le convenga, aún en
desmedro del bienestar de la mayoría.
¿Habrá
alguien que necesite personas tan dañinas para una sociedad como la nuestra? Si
todos estamos de acuerdo en la respuesta, ¿por qué permitimos que sigan
plagando la realidad política de nuestros países? De inmediato podemos tomar la
decisión de condenar su existencia, tenemos la posibilidad de dejar de votar
por ellos, podemos restringirles la entrada a nuestros entornos cotidianos,
hacerles sentir a través de todas las estrategias posibles que no son
bienvenidos y que a partir de la fecha son proscritos en una sociedad que tiene
la voluntad de garantizarse para sí misma una lógica política completamente diferente.